Los judíos conocían el bautismo; pero lo sorprendente del bautismo de Juan era que él, siendo judío, estaba pidiéndole a los judíos que se sometieran, cuando se suponía que los gentiles eran los únicos que lo necesitaban. Juan había hecho el tremendo descubrimiento de que no era el ser judío en el sentido racial lo que hacía ser miembro del pueblo escogido de Dios; un judío podía encontrarse en exactamente la misma posición que un gentil; no la vida judía, sino la vida limpia era lo que pertenecía a Dios.
El bautismo iba acompañado de la confesión. En cualquier vuelta a Dios, la confesión ha de hacerse a tres personas.
(i) Una persona tiene que hacerse la confesión a sí misma. Es parte de la naturaleza humana el cerrar los ojos a lo que no queremos ver, y sobre todo a nuestros propios pecados. Alguien contó de la siguiente manera cómo dio el primer paso hacia la gracia. Cuando se estaba afeitando una mañana, se miró la cara al espejo, y de pronto se dijo: «¡Eres un cerdo asqueroso!» Y desde ese día empezó a ser otro hombre.
Cuando el hijo pródigo se marchó de casa se creería un tipo simpático y aventurero. Antes de dar el primer paso de vuelta al hogar tuvo que mirarse a sí mismo y decirse: «Me levantaré, y volveré a casa, y le diré a mi padre que soy un desastre.» No hay nadie en todo el mundo a quien nos cueste más trabajo enfrentarnos que a nosotros mismos; y el primer paso al arrepentimiento y a la debida relación con Dios es reconocernos a nosotros mismos nuestro pecado.
(ii) Una persona debe hacer confesión a los que ha ofendido o defraudado. No servirá de mucho el decirle a Dios que lo sentimos hasta que les digamos que lo sentimos a los que hemos ofendido y dañado. Las barreras humanas tienen que desaparecer antes que las barreras divinas.
En la iglesia del Este de África, un hombre y su mujer eran miembros de un grupo. Uno de ellos vino e hizo confesión de que había una pelea en su casa. En seguida el pastor dijo: «No deberías haber venido a confesar esa pelea aquí; deberías haberla resuelto, y entonces venir a confesarla.» Muchas veces puede que nos resulte más fácil hacerle la confesión a Dios que a otras personas. Pero no puede haber perdón sin humillación.
(iii) Uno debe hacer confesión a Dios. El final del orgullo es el principio del perdón. Es cuando uno dice: «He pecado,» cuando Dios tiene ocasión de decir: «Yo te perdono.» No es el que desea encontrarse con Dios en igualdad de términos el que descubre el perdón, sino el que se arrodilla en humilde confesión y musita avergonzado: «Dios, ten piedad de mí, pecador.
Para Lucas, el surgimiento de Juan el Bautista fue una de las bisagras que hicieron girar a la Historia. Hasta tal punto lo considera un acontecimiento importante que lo fecha con no menos de seis datos diferentes.
(i) Tiberio fue el sucesor de Augusto, y por tanto el segundo emperador romano: No después del año 116 12 d.C., Augusto le hizo su colega en el gobierno del imperio, pero no llegó a ser único emperador hasta el año 14 d.C. Por tanto, el año decimoquinto de su mandato imperial sería 28-29 d.C. Lucas empieza a fechar el surgimiento de Juan el Bautista en relación con la historia universal, es decir, con el Imperio Romano.
(ii) Los tres datos siguientes que nos da Lucas se refieren a la organización política de Palestina. El título de tetrarca quiere decir literalmente gobernador de la cuarta parte. En provincias como Tesalia o Galacia, que estaban divididas en cuatro zonas o áreas, se llamaba tetrarca al gobernador de cada una de ellas; pero más tarde el término se hizo más general, y quería decir el gobernador de una parte cualquiera. Herodes el Grande murió el año 4 a.C. después de un reinado de alrededor de 40 años.
Dividió el reino entre tres de sus hijos, y los romanos dieron su aprobación en principio.
(a) A Herodes Antipas le correspondieron Galilea y Perea. Este reinó del 4 a.C. al 39 d.C., y por tanto Jesús vivió durante su reinado, y gran parte de su vida transcurrió en sus dominios de Galilea.
(b) A Herodes Felipe le correspondieron Iturea y Traconítida. Este reinó del 4 a.C. al 33 d.C. Edificó Cesarea de Filipo, a la que le dio su nombre.
(c) A Arquelao le correspondieron Judea, Samaria y Edom. Fue un rey rematadamente malo. Los judíos acabaron por pedir a Roma que lo quitara; y Roma, que estaba impaciente con los continuos problemas de Judea, accedió e instaló a un procurador o gobernador. Así fue como los romanos llegaron a gobernar dírectamente Judea. En este tiempo Pilato era el gobernador romano (25-37 d.C.). Así es que Lucas nos da en una frase, a vista de pájaro, la división del reino que había pertenecido a Herodes el Grande.
(iii) De Lisanias no se sabe prácticamente nada.
(iv) Después de la situación internacional y de la situación en Palestina, Lucas se refiere a la situación religiosa y fecha el surgimiento de Juan el Bautista en el sumo sacerdocio de Anás y Caifás. Nunca hubo dos sumos sacerdotes al mismo tiempo; así es que, ¿qué nos quiere decir Lucas al darnos los dos nombres? El sumo sacerdote era al mismo tiempo el cabeza religioso y civil de la comunidad. En la antigüedad, el puesto de sumo sacerdote había sido hereditario y de por vida; pero con la venida de los romanos había estado sujeto a toda clase de intrigas. El resultado fue que entre los años 37 a.C. y 26 d.C. hubo no menos de veintiocho sumos sacerdotes diferentes. Anás fue sumo sacerdote del 7 al 14 d.C., y por tanto no ocupaba el puesto en este tiempo; pero le sucedieron no menos de cuatro de sus hijos, y Caifás era su yerno. Por tanto, aunque Caifás era oficialmente el sumo sacerdote, Anás era el que mandaba por detrás. Fue por eso por lo que Jesús fue llevado a Anás en primer lugar después de su detención, …y le llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote ese año. Juan 18:13, aunque entonces no era el sumo sacerdote. Lucas asocia su nombre con el de Caifás porque, aunque éste era entonces el sumo sacerdote, Anás era la figura sacerdotal más influyente en el país.