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Santiago 1: Saludo

La instrucción de los padres puede reportar una corona de gracia a los que la cumplen (Proverbios 1: 9; la sabiduría proporciona una corona de gloria (Proverbios 4: 9):

No tenemos que escoger entre esos sentidos; todos están incluidos. El cristiano tiene una felicidad que no tiene nadie más. La vida es para él como un estar siempre de fiesta. Participa de una realeza que nadie más conoce; porque; aunque sea humilde en la Tierra, es hijo de Dios. Tiene una victoria que otros no pueden ganar, porque se enfrenta con la vida y todas sus demandas con el poder conquistador de la presencia de Jesucristo. Tiene una nueva dignidad, porque se da cuenta de que Dios le valoró al precio de sangre de Jesucristo.

¿Qué es la corona? La corona de la vida. Y esa frase quiere decir la corona que consiste en la vida. La corona del cristiano es una nueva clase de vida que es la vida verdadera; mediante Jesucristo ha entrado en una vida más abundante.

Santiago dice que si el cristiano se enfrenta con las pruebas de la vida con la firme constancia que Cristo da, la vida se le convierte en algo infinitamente más espléndido que antes. La lucha es el camino a la gloria, y la misma lucha es ya gloria.

Que nadie diga cuando es tentado: «¡Esta tentación es cosa de Dios!» Porque a Dios no Le puede tentar el mal, ni Él tienta a nadie. La tentación ataca a las personas cuando sus propios deseos les tienden la trampa y las seducen; luego el deseo concibe y da a luz el pecado, y cuando el pecado ha llegado a su pleno desarrollo genera la muerte.

Los chinos tiene un dicho que dice: «Jamás vuela un pájaro tan lejos sin que su cola lo siga» . En otras palabras, nadie escapa de las consecuencias de sus actos. La anterior es una verdad que se cumple especialmente en lo que concierne al pecado: «[…] sabed que vuestro pecado os alcanzará» Números 32-33
Tras este pasaje se encuentra una idea judía a la que somos propensos todos en cierta medida. Santiago está corrigiendo aquí a los que Le echan las culpas de la tentación a Dios.

La teología hebrea se debatía ante la división interior que se da en todas las personas. Era el problema que acechaba a Pablo: «Me encanta la Ley de Dios en lo más íntimo de mi ser, pero descubro otra ley en mis miembros que le hace la guerra a la ley de mi mente y que me lleva cautivo a la ley del pecado que habita en mis miembros» Romanos 7:22s.

Hay dos fuerzas que tiran de la persona en sentidos opuestos. Simplemente como una interpretación de su experiencia personal, los judíos llegaron a la doctrina de las dos tendencias. Las llamaban yétser ha-tób y yétser ha-rá; la tendencia al bien y la tendencia al mal. Era una manera de plantear el problema, pero no de resolverlo. En particular, no decía de dónde procedía la tendencia al mal; así es que el pensamiento judío se propuso explicarlo.

El autor del Eclesiástico estaba profundamente impresionado con la confusión que crea la tendencia al mal. «¿Oh, Yétser ha-Rál, ¿por qué se te permitió llenar la Tierra con tus engaños?» (Eclesiástico 37:3). Según su punto de vista, la tendencia al mal venía de Satanás, y la defensa del hombre era su propia razón. «Dios hizo al hombre en el principio, y le entregó en manos del que le hizo su presa. Le dejó en poder de su albedrío. Si es tu voluntad, observarás los mandamientos, y la fidelidad depende de lo que tú quieras» (Eclesiástico 15:14s).

Había autores judíos que remontaban esta tendencia al mal al Jardín del Edén. En el libro apócrifo Vida de Adán y Eva se cuenta así la historia: Satanás tomó la forma de un ángel y, hablando por medio de la serpiente, puso en Eva el deseo del fruto prohibido y la hizo jurar que también le daría el fruto a Adán. «Cuando me hizo jurarlo -decía Eva- se subió al árbol. Pero en el fruto que me dio a comer puso el veneno de su malicia, es decir, de su concupiscencia. Porque la concupiscencia es el principio de todo pecado. E inclinó la rama hacia la tierra, y yo tomé el fruto y lo comí.» Aquí fue el mismo Satanás el que consiguió introducir la tendencia al mal en el hombre, que se identifica con la concupiscencia de la carne. Un desarrollo posterior de la historia fue que el principio de todo pecado fue el deseo que Satanás tenía de Eva.

El apócrifo Libro de Enoc tiene dos teorías. Una es que los ángeles caídos fueron los responsables del pecado (85). La otra, que el responsable fue el mismo hombre. «El pecado no se envió a la Tierra, sino que el mismo hombre lo creó» (98:4).

Pero todas esas teorías simplemente empujan el problema otro paso más atrás. Satanás puede que pusiera la tendencia al mal en la persona humana; o lo hicieron los ángeles caídos; o puede haber sido el mismo ser humano el que se lo introdujo. Pero, ¿de dónde procede en última instancia? Para resolver este problema, algunos rabinos dieron un paso atrevido y peligroso. Arguyeron que, como Dios había creado todas las cosas, tiene que haber creado también la tendencia al mal. De ahí los dichos rabínicos «Dios dijo: «Me arrepiento de haber creado la tendencia al mal en el hombre; porque, si no lo hubiera hecho, no se habría rebelado contra Mí. Yo creé la tendencia al mal, creé la Ley como un remedio. Si te ocupas de la Ley, no caerás en su poder. Dios colocó la tendencia al bien en la mano derecha del hombre, y la tendencia al mal en su izquierda.» El peligro es obvio. Quiere decir que en último análisis el hombre puede echarle las culpas a Dios por su propio pecado. Puede decir, como dijo Pablo: «Ya no soy yo el que lo hace, sino el pecado que habita en mí» Romanos 7:15-24. De todas las doctrinas extrañas, la más extraña es la que hace a Dios responsable del pecado en última instancia.

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