(i) Puede querer decir congénita o innata, lo contrario de adquirida. Si Santiago la usaba en ese sentido estaba pensando lo mismo que Pablo cuando decía que los gentiles hacen las obras de, la ley de una manera natural porque tienen una especie de ley en sus corazones (Romanos 2:14s); es la misma figura que encontramos en el Antiguo Testamento de la ley «muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón» (Deuteronomio 30:14). Es prácticamente lo mismo que nuestra palabra conciencia. Si es este el sentido aquí, Santiago está diciendo que hay un conocimiento instintivo del bien y del mal en el corazón humano cuya dirección deberíamos obedecer siempre.
(ii) Puede querer decir implantada, como la semilla que se planta en el suelo. Dios dice: «Mirad: Yo planto Mi ley en vosotros, y seréis glorificados en ella para siempre.»
Si Santiago está usando esta palabra en este sentido, la idea se remontaría a la Parábola del Sembrador (Mateo 13:1-8), que nos dice que la semilla de la Palabra se siembra en los corazones. Por medio de los profetas y de los predicadores, y sobre todo por medio de Jesucristo, Dios siembra Su verdad en los corazones, y los que son sabios la reciben y la aceptan. Puede muy bien ser que no se requiera de nosotros que escojamos uno de los dos significados. Puede que Santiago implique que el conocimiento de la verdadera Palabra de Dios nos viene de dos fuentes: de lo profundo de nuestro ser, y del Espíritu de Dios y la enseñanza de Cristo y la predicación de los hombres. De dentro y de fuera de nosotros nos llegan las voces que nos indican el Camino; y los sabios las escuchan y obedecen. Se ha de recibir la Palabra con gentileza. Gentileza es un intento de traducir la palabra intraducible praytés. Es una gran palabra griega que no tiene equivalente exacto en español. Aristóteles la definía como el término medio entre la ira excesiva y la excesiva pasividad; es la cualidad de la persona que tiene sus emociones y sentimientos bajo perfecto control. Andrónico de Rodas, comentando a Aristóteles, escribe: «Praytés es moderación en relación con la ira. Se podría definir como la serenidad y la capacidad para no dejarse llevar por las emociones, sino controlarlas como dicta la correcta razón.»
Las Definiciones platónicas dicen que praytés es la regulación del movimiento del alma causado por la ira. Es el temperamento (krasis) de un alma en la que todo está mezclado en la debida proporción. No se podría encontrar una palabra española para traducir lo que es un sumario en una sola palabra del espíritu dócil, que se deja enseñar. Ese espíritu es dócil y tratable y, por tanto, suficientemente humilde para aprender. El espíritu dócil no tiene resentimiento ni ira y es, por tanto, capaz de enfrentarse con la verdad hasta cuando hiere y condena. El espíritu dócil no se deja cegar por sus propios prejuicios dominantes, sino que percibe la verdad con mirada limpia. El espíritu dócil no se deja seducir por la pereza, sino que está tan controlado que puede aceptar voluntaria y fielmente la disciplina del aprendizaje. Praytés describe la perfecta conquista y control de todo lo que hay en la naturaleza humana que sería un obstáculo para ver, aprender y obedecer la verdad.
Pero no basta con oír el mensaje; hay que ponerlo en práctica, pues de lo contrario se estarían engañando ustedes mismos. El que solamente oye el mensaje, y no lo practica, es como el hombre que se mira la cara en un espejo: se ve a sí mismo, pero en cuanto da la vuelta se olvida de cómo es.
De nuevo nos presenta Santiago con su maestría pictórica probada dos de sus cuadros gráficos. Lo primero de todo, nos presenta al que va a la reunión de la iglesia, y oye la lectura y la exposición del Evangelio, y cree que con eso ya es cristiano. Tiene los ojos cerrados al hecho de que lo que se lee y se oye en la iglesia tiene que vivirse. Todavía se suele identificar el ir a la iglesia y el leer la Biblia con el Cristianismo, pero eso no es ni la mitad del camino. Lo realmente importante es trasladar a la acción lo que hemos escuchado.
En segundo lugar, Santiago dice que esa persona es como la que se mira en el espejo –los espejos no se hacían entonces de vidrio, sino de metal pulimentado–, ve los defectos que le desfiguran el rostro y desmelenan el cabello, y se va y se olvida de su aspecto, así es que no hace nada para mejorar. Al escuchar la Palabra de la verdad se le revela a uno cómo es y cómo debería ser. Ve lo que está mal; y lo que tiene que hacer para remediarlo; pero, si no hace más que oír, se queda como estaba, y no le ha servido de nada. Santiago nos recuerda que lo que oímos en la iglesia lo tenemos que vivir fuera o no tiene sentido que lo oigamos.
Pero el que no olvida lo que oye, sino que se fija atentamente en la ley perfecta de la libertad, y permanece firme cumpliendo lo que ella manda, será feliz en lo que hace.
El que mira a fondo la perfecta ley, que es aquella en cuyo cumplimiento se encuentra la libertad, y se mantiene en ella y da muestras de no ser un oidor olvidadizo sino un realizador activo del Mensaje, ese recibirá bendición en todo lo que haga.
Esta es la clase de pasaje jacobeo que desagradaba tanto a Lutero. Le desagradaba la idea de la ley; porque habría dicho con Pablo: «¡Cristo acabó con la ley!» (Romanos 10:4). «Santiago –dice Lutero– nos arrastra otra vez a la ley y a las obras.» Y, sin embargo, no hay duda, Santiago tiene razón en un sentido.