Un día salí muy temprano de casa para dejar a mi hijo a la casa de mi mamá. Iba conduciendo por una avenida principal; había poco tráfico y todo estaba bastante tranquilo. Siempre le pido a mi Ángel de la Guarda que me ayude a conducir correctamente mi vehículo, y esa mañana mi Ángel se acordó de mi petición.
Un taxi que iba en el carril izquierdo, de manera intempestiva chocó contra un poste y lo derriba. Yo me distraje viendo como había quedado el auto y no me di cuenta que el poste iba a caer sobre mi carro. En ese momento, lo único que recuerdo es que sentí un peso sobre mi pie derecho, el cual tenía la palanca del acelerador y el carro salió chillando gomas.
Fueron segundos, instantes los que me salvaron la vida pues el poste hubiese caído sobre el parabrisas y tanto mi hijo como yo hubiésemos pagado lamentables consecuencias.
Estoy seguro que el Ángel que nos acompaña todas las mañanas fue el que empujó mi pie. Por eso es importante no olvidar a nuestros “ángeles de la guarda” pues siempre están ahí velando por nosotros.