Surgimiento de Juan el Bautista

Puede que haya habido tiempos en los que la Iglesia estaba demasiado ocupada en decirle a la gente lo que no tenía que hacer, y demasiado poco en presentarle la cima del ideal cristiano.

(iii) Juan venía de Dios. Procedía del desierto. Llegó hasta los hombres después de años de solitaria preparación con Dios. Como decía Alexander Maclaren, «fue como si Juan saltara a la palestra plenamente desarrollado y armado.» Y traía, no algunas opiniones personales suyas, sino un mensaje de Dios. Antes de hablar a los hombres había estado largo tiempo en comunión con Dios.

El predicador, el maestro de voz profética, debe siempre venir a presentarse ante los hombres de la presencia de Dios.

(iv) Juan señalaba más allá de sí mismo. Era no solamente una luz que iluminaba el mal, una voz que reprendía el pecado; era también un indicador hacia Dios. No era a sí mismo al que quería que miraran, sino quería prepararlos para que reconocieran al Que había de venir.

Los judíos creían que Elías volvería antes de que llegara el Mesías, y que sería el heraldo del Rey en Su venida. «Yo os envío al profeta Elías antes que llegue el día grande y terrible del Señor» Malaquías 4:5. Juan llevaba una ropa de pelo de camello, sujeta con un cinturón de cuero a la cintura. Esa era la descripción de cómo había ido vestido Elías. 8 Ellos le respondieron: Era un hombre cubierto de pelo, con un cinturón de cuero ceñido a sus lomos. Y él dijo: Es Elías tisbita. 2 Reyes 1:8.

Mateo le conecta con una profecía de Isaías 40:3. 3 Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. En los tiempos antiguos en Oriente, las carreteras eran muy malas. Había un proverbio oriental que decía: «Hay tres situaciones miserables: la enfermedad, el hambre y el viajar.» Antes de ponerse en camino para un largo viaje, se aconsejaba: «Pagar las deudas, proveer para la familia, hacer regalos de despedida, devolver todos los depósitos y hacer acopio de dinero y de buen humor para el viaje; y, por último, decir adiós a todos.» Las carreteras ordinarias no eran más que senderos. No estaban en absoluto pavimentadas, porque el suelo de Palestina es duro, y soporta el tráfico de mulas, borricos, bueyes y carretas. Un viaje por esas carreteras era toda una aventura, y, por supuesto, algo que no se hacía nada más que cuando no se tenía más remedio.

Había algunas carreteras pavimentadas y construidas artificialmente. Josefo, por ejemplo, nos refiere que Salomón cubrió las calzadas que iban a Jerusalén de basalto negro para facilitarles el viaje a los peregrinos y «para hacer alarde del buen estado de la economía de su gobierno.» Todas las carreteras trazadas y pavimentadas las construían los reyes y para el uso de los reyes. De ahí que se las llamara «calzadas reales.» Se mantenían en buen estado de conservación sólo si el rey las necesitaba para sus viajes. Antes de que llegara el rey a una zona, se pregonaba un mensaje para que la gente tuviera la carretera real en orden para la visita del rey.

Juan estaba preparándole el camino al Rey. El predicador y el maestro de voz profética no llaman la atención a sí mismos, sino a Dios. Lo que se propone no es que la gente se fije en su propia inteligencia, sino en la majestad de Dios. El verdadero predicador se hace invisible en su mensaje.

La gente reconocía a Juan como profeta, aun cuando hacía muchos años que no se escuchaba la voz profética, porque era una luz que alumbraba las cosas malas, una voz que convocaba a la justicia, un indicador que señalaba hacia Dios; y porque tenía en sí esa autoridad incontestable que irradian los que vienen de la presencia de Dios a presentarse ante los hombres.

Juan vino anunciando un bautismo de arrepentimiento. Los judíos estaban familiarizados con las abluciones (Acción de purificarse por medio del agua, según ritos de algunas religiones) rituales. Los capítulos del 11 al 15 de Levítico nos las detalla. «Los judíos -dice Tertulianose lavan todos los días porque todos los días están contaminados.» El lavamiento simbólico y el de purificación estaban entretejidos en la misma textura del ritual judío. Un gentil era inmundo por necesidad, porque nunca había cumplido nada de la ley judía. Por tanto, cuando un gentil se hacía prosélito, es decir, cuando se convertía a la fe judía, tenía que someterse a tres cosas. La primera era la circuncisión, que era la señal del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento; la segunda, se tenía que ofrecer un sacrificio por él, porque estaba necesitado de reconciliación con Dios, y sólo la sangre podía hacer expiación por su pecado; y la tercera, tenía que someterse al bautismo, que simbolizaba su purificación de toda la contaminación de su vida pasada. Por tanto, naturalmente, el bautismo no consistía en rociar con un poco de agua, sino en un baño en el que todo el cuerpo se sumergía.

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