Santiago 5: Los ricos injustos, señal del fin

¡Oigan esto, ustedes los ricos! ¡Lloren y griten por las desgracias que van a sufrir! Sus riquezas están podridas; sus ropas, comidas por la polilla. Su oro y su plata se han enmohecido, y ese moho será una prueba contra ustedes y los destruirá como fuego. Han amontonado riquezas en estos días, que son los últimos.

En los primeros seis versículos de este capítulo, Santiago se propone dos cosas. La primera, mostrar lo totalmente inútiles que son las riquezas terrenales; y la segunda, mostrar el carácter detestable de los que las poseen. Al hacerlo, espera prevenir a sus lectores para que no pongan sus esperanzas en las cosas terrenales. Si supierais lo que hacéis, les dice a los ricos, lloraríais y lamentaríais el terror del juicio que se os viene encima el Día del Señor. La palabra que usa para lamentar aumenta el realismo del cuadro. Es el verbo odolythein, palabra onomatopéyica que sugiere el sentido por su sonido. Quiere decir aún más que lamentar: chillar, aullar (como dice la Reina Valera), dar alaridos, ulular; describe el terror pánico de los que se tienen que enfrentar con el juicio de Dios (Isaías 13:6; 14:31; 15:2s; 16:7; 23:1,14; 65:14; Amós 8:3). Podríamos decir que es la palabra que describe a los que pasan los tormentos dantescos de los condenados. En todo este pasaje encontramos palabras pictóricas y escogidas cuidadosamente. En Oriente había tres fuentes principales de riqueza, y Santiago usa una palabra para describir la descomposición de cada una. La palabra para pudrirse (sépein) sugiere que se trata de los cereales y los alimentos en general. Las ropas también eran una riqueza en Oriente. José les dio mudas de ropas a sus hermanos (Génesis 45:22). Fue el hermoso manto babilónico el que hizo que Acán atrajera el juicio de Dios sobre la nación y la muerte sobre su familia entera (Josué 7: 21). Fue una muda de ropa el premio que prometió Sansón al que descifrara su acertijo (Jueces 14:12). Y fue la ropa que trajo Naamán como regalo para el profeta de Israel lo que despertó la codicia de Guiezi (2 Reyes 5:5, 22). Pablo aseguraba que no había codiciado el dinero ni la ropa de nadie (Hechos 20:33). La polilla echará a perder esa ropa tan espléndida (sétobrótos, cp. Mateo 6:19). El clímax de la descomposición llega al final de la lista. Hasta el oro y la plata se corroerán totalmente (katiústhai). Lo extraordinario es que el oro y la plata son incorruptibles; pero Santiago advierte de la manera más viva que hasta lo más precioso y aparentemente indestructible será destruido. La roña es la prueba de que todas las cosas terrenales no tienen permanencia ni valor reales. Más aún: son una advertencia de la muerte. El deseo de estas cosas es como una roña mortal que se va apoderando de los cuerpos y las almas. Y entonces llega el sádico sarcasmo. ¡Pues sí que es un tesoro precioso el que ha amasado el que pone su delicia en estas cosas, que piensa que le va a durar siempre! Todo lo que quedará de él será un fuego devorador que lo aniquilará todo y a él mismo totalmente. Santiago está convencido de que el concentrarse en las cosas materiales es no sólo entregarse a fantasías fugaces, sino acosas que generan la destrucción total de la persona.

Ni siquiera un lector casual de la Biblia puede dejar de advertir la pasión social que rezuman todas sus páginas. No hay libro que condene la riqueza deshonesta y egoísta con una pasión semejante. El profesor J. E. McFadyen llamaba al libro del profeta Amós «Un clamor por justicia social.» Amós condena a los que almacenan violencia y rapiña en sus palacios (Amós 3:10). Condena a los que pisotean a los pobres, teniendo ellos casas de piedra labrada y jardines paradisíacos que, por la ira de Dios, no gozarán jamás (Amós 5:11). Despliega su ira contra los que dan menos peso y medida escasa, que compran a los pobres por dinero y a los necesitados por un par de zapatos, y que venden abusivamente hasta los desechos del trigo. «No me olvidaré jamás de todas sus obras,» dijo Dios (Amós 8:4-7). Isaías acusa a los que se construyen grandes propiedades añadiendo casa a casa y terreno a terreno (Isaías 5: 8). El sabio insiste en que el que confía en las riquezas caerá (Proverbios 11:28). Lucas cita lo que dijo Jesús: «¡Ay de vosotros los ricos!» (Lucas 6:24). Los ricos tienen difícil el entrar en el Reino de Dios (Lucas 18:24). La riqueza es una red: los ricos están expuestos a concupiscencias estúpidas y peligrosas que conducen a la ruina, porque el amor al dinero es la raíz de todos los males (1 Timoteo 6:9s). En la literatura intertestamentaria resuena la misma nota. «Ay de vosotros, los que adquirís plata y oro injustamente. . . Perecerán con sus posesiones, y sus espíritus serán arrojados con vergüenza al horno de fuego» (Enoc 97: 8). En la Sabiduría de Salomón hay un pasaje salvaje en el que el sabio hace hablar al rico egoísta sobre su forma de vivir comparada con la de los justos. «¡Venga ya! Disfrutemos de las cosas buenas del presente, y démonos prisa a usar de las cosas creadas como en la juventud. Llenémonos de vinos costosos y de ungüentos; y que no se nos escape ninguna flor de la primavera. Coronémonos de rosas antes que se sequen. Que no haya prado que no atraviese nuestro lujo. Que ninguno de nosotros se prive de nada en materia de placeres; dejemos señales de nuestro regocijo en todos los lugares; porque esta es nuestra parte, y nuestra suerte. Oprimamos al pobre que sea justo, no tengamos compasión de la viuda, ni respeto a las canas del anciano. . . Por tanto, acechemos a los íntegros; porque no es de los nuestros, y sí contrario a todo lo que hacemos; nos acosa con nuestras desobediencias a la ley, y objeta a nuestra infamia, los pecados de nuestra manera de vivir» (Sabiduría de Salomón 2:6-12). Uno de los misterios del pensamiento social es el que la religión cristiana llegara a considerarse «el opio del pueblo,» o tomarse por un asunto otro mundista. No hay libro en ninguna literatura que hable tan explosivamente de la injusticia social como la Biblia, ni que haya actuado tan poderosamente en la dinámica social. No condena la riqueza como tal; pero no hay libro que insista más en la responsabilidad de la riqueza y en los peligros que acechan al que tiene abundancia de las cosas de este mundo.

El pago que no les dieron a los hombres que trabajaron en su cosecha, está clamando contra ustedes; y el Señor todopoderoso ha oído la reclamación de esos trabajadores. Aquí en la tierra se han dado ustedes una vida de lujo y placeres, engordando como ganado, ¡y ya llega el día de la matanza! Ustedes han condenado y matado a los inocentes sin que ellos opusieran resistencia.

Aquí tenemos la condenación de la riqueza egoísta y avasalladora, y el fin al que conduce.

(i) Los ricos egoístas han obtenido su riqueza injustamente. La Biblia no deja lugar a dudas de que el obrero es digno de su salario (Lucas 10:7; 1 Timoteo 5:18). Los jornaleros vivían entonces en Palestina al borde de la pobreza. El jornal era escaso; les resultaba imposible ahorrar nada; y si se les retenía el jornal, aunque fuera sólo por un día, sencillamente ni él ni su familia podían comer. Era por eso por lo que las misericordiosas leyes de la Escritura insistían una y otra vez en el pago puntual del salario del jornalero. «No oprimirás al jornalero pobre y menesteroso, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros que habitan en tu tierra dentro de tus ciudades; en su día le darás su jornal, y no se pondrá el sol sin dárselo; pues es pobre, y con él sustenta su vida; para que no clame contra ti al Señor, y sea en ti pecado» (Deuteronomio 24:14s). «No oprimirás a tu prójimo, ni le robarás. No retendrás el salario del jornalero en tu casa hasta la mañana» (Levítico 19:13). «No digas a tu prójimo: Anda, y vuelve, y mañana te daré, cuando tienes contigo qué darle» (Proverbios 3:28). «¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!» (Jeremías 22:13). «Los que defraudan en su salario al jornalero» están bajo el juicio de Dios (Malaquías 3:5). «El pan de los menesterosos es la vida de los pobres; el que de él los defrauda, es varón de sangres. El que al prójimo quita el mantenimiento, lo mata; y el que defrauda al jornalero de su jornal, sangre derrama» (Eclesiástico 34:25s, Biblia del Oso). «No quede contigo el jornal de cualquiera que hubiere obrado por ti; mas antes se lo paga luego» (Tobías 4:15, B. O. ). La ley de la Biblia no es en nada menos que la constitución para los obreros. La preocupación social de la Biblia se expresa en palabras de la Ley y de los Profetas y de los Sabios por igual. ¡Santiago dice que los gritos de los cosechadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos! Los ejércitos son los ejércitos de los cielos, las estrellas y los cuerpos celestes. La Biblia enseña en todas sus partes que el Señor del universo se preocupa de los derechos de los trabajadores.

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