Santiago 2: La fe y las discriminaciones

Ustedes deben hablar y portarse como quienes van a ser juzgados por la ley que nos trae libertad. Pues los que no han tenido compasión de otros, sin compasión serán también juzgados, pero los que han tenido compasión saldrán victoriosos en la hora del juicio.

Hablad y obrad como los que habéis de ser juzgados bajo la ley de la libertad. Porque el que obra sin misericordia se enfrentará con un juicio sin misericordia. La misericordia triunfa sobre el juicio.

Al llegar al final de esta sección, Santiago les recuerda a sus lectores dos grandes hechos de la vida cristiana.

(i) El cristiano vive bajo la ley de la libertad, y es de acuerdo con ella como se le juzgará. Lo que quiere decir es lo siguiente. A1 contrario que los fariseos y los judíos ortodoxos, el cristiano no es una persona cuya vida se rija por las presiones exteriores de toda una serie de reglas y de normas que se le imponen desde fuera, sino por la obligación interior del amor. Sigue el buen camino, que es el del amor a Dios y a sus semejantes, no porque se lo imponga ninguna ley externa o porque le aterre la amenaza de los castigos, sino porque el amor de Cristo que tiene en el corazón le hace desearlo.

(ii) El cristiano debe tener siempre presente que sólo el que tiene misericordia encontrará misericordia. Este es un principio de se encuentra en toda la Sagrada Escritura. Ben Sirá escribía: «Perdónale a tu prójimo el perjuicio que te ha causado, para que también a ti se te perdonen tus pecados. Una persona le tiene odio a otra; ¿y busca el perdón de Dios? No tiene misericordia de uno que es como él, ¿y pide perdón por sus propios pecados?» (Eclesiástico 28:2-5).

Jesús decía: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mateo 5:7). «Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no les perdonáis sus ofensas a vuestros semejantes, tampoco vuestro Padre os perdonará las vuestras «(Mateo 6:14s). «No juzguéis, y no se os someterá a juicio; porque el juicio que se os aplicará será el que hayáis pronunciado vosotros» (Mateo 7:1 s). Y también nos cuenta Jesús la sentencia condenatoria que le cayó al siervo que se negó a perdonar a su consiervo, aunque su Amo le había perdonado a él una deuda mucho mayor; y termina la parábola diciendo: «Eso es lo que os hará vuestro Padre celestial a cada uno de vosotros si no perdonáis de corazón a vuestro hermano» (Mateo 18:22-35).

La enseñanza de la Escritura es unánime en el sentido de que, el que quiera que se tenga misericordia de él, deberá tenerla de sus semejantes. Y Santiago llega aún más lejos: porque acaba diciendo que la misericordia triunfa en el juicio; con lo que quiere decir que el Día del Juicio, el que haya tenido misericordia verá que su misericordia ha llegado hasta a borrar sus propios pecados.

Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: «Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran», pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve? Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta. Uno podrá decir: «Tú tienes fe, yo tengo hechos. Muéstrame tu fe sin hechos; yo, en cambio, te mostraré mi fe con mis hechos.» Tú crees que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero los demonios también lo creen, y tiemblan de miedo. No seas tonto, y reconoce que si la fe que uno tiene no va acompañada de hechos, es una fe inútil. Dios aceptó como justo a Abraham, nuestro antepasado, por lo que él hizo cuando ofreció en sacrificio a su hijo Isaac. Y puedes ver que, en el caso de Abraham, su fe se demostró con hechos, y que por sus hechos llegó a ser perfecta su fe. Así se cumplió la Escritura que dice: «Abraham creyó a Dios, y por eso Dios lo aceptó como justo.» Y Abraham fue llamado amigo de Dios. Ya ven ustedes, pues, que Dios declara justo al hombre también por sus hechos, y no solamente por su fe. Lo mismo pasó con Rahab, la prostituta; Dios la aceptó como justa por sus hechos, porque dio alojamiento a los mensajeros y los ayudó a salir por otro camino. En resumen: así como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe está muerta si no va acompañada de hechos.

Este es un pasaje que debemos tomar en conjunto antes de estudiarlo por partes, porque se usa muy a menudo para demostrar que Santiago y Pablo no estaban de acuerdo. Se supone que Pablo hace hincapié en que somos salvos por la fe sola, y que las obras no cuentan para nada en el proceso salvífico. «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (Romanos 3:28). «. . . sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo. . . por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado» (Gálatas 2:16). A veces se afirma que Santiago, no sólo difiere de Pablo, sino que le contradice abiertamente. Esta, es una cuestión que debemos investigar.

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