Un suave estruendo

Había una vez un hombre que desafió a Dios para ver si de Él recibía alguna respuesta.

«¡Dios, arde la zarza como hiciste con Moisés y te seguiré! ¡Derrumba las paredes como hiciste con Josué y pelearé! ¡Calma la tempestad como hiciste en Galilea y te escucharé!» Y así el hombre fue y se sentó cerca de un arbusto, al lado de una pared levantada muy cerca del mar y esperó a que Dios le contestase.

Y Dios escuchó al hombre, así que le respondió. Envió fuego, pero no para el arbusto, sino para la Iglesia. Derrumbó una pared, pero no de ladrillo, sino de pecado. Calmó la tempestad, pero no en el mar, sino en el alma. Y Dios esperó a que el hombre le contestase.

Y esperó… Y esperó… Y esperó…

Pero como el hombre estaba prestando atención a arbustos, no a corazones; a ladrillos, no a vidas; a mares y no a almas, pensó que Dios no había hecho nada.

Finalmente miró a Dios y le preguntó, «¿Has perdido tu poder?»

Y Dios lo miró y le respondió, «¿Has perdido el oído?»

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