Una mujer le dijo una vez al doctor Moody:
—Ore, por favor, por mi esposo inconverso. Hace muchas cosas malas, pero tiene buen corazón.
A lo que respondió el gran evangelista:
—En esto está usted equivocada, señora. Hace cosas malas porque tiene un mal corazón. Del corazón proceden los malos pensamientos, las malas actitudes y acciones. Necesita un nuevo corazón.
El Dios que destruyó a los ángeles se inclina desde Su altísimo trono en la gloria, para hablarle al hombre, Su criatura, y le dice esto: «Ahora, tú has caído de mi gracia al igual que los ángeles; te has descarriado gravemente, y te has apartado de mis caminos; pero, he aquí, Yo voy a enmendar el daño hecho por tu propia mano. No lo hago por ti, sino por amor de Mi nombre. Habiéndote creado una vez, tú atrajiste la ruina sobre ti mismo, pero Yo te voy a crear otra vez. Pondré Mis manos en la obra una segunda vez; una vez más, darás vueltas en la rueda del alfarero, y Yo te haré a ti un vaso para honra, para hacer notorias las riquezas de Mi gloria. Quitaré tu corazón de piedra, y te daré un corazón de carne; te daré un corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de ti.» ¿Acaso no es un portento de la soberanía divina y de la gracia infinita, que los poderosos ángeles fueran arrojados al fuego eterno, y que Dios hiciera un pacto con el hombre, estableciendo que lo renovará y lo restaurará?
Dios no nos promete que mejorará nuestra naturaleza, o que pondrá un remiendo en nuestros quebrantados corazones. No, la promesa es que nos dará nuevos corazones y espíritus rectos. La naturaleza es demasiado depravada para ser remendada. No se trata de una casa que necesita de unas cuantas reparaciones por alguna teja caída del techo por aquí o por allá, o por un pedazo de yeso caído del cielo raso. No, la casa está podrida por completo, y los propios cimientos han sido socavados. No hay un solo trozo de madera que no esté carcomido por el comején, desde el techo más alto hasta su más profundo cimiento. Toda la casa se encuentra en mal estado, hay podredumbre por doquier y está a punto de desplomarse.
Dios no intenta repararla. Él no apuntala las paredes ni repinta su puerta. No la adorna ni la embellece, sino que decide que la vieja casa debe ser arrasada, y que construirá una casa nueva. Está demasiado destruida, repito, para ser reparada. Si sólo requiriese de unas cuantas reparaciones, podrían hacerse. Si únicamente una o dos ruedas de ese grandioso ente llamado «naturaleza humana» estuvieran descompuestas, entonces su Autor podría componerlas. Podría reemplazar los dientes rotos de la rueda, o sustituir toda la rueda, y la máquina quedaría como nueva. Pero no, toda ella es irreparable. No hay una sola palanca que no esté rota; ningún eje que no esté torcido; y ni una sola rueda que pueda mover a las demás. Toda la cabeza está enferma y todo el corazón desfalleciente. Desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza, por todas partes, se encuentran heridas y magulladuras y llagas putrefactas. Por lo tanto, el Señor no intenta la reparación de estos seres, sino que les dice: «Les daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra. No intentaré ablandarlo. Dejaré que siga siendo tan duro como siempre ha sido, pero lo quitaré, y les daré un corazón nuevo, y será un corazón de carne.»