Santiago 1: Saludo

Santiago insiste en que, lejos de tentar al hombre, los dones de Dios son invariablemente buenos. En todos los azares y avatares –vicisitudes– de un mundo cambiante, nunca cambian. Y el fin supremo de Dios es re-crear la vida mediante la verdad del Evangelio para que la humanidad sepa que Le pertenece a Él.

Recuerden esto, queridos hermanos: todos ustedes deben estar listos para escuchar; en cambio deben ser lentos para hablar y para enojarse. Porque el hombre enojado no hace lo que es justo ante Dios.

Ha habido pocos sabios que no se hayan dado cuenta de los peligros que entraña el estar demasiado dispuestos para hablar y demasiado poco para escuchar. Se podría trazar una lista interesante de cosas en las que es mejor ser rápido y de cosas es las que es mejor ser lento. En Los dichos de los padres de la Mishná leemos: «Hay cuatro clases de discípulos: los rápidos para escuchar y rápidos para olvidar (lo que ganan por un lado lo pierden por otro); lentos para escuchar y lentos para olvidar (compensan lo que pierden con lo que ganan); rápidos para escuchar y lentos para olvidar (esos son los sabios), y lentos para escuchar y rápidos para olvidar (no valen para nada).» Ovidio recomendaba a los hombres que fueran lentos para castigar, pero rápidos para premiar. Filón aconsejaba a un hombre que fuera rápido para beneficiar a los demás, y lento para hacerles ningún daño.

En particular, a los sabios les impresionaba la necesidad de ser lentos para hablar. Rabí Simeón decía: «Todos mis días he crecido entre los sabios, y no he encontrado nada tan bueno para un hombre como el silencio. . . El que multiplica las palabras da ocasión al pecado.» Jesús ben Sirá escribe en el Eclesiástico: «Sé rápido para escuchar la palabra para poder entender. Si tienes entendimiento, responde a tu vecino; si no, tápate la boca con la mano, no sea que se te sorprenda en una palabra impertinente y quedes mal» . Proverbios está lleno de los peligros de precipitarse a hablar. «Cuando se multiplican las palabras, no falta la transgresión; pero el prudente refrena sus labios» (10:19). «El que controla la boca conserva la vida; él que abre los labios más de la cuenta acaba en ruina» (13:3). «Hasta a un necio que guarda silencio se le toma por sabio» (17:28). «¿Te fijas en el que se precipita a hablar? Más se puede esperar de un tonto que de él» (29:20). Hort dice que el que es bueno de veras está más deseoso de escuchar a Dios que de pregonar sus opiniones ruidosa, estridente y arrogantemente.

Los autores clásicos tenían la misma idea. Zenón decía: «Tenemos dos orejas, pero una sola boca para que aprendamos a oír más y hablar menos.» Cuando le preguntaron a Demonax cómo se podía gobernar mejor, contestó: «Sin ira, hablando poco y escuchando mucho.» Bías decía: «Si aborreces el hablar precipitadamente, no caerás en el error.» Una vez alabaron a un gran lingüista diciendo que podía guardar silencio en siete idiomas diferentes.

Muchos de nosotros haríamos bien en hablar menos y escuchar más. El consejo de Santiago es que también debemos ser lentos para indignarnos. Probablemente está saliendo al paso de algunos que dicen que a veces tienen que ponerse incandescentes de ira para reprender o denunciar el mal. Y hay mucho de verdad en eso, porque el mundo estaría peor todavía sin los que exponen y condenan los abusos y las tiranías del pecado. Pero demasiado a menudo se despotrica petulantemente y con una actitud intolerante y condenatoria. El maestro tiene la tentación de enfadarse con los lentos y torpes, y todavía más con los perezosos. Pero, excepto en las más raras ocasiones, conseguirá mejores resultados animando que azotando, aunque sea sólo con la lengua. El predicador tendrá la tentación de enfurecerse. Pero «¡No eches la bronca!» es un buen consejo que se le puede dar siempre, porque perderá su autoridad siempre que deje de mostrar con sus gestos o sus palabras que ama a su gente. Cuando la ira en el púlpito da la impresión de disgusto o desprecio, no puede convertir las almas. Los padres tienen la tentación de ponerse furiosos; pero eso es más probable que produzca una actitud más testaruda de resistencia a dejarse controlar o dirigir. El acento del amor tiene siempre más poder que el de la ira; y cuando la ira se convierte en una constante irritación y en un disgusto petulante, hace más mal que bien. El ser lentos para hablar, lentos para airarnos, prontos para escuchar, es siempre una buena táctica en la vida.

Así pues, despójense ustedes de toda impureza y de la maldad que tanto abunda, y acepten humildemente el mensaje que ha sido sembrado; pues ese mensaje tiene poder para salvarlos.

Santiago usa una serie de palabras y figuras gráficas. Le dice a sus lectores que se despojen de todos los vicios e inmundicias. La palabra que usa para despojarse es la que se usa para quitarse la ropa. Exhorta a sus lectores a que se desembaracen de toda corrupción como el que se quita de encima una ropa sucia y asquerosa, o como la serpiente que se desembaraza de la piel vieja. Las dos palabras que usa para inmundicia son gráficas. La que hemos traducido por inmundicia es ryparía; se puede referir a la suciedad que mancha la ropa y ensucia el cuerpo; pero tiene otra connotación muy interesante. Se deriva de rypos; y cuando rypos se usa en un contexto médico quiere decir el cerumen de los oídos. Es posible que tenga aquí ese sentido; y entonces sería que Santiago está diciendo a sus lectores que se limpien de todo lo que les cierre los oídos a la verdadera Palabra de Dios. Cuando se acumula la cera en los oídos puede dejarle a uno sordo; y los pecados pueden hacer que una persona sea insensible a la voz de Dios.

Además, Santiago habla de la excrecencia (perisseía) del vicio. Piensa en el vicio como un crecimiento canceroso que hay que cortar para salvar la vida. Les exhorta a recibir la palabra implantada con gentileza. La palabra que usa para implantada, es émfytos, que tiene dos significados principales.

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