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Surgimiento de Juan el Bautista

Hay mudos que dicen: «Yo perdono, pero no olvido.» Dios no se olvidó de nada, porque es Dios; pero Su misericordia es tal que no solo perdona, sino, aunque parezca increíble, también olvida el pecado del penitente: «¿Qué Dios hay como Tú, que perdone la maldad y olvide el pecado del remanente de Su heredad?» Miqueas 7:18. «Yo, Yo soy Quien borro tus rebeliones por amor de Mí mismo, y no Me acordaré de tus pecados» Isaías 43:25. «Porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado» Jeremías 31:34.

Pero lo más maravilloso es que Dios sale hasta la mitad del camino, y más aún, para encontrar al penitente: «Volveos lo más que podáis, y Yo os saldré al encuentro hasta ese punto del camino.»

Los rabinos, desde su cima más alta, vislumbraron al Padre que, en Su amor, salió corriendo para darle la bienvenida a Su hijo pródigo. Sin embargo, hasta recordando toda Su misericordia, queda en pie el caso de que, en el verdadero arrepentimiento, es necesario hacer reparación hasta donde se pueda. Los rabinos decían: « Hay que reparar la injuria, y hay que buscar y recibir el perdón. El verdadero penitente es el que tiene la misma oportunidad de cometer el mismo pecado otra vez, en las mismas circunstancias, y no lo comete.» Los rabinos subrayaban una y otra vez la importancia de las relaciones humanas, y de rectificarlas cuando es necesario.

Hay un curioso pasaje rabínico. « El que es bueno con el Cielo y no con sus semejantes, es un mal tsaddiq. Un tsaddiq es un hombre íntegro. El que es malvado contra el Cielo y contra sus semejantes es un pecador de lo peor. El que es malvado contra el Cielo, pero no contra sus semejantes no es un pecador de lo peor.»

Precisamente porque la reparación es tan necesaria es por lo que el que enseña a otros a pecar es el peor de los pecadores; porque no puede hacer reparación, ya que no puede decir nunca hasta dónde ha llegado su pecado y a cuántos ha llegado a influenciar.

La reparación no es lo único necesario en un verdadero arrepentimiento; también lo es la confesión. Una y otra vez nos encontramos esa demanda en la Biblia. «El hombre o la mujer que cometa cualquiera de los pecados con que los hombres son infieles contra el Señor… confesará su pecado que cometió» Números 5:6. «El que oculta sus pecados no prosperará; pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia» Proverbios 28:13. «Mi pecado Te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: “Confesaré mis rebeliones al Señor” y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» Salmo 32: 5. Es la persona que dice que es inocente, y que se niega a admitir que ha pecado, la que es condenada Jeremías 2:35 35 aún dices: «Soy inocente, ciertamente su ira se ha apartado de mí.» He aquí, entraré en juicio contigo porque dices: «No he pecado.» Maimónides propone la fórmula que se puede usar para confesar el pecado: « Oh Dios, he pecado, he obrado iniquidad, he transgredido delante de Ti, y he hecho esto y esto. Estoy apenado y avergonzado de mi obra, y no la haré nunca más.» El verdadero arrepentimiento necesita la humildad de admitir y confesar el pecado.

No hay ningún caso desesperado para el arrepentimiento, ni ninguna persona a la que le resulte imposible arrepentirse. Los rabinos decían: «Que nadie diga: «Como he pecado, no tengo remedio.» Que confíe en Dios y se arrepienta, y Dios le recibirá.» El ejemplo clásico de una aparentemente imposible reforma fue el caso de Manasés: dio culto a los baales, introdujo dioses extraños en Jerusalén, y hasta sacrificó niños a Moloc en el valle de Hinnom. Luego fue llevado cautivo a Asiria donde, encadenado, se humilló al Dios de sus padres, oró y fue atendido y volvió a Jerusalén. «Entonces reconoció Manasés que el Señor es Dios» 2 Crónicas 33:13. Algunas veces requiere la amenaza de Dios y Su disciplina el hacerlo, pero nadie está fuera del poder de Dios para recuperarle.

Hay una última creencia judía en relación con el arrepentimiento, y es la que debe de haber estado en la mente de Juan. Algunos, a lo menos, de los maestros judíos enseñaban que si Israel se pudiera arrepentir perfectamente aunque solo fuera por un día, vendría el Mesías. Era solo la dureza de corazón de la gente lo que retrasaba la venida del Redentor de Dios al mundo.

El arrepentimiento era el centro mismo de la fe judía, como lo es también de la fe cristiana; porque el arrepentimiento es cambiar de sentido en la vida volviéndonos del pecado hacia Dios, y hacia la vida que Dios quiere que vivamos.

Está claro que el ministerio de Juan era poderosamente eficaz, porque acudían a escucharle y a someterse a su bautismo. ¿Por qué razón hizo Juan tal impacto en su nación?

(i) Era un hombre que vivía su mensaje. No sólo sus palabras, sino toda su vida era una protesta. Había tres cosas en él que marcaban la realidad de su protesta contra la vida contemporánea.

(a) Estaba el lugar en que vivía: el desierto de Judea. Entre el centro de Judea y el mar Muerto se extiende uno de los desiertos más terribles del mundo. Es un desierto de piedra caliza; parece informe y retorcido; hierve bajo un calor agobiante; la roca está ardiendo -y abrasada, y suena a hueca cuando se pisa como si hubiera un horno gigantesco por debajo; se extiende hacia el mar Muerto, y de pronto desciende en precipicios e in escalables hasta la misma orilla. En el Antiguo Testamento se lo llama a veces Yeshimón, que quiere decir la devastación. Juan no era un habitante de la ciudad. Era un hombre del desierto y de sus soledades y desolaciones. Era un hombre que se daba la oportunidad de escuchar la voz de Dios.

(b) Estaba la ropa que llevaba: una túnica tejida de pelo de camello sujeta por la cintura con un cinto de cuero. Así era como había vestido Elías: Ellos le respondieron: Era un hombre cubierto de pelo, con un cinturón de cuero ceñido a sus lomos. Y él dijo: Es Elías tisbita. (2 Reyes 1:8). Al ver a este hombre, uno se acordaba, no de los oradores de moda del momento, sino de los antiguos profetas, que vivían al borde de las grandes sencilleces y evitaban los lujos blandos y afeminados que matan el alma.

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