Comprometidos a Sembrar La Palabra de Dios

Viviendo al mínimo

Con pesar me he dado cuenta en las últimas semanas que mi corazón estaba lejos de Dios. Me doy cuenta que he amado con evidencias más a este mundo y que mi corazón está aún muy arraigado a las cosas terrenales. Deudas, afán, posesiones, conocimiento, entretenimiento, indolencia, alimentación, vestuario, comodidad, deseos, etc. han sido las cosas que por años, luego de conocer a Cristo, han definido mi existencia.

Preguntándome a menudo qué me es lícito en mi libertad cristiana de manera que pueda vivir sobre esa línea satisfecho por tener tal conocimiento y no reconocer, como cualquier ciego, que el verdadero deleite está en Dios mismo. Me doy cuenta, pues, no sin la gracia de Dios, que amo a Dios de manera muy pobre; que estoy lejos de presentarme aprobado y sin vergüenza ante el Padre, porque habiendo sido justificado y teniendo nueva vida en Cristo simplemente he desperdiciado esa vida, o al menos no la he vivido siquiera a un diez por ciento.

Curiosamente muchas de las cosas que roban mi atención y la gloria que pueda dar a Dios y por ende el gozo que pueda yo obtener de ello no son necesariamente malas, son en muchas ocasiones dones de Dios mismo para beneficio mío, para mi disfrute, como algo añadido a la bendición de ser Hijo se Dios, pero que me han vuelto miope y no he podido ver más allá del regalo que me está siendo otorgado, cuando ver más allá es ver al Dador que es mucho más valioso que el regalo extra. Cuando el Dador se ha dado a Sí mismo para que yo me goce en Su plenitud y lo glorifique repartiendo ese mismo regalo hacia los demás, buscando que pongan su mirada en el Dios que se dá a Sí mismo para Su gloria, y en ese proceso salva e imparte nueva vida a aquellos que se vuelven a Él en arrepentimiento por sus pecados ante un Dios santo y justo, pero que a la vez es amor. No en valde un pastor reconocido dice que «a menudo los ídolos más competentes contra Dios son sus mismos dones», porque es fácil perder de vista la grandeza y supremacía de Dios porque estamos admirando el regalo extra recibido, sea este de naturaleza material, espiritual o aún ministerial.

La linea para caminar es muy delgada. El camino, angosto. Una breve distracción y estás fuera y cuando vienes a sentir casi estás dando la espalda y caminando en sentido contrario; pero no estamos solos. El Espíritu de Dios va ahí, con nosotros, incomodándonos y haciendo todo lo planeado para hacernos ver el error sutil en que estamos y enderezar nuestros pasos. Esa es la confianza que tenemos para no extraviarnos. Solamente debemos estar atentos a la señales del camino y, a la primer señal de advertencia, volvernos a Dios recordando que Él es lo más importante en la vida, más que la vida la misma, más que la alimentación, más que un ministerio, más que el conocimiento, más que el amor de un hombre o una mujer, más que un hijo, más que un amigo o un hermano, o más que padre y madre, más que cualquier deleite terrenal. A Él nos dirige el primer gran mandamiento, que nos conduce inmediata e inevitablemente al segundo, para así disfrutar de muchas otras bendiciones, pero sólo en ese orden. Cualquier otro es sutil idolatría y un desperdicio de la vida viviendo al mínimo.

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