Santiago 1: Saludo

Santiago l: 5-8

Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará; pues Dios da a todos sin limitación y sin hacer reproche alguno. Pero tiene que pedir con fe, sin dudar nada; porque el que duda es como una ola del mar, que el viento lleva de un lado a otro. Quien es así, no crea que va a recibir nada del Señor, porque hoy piensa una cosa y mañana otra, y no es constante en su conducta.

Si cualquiera de vosotros saca insuficiente en sabiduría, que se la pida a Dios que da generosamente a todo el mundo sin humillar a nadie, y se le dará. Que la pida con fe, sin albergar dudas en su mente; porque el que se debate entre dudas es como el oleaje del mar, impulsado por el viento de acá para allá. Que no se crea esa persona que va a recibir nada del Señor, una persona de mentalidad dividida, inconstante en todo lo que emprende.

Hay una íntima relación entre este pasaje y el anterior. Santiago acaba de decirles a sus lectores que, si usan todas las experiencias que son pruebas en la vida de una manera debida, saldrán de ellas con la constancia a toda prueba que es la base de todas las virtudes. Pero; inmediatamente, surge la pregunta: «¿Dónde puedo yo encontrar la sabiduría y la inteligencia que necesito para usar estas experiencias probatorias de la manera debida?» La respuesta de Santiago es: «Si uno se da cuenta de que no tiene la sabiduría necesaria para usar debidamente las experiencias de la vida y no hay nadie que la posea por sí mismo, que se la pida a Dios.»

Hay algo que sobresale aquí. Para Santiago, el maestro cristiano con un trasfondo judío, la sabiduría es una cosa práctica. No es la especulación filosófica o el conocimiento intelectual; su esfera son las cosas de la vida. Los estoicos definían la sabiduría como «el conocimiento de lo humano, y lo divino.» Pero Ropes define esta sabiduría cristiana como «la cualidad suprema y divina del alma que le permite a la persona conocer y practicar la integridad.» Hort la define como «ese talento del corazón y de la mente que se necesita para vivir como Dios manda.» En la sabiduría cristiana hay, desde luego, un conocimiento de las cosas profundas de Dios; pero es esencialmente práctico. Es un conocimiento tal que pasa a la acción en las decisiones y relaciones personales de la vida cotidiana. Cuando una persona Le pide a Dios esta sabiduría, debe tener presentes dos cosas.

(i) Debe recordar cómo da Dios: da generosamente y sin humillar a nadie. «Toda sabiduría viene del Señor y está con Él para siempre» (Eclesiástico, este libro de sabiduría es considerado por los protestantes como apócrifo, mas su lectura resulta provechosa y edificante. Algunas importantes Biblias protestantes, como la del Rey Jacobo [I de Escocia e Inglaterra], la famosa King James, así como la Reina Valera castellana, en sus ediciones original de Reina (1569) y revisada de Valera (1602), incluyen este libro, así como los otros libros «deuterocanónicos).

Pero los sabios judíos se daban perfecta cuenta de que el mejor regalo del mundo se puede echar a perder por la forma de darlo. Tenían mucho que decir acerca de la manera de dar que tienen los tontos. «Hijo mío, no estropees tus buenas obras, ni uses palabras impertinentes cuando das algo. . . Fíjate: ¿No es una palabra mejor que un regalo? Pero las dos cosas se encuentran en un hombre generoso. Un idiota reprende groseramente, y el regalo del envidioso consume los ojos» («produce lágrimas» ) (Eclesiástico 18:15-18; cp. 20:14s). El mismo escritor advierte contra «las reprimendas ante los amigos» (Eclesiástico 41:22). Hay una clase de dar que se practica con la intención de obtener más de lo que se da. El que da nada más que para satisfacer su propia vanidad y su complejo de superioridad, colocando al que recibe bajo una obligación que no podrá olvidar jamás; el que da, y luego no deja de echar en cara lo que ha dado.

Pero Dios da con generosidad. Filemón, el poeta griego, llamaba a Dios «el Que ama los regalos,» no en el sentido de que Le guste recibir regalos, sino de que Le encanta darlos. Y Dios no echa luego en cara nada de lo que da. Da con todo el esplendor de Su amor, porque Le es absolutamente natural el dar.

(ii) Debe recordar cómo debe pedir el necesitado: Debe pedir sin dudas. Debe estar seguro, tanto de que Dios puede, como de que tiene voluntad de dar. Si lo pide con dudas, su mente está como el oleaje, a merced del viento que lo impulsa de un lado para otro. Mayor dice, que es como un corcho arrastrado por las olas, ahora cerca de la playa, luego cada vez más lejos. Tal persona es inestable en todas sus actuaciones. Hort sugiere que se trata de la imagen de uno que va borracho, dando traspiés de un lado a otro de la calle y sin que se pueda saber adónde va. Santiago dice claramente que tal persona es dípsyjos, que quiere decir literalmente que tiene dos almas, o dos mentes, en su interior: una cree, y la otra no cree; y es como una guerra civil en persona; porque la confianza y la desconfianza en Dios están librando una batalla continua la una contra la otra. Si vamos a usar las experiencias de la vida como es debido para obtener un carácter íntegro, tenemos que pedirle a Dios sabiduría. Y cuando Se la pidamos, debemos tener presente la generosidad absoluta que Le caracteriza, y estar seguros de que pedimos creyendo que vamos a recibir lo que Dios sabe que es bueno y conveniente que tengamos.

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