Una conducta razonable
Recordemos las palabras del Señor: “Pues, ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero y perder su alma? Porque, ¿qué dará el hombre en rescate por su alma?”
Nos hallamos en una fase de la historia en la que debe configurarse una nueva sociedad. Existe una corriente subterránea de insatisfacción y, por la razón que sea, el crecimiento y la prosperidad económica, la democracia, la libertad y la educación no son suficientes.
Carecemos del significado de nuestras vidas, como individuos y como colectividad, y se puede respirar la alienación, la zozobra y la desesperanza, tan patentes, que no se pueden ignorar.
¿Qué sentido tienen nuestras vidas en el mundo de hoy? ¿Qué sentido tiene ser cristiano? ¿Qué valor tienen las instituciones y formar parte de ellas?
Una de las más claras y conmovedoras reflexiones sobre estas preguntas fue la que planteó Lee Alwater poco antes de morir. Para quienes no lo conozcan, Lee Alwater fue el arquitecto de las victorias del partido Republicano de Estados Unidos durante las décadas de 1970 y 1980. El famoso director de las campañas de los ex presidentes Reagan y Bush, el hombre que sabía luchar como nadie en todas las lides políticas, deseoso de llevar a la práctica cualquier táctica con tal de que funcionase.
Alwater dijo lo siguiente: “Mucho antes de que me sobreviniese el cáncer, advertí que la sociedad norteamericana se angustiaba en su interior. Algo fundamental faltaba en la vida de las gentes. Yo intenté que el partido Republicano sacara provecho de estas circunstancias; sin embargo, no sabía exactamente qué era lo que la sociedad requería. Mi enfermedad me ayudó a distinguir con claridad que tan sólo necesitábamos un poco de corazón y mucho de hermandad.
“Los años ochenta —continua afirmando Alwater—, tuvieron como único tema la ambición, riqueza, poder y prestigio. Yo adquirí más riqueza, poder y prestigio que la mayoría de los ciudadanos. Pero podemos conseguir todo lo que deseamos y sentirnos vacíos. ¿Qué poder no cambiaría yo por un poco más de tiempo con mi familia? ¿Qué precio no pagaría yo por una tarde con los amigos? Fue necesaria una enfermedad mortal para apreciar en su verdadera valía todas estas cosas. Necesidades que el país, atrapado en las ambiciones despiadadas y en la decadencia moral, debe aprender. No sé quiénes nos gobernarán en los noventa, pero tendrán que dar respuestas a este vacío espiritual en el corazón de la sociedad, a este tumor del alma.”