Entonces, ¿qué es el don y la obra del Espíritu de Dios? Al tratar de contestar esta pregunta debemos recordar que tenemos que hacerlo en términos hebreos. Juan era judío, y hablaba a los judíos. Pensaba y hablaba, no en los términos de la doctrina cristiana del Espíritu Santo, sino en los de la doctrina judía del Espíritu.
(i) La palabra hebrea para espíritu es rúaj, y rúaj, como pneuma en griego, quiere decir no sólo espíritu, sino también aliento. El aliento es la vida; y por tanto, la promesa del Espíritu es la promesa de la vida. El Espíritu de Dios alienta la vida de Dios en las personas. Cuando el Espíritu de Dios entra en nosotros, nuestra vida cansada, desvaída y derrotada desaparece, y una oleada de nueva vida entra en nosotros y nos hace nuevas criaturas.
(ii) Esta palabra rúaj no sólo quiere decir aliento, sino también viento. Es la palabra que designa el viento de la tempestad, el poderoso turbión que una vez oyó Elías. Viento quiere decir poder. La tempestad de viento se lleva los navíos por delante y desarraiga los árboles. El viento tiene un poder irresistible. El Espíritu de Dios es el Espíritu de poder. Cuando el Espíritu de Dios entra en un hombre, su debilidad se reviste del poder de Dios. Es capaz de hacer lo irrealizable, y de arrostrar lo imposible, y de soportar lo insoportable. Se desvanece la frustración, y llega la victoria.
(iii) El Espíritu de Dios se conecta con la obra de la creación. Fue el Espíritu de Dios quien, moviéndose sobre las aguas, volvió el caos un cosmos, cambió el desorden en orden, e hizo el mundo de las nieblas increadas. El Espíritu de Dios puede re-crearnos a nosotros. Cuando el Espíritu de Dios penetra en una persona, el desorden de la naturaleza humana se convierte en el orden de Dios; nuestras vidas embarulladas, desordenadas, descontroladas, las introduce el Espíritu en la armonía de Dios.
(iv) Los judíos atribuían al Espíritu algunas funciones especiales. El Espíritu traía la verdad de Dios a las personas. Todo nuevo descubrimiento en cualquier reino del pensamiento es un don del Espíritu. El Espíritu penetra en la mente, y convierte las suposiciones humanas en certeza divina, y cambia la ignorancia humana en conocimiento divino.
(v) El Espíritu capacita a las personas a reconocer la verdad de Dios cuando la ven. Cuando el Espíritu entra en nuestro corazón, nos abre los ojos. Quita los prejuicios que antes nos tenían ciegos. Elimina la propia voluntad que nos tenía en la oscuridad. El Espíritu capacita a la persona para ver.
Tales son los dones del Espíritu como los vio Juan, y tales los que traería el Que había de venir.
El mensaje de Juan: promesa y amenaza
Hay una palabra y una imagen en el mensaje de Juan que combinan la promesa y la amenaza. Juan dice que el Bautismo del que había de venir sería de fuego. En esto del Bautismo de fuego hay tres ideas.
(i) Está la idea de la iluminación. El destello de una llamarada lanza una luz en medio de la noche e ilumina los rincones oscuros. La llama del faro guía al marino al puerto y al viajero a su destino. En el fuego hay luz y guía. Jesús es la luz del faro que guía a la humanidad a la verdad y la dirige a su hogar en Dios.
(ii) Está la idea del calor. Un hombre eminente fue descrito como uno que encendía la chimenea en las habitaciones frías. Cuando llega Jesús a la vida de una persona, enciende su corazón con el calor del amor hacia Dios y hacia sus semejantes. El Cristianismo es la religión del corazón ardiente.
(iii) Está la idea de la purificación. En este sentido, la purificación conlleva destrucción, porque la llama purificadora destruye todo lo falso y deja lo auténtico. La llama templa y fortalece y purifica el metal. Cuando Cristo llega a la vida de una persona, la purga de toda la escoria del mal. Algunas veces tiene que suceder mediante experiencias dolorosas; pero, si creemos que en todas las experiencias de la vida Dios coopera con todas las cosas para nuestro bien, saldremos de ellas con un carácter limpio y purificado de forma que, puros de corazón, podamos ver a Dios.
Así pues, la palabra fuego contiene la iluminación, el calor y la purificación que trae consigo la venida de Jesucristo a nuestro corazón.
Pero hay también una imagen que contiene una promesa y una amenaza: la imagen de la era de la trilla. El bieldo era un palo largo que acababa en un transversal con cuatro puntas de madera que se usaba, como rastrillo hasta hace muy poco en España, para aventar el cereal después de la trilla, lanzándolo al aire de manera que el grano fuera cayendo en un montón mientras que la brisa se llevaba más lejos la paja. Después, el grano se recogía y almacenaba, y la paja se usaba como yesca para encender, cualquier fuego, como el del horno.
La venida de Cristo implica por necesidad separación. Las personas pueden, o aceptarle, o rechazarle. Cuando se encuentran frente a frente con Él, se enfrentan con una elección que no se puede evitar ni posponer indefinidamente. Están por o contra El. Y es precisamente esa elección lo que determina el destino. La separación se hace por la reacción ante Jesucristo.
En el Cristianismo no hay manera de evitar la decisión eterna. En el verde prado de Bedford, Juan Bunyan oyó la voz que le levantó de repente y le dejó mirando a la eternidad: «¿Dejarás tus pecados e irás al Cielo, o seguirás con tus pecados e irás al infierno?» En último análisis esa es la elección de la que nadie se puede evadir.