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Zacarías 7: Instrucción sobre el ayuno

Este es un mensaje de reflexión para toda época. Los miembros de nuestras iglesias locales deben pensar en prácticas religiosas con las que adoran a Dios; cada acto debe ser realizado con un corazón sincero y no caer en un ritualismo frío y muerto.

Las condiciones sociales de nuestro mundo demandan las praxis del evangelio. Nuestra devoción a Dios se debe reflejar en la práctica, y la vida práctica debe tener una relación íntima con la vida religiosa. Estos dos asuntos no se pueden separar pues son complementarios. No puede haber una verdadera adoración si la vida en sociedad no resulta en beneficio de los demás; más aún, si en vez de ser de beneficio es perjudicial para la sociedad. Cualquier cristiano que explota y oprime a su prójimo no podrá dedicar a Dios un verdadero culto. Claramente lo enseña Juan en su primera carta: si alguno dice “yo amo a Dios” y aborrece a su hermano, es mentiroso. Si no es capaz de amar a su hermano a quien puede ver, ¿cómo podrá amar a Dios, a quien no ha visto? La falta de sinceridad para con Dios condujo al pueblo al pecado y a la ruina misma.

La exigencia de Dios para su pueblo, 7:8-14. Vino la palabra de Jehová a Zacarías para demandar de su pueblo justicia y misericordia. No es un mensaje nuevo; es el mismo mensaje que ha sido anunciado desde los albores de la nación. Primero, Dios exigía justicia en los tribunales, juicios apegados a la verdad, libres de toda clase de presiones. Este es uno de los males sociales que arrastramos desde la antigüedad. Los griegos representaron la justicia como una dama con los ojos vendados, sosteniendo en su mano una balanza, dando a entender con ello la imparcialidad que debe tener el juez al impartir la justicia; ésta no debe ser inclinada por el soborno.

Segundo, la bondad y la misericordia hacia los necesitados. Esta es otra demanda para la nación de Israel; ellos habían sido objeto de la misericordia de Dios y, como pueblo de él, debían reflejar algunos de sus atributos. Cuánto mejor si ellos muestran a sus hermanos la misma misericordia que ellos han recibido.

Tercero, la justicia social a favor de los desvalidos como eran las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los pobres; cada uno de estos sectores ha sido víctima de la prepotencia de los influyentes. Pero Dios siempre cuidó de ellos dando mandamientos específicos para protegerlos.

En la legislación mosaica, estos sectores fueron protegidos, pero sus derechos fueron violados por causa de la ambición de los poderosos. El profeta Isaías denunció este hecho; y no ocurrió solamente en la época de Isaías, sino en todo el transcurso de la historia del pueblo de Israel. La viuda, el huérfano y el pobre fueron víctimas de sus mismos hermanos.

Pero quizá los más perjudicados eran los extranjeros. Siendo la nación de Israel un pueblo exclusivista, los extranjeros eran vulnerables a malos tratos por el simple hecho de ser extranjeros. Moisés legisló a favor de ellos argumentando que, tanto Abraham como ellos mismos, su descendencia, fueron extranjeros; esto es motivo suficiente para cuidar de los extranjeros, así como Dios los había protegido a ellos.

Podemos resumir en tres palabras lo que Dios exige a su pueblo para una mejor convivencia: el bien común. Ninguno piense en su corazón el mal contra su hermano; la maldad procede de la ambición, de la envidia, de esas pasiones que oscurecen el corazón del hombre que no tiene en cuenta a Dios. En estos días estamos escuchando el clamor de los pueblos por la paz, para que la violencia sea erradicada. Pero, como bien lo han expresado muchos de los analistas, la paz no es solo ausencia de la guerra, es bienestar total. Se requiere que nadie piense mal contra su hermano; por el contrario, cada uno debe pensar en los demás como en sí mismo, cumpliendo así el requerimiento de la ley: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.

Dios está recordando a la nueva generación la reacción de los padres a sus mandatos. Los padres rebeldes y contumaces no prestaron atención; se encogieron de hombros con indiferencia, no importándoles en nada lo que Jehová pedía; más bien taparon sus oídos en una actitud de una rebeldía activa. La indiferencia los llevó a la rebeldía y la rebeldía al endurecimiento. Como el faraón, quien endureció su corazón, ellos también resistieron a la palabra de Dios.

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