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Santiago 2: La fe y las discriminaciones

No es la riqueza lo que condena Santiago, sino la conducta dé los ricos despiadados. Eran los ricos los que blasfemaban el Nombre que invocaban los pobres. Tal vez se refiera al nombre de cristianos que los de Antioquía les pusieron de mote burlesco a los seguidores de Cristo; o puede que fuera el nombre de Cristo que se pronunciaba sobre los cristianos en el bautismo.

La palabra que usa Santiago es epikaléisthai, que era la que se usaba cuando una mujer tomaba el nombre del marido al casarse, o un chico, al que se ponía el nombre del padre cuando le reconocía. El cristiano toma el nombre de Cristo; se llama cristiano por su relación con Cristo, como si en el bautismo naciera y fuera reconocido como miembro de la familia de Cristo. Los ricos y los amos tendrían muchas razones para injuriar el nombre de cristiano. Un esclavo que se hacía cristiano daba muestras de una nueva independencia; ya no se arrastraría ante el poder de su amo, el castigo dejaría de atemorizarle y aparecería ante el amo revestido de una nueva personalidad. Tendría una nueva honradez. Eso le haría mejor hasta como esclavo, pero querría decir que ya no sería un instrumento dócil de su amo para las acciones bajas y miserables como tal vez lo había sido antes. Tendría un nuevo sentido de la adoración; e insistiría en dejar su trabajo temporalmente el Día del Señor para ir al culto con el pueblo de Dios. Al amo no le faltarían razones para insultar el nombre de cristiano y para maldecir a Cristo.

Ustedes hacen bien si de veras cumplen la ley suprema, tal como dice la Escritura: «Ama a tu prójimo como a ti mismo.» Pero si hacen discriminaciones entre una persona y otra, cometen pecado y son culpables ante la ley de Dios. Porque si una persona obedece toda la ley, pero falla en un solo mandato, resulta culpable frente a todos los mandatos de la ley. Pues el mismo Dios que dijo: «No cometas adulterio», dijo también: «No mates.» Así que, si uno no comete adulterio, pero mata, ya ha violado la ley.

Si cumplís de veras la ley regia como se encuentra en la Escritura: «Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo,» hacéis bien. Pero si hacéis discriminación con las personas, cometéis pecado y sois culpables de haber quebrantado la ley. Porque, si una persona cumple toda la ley a excepción de un solo punto en el que falla, es culpable de haber quebrantado la ley en general. Porque el Que dijo: «No cometas adulterio,» también dijo: «No mates.» Si no cometes adulterio pero matas, ya eres transgresor de la ley.

La conexión de este pensamiento con el anterior es la siguiente: Santiago ha condenado la actitud de los que tratan con un respeto especial a los ricos que entran en su iglesia. Pero –podrían contestarle–, la ley me manda amar a mi prójimo como a mí mismo. Por tanto, tenemos la obligación de recibir cortésmente a los que vienen a la iglesia. Está bien –responde Santiago–; si tratas con cortesía a esa persona porque la amas como a ti mismo,, y le das la bienvenida que querrías que te dieran a ti en su caso, eso está bien. Pero, si le das una bienvenida especial porque es rico, ese acto de discriminación es pecado, y lejos de estar guardando la ley, lo que estás haciendo es quebrantarla. Tú no amasa tu prójimo; porque no tratarías con desprecio al pobre si le amaras. Lo que amas es la riqueza…, ¡y eso sí que no es lo que manda la ley!

Santiago llama al gran mandamiento de amar al prójimo como a nosotros mismos la ley regia. Eso puede querer decir varias cosas. Puede querer decir que es la ley de suprema excelencia; o que es la ley dada por el Rey de reyes; o la reina de todas !as leyes; o la ley que hace reyes a los hombres y que es digna de reyes. El cumplir esa ley suprema es llegar a ser rey de uno mismo y un rey entre los demás. Es una ley diseñada para los que tienen una dignidad regia, y que se la confiere a las personas.

Santiago prosigue estableciendo un gran principio acerca de la ley de Dios. El quebrantar cualquier parte de ella es ser un transgresor. Los judíos solían considerar la ley como una serie de mandamientos independientes. El guardar uno era adquirir un crédito; el quebrantarlo era incurrir en una deuda. Uno podía sumar los que guardaba y restar los que desobedecía, y tener un balance positivo o negativo. Había un dicho rabínico: «Al que sólo cumple una ley, se le asigna una cosa buena; se le alarga la vida, y heredará la tierra.» También muchos rabinos mantenían que «El sábado pesa más que todos los demás preceptos;» por tanto, el que guardaba el sábado era como si hubiera cumplido toda la ley.

Santiago veía que la totalidad de la ley era la voluntad de Dios; el quebrantar cualquiera de sus partes era infringir esa voluntad y, por tanto, cometer un pecado. Eso no cabe duda de que es cierto. El quebrantar cualquier parte de la ley es ser un transgresor en principio. Hasta bajo las leyes humanas, uno es considerado culpable cuando ha incumplido una ley determinada. Así es que Santiago concluye: «No importa lo bueno que seas en otras áreas; si haces discriminación cuando tratas a las personas, has actuado contra la voluntad de Dios y has quebrantado Su ley.» Hay aquí una gran verdad que es pertinente y práctica. Podemos expresarla más sencillamente. Uno puede ser en casi , todos los sentidos una buena persona; pero se puede echar a perder sólo por una falta. Puede que sea moral en sus acciones, puro en su conversación, meticuloso en su religión; pero, si es rígido y antipático, intolerante y creído, eso echa a perder todas sus virtudes. Haríamos bien en recordar que, aunque pretendamos haber hecho muchas buenas obras y haber resistido muchas malas influencias, puede que haya algo en nosotros que estropea todo lo demás.

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