Llegó el papá de trabajar y su hijo, quien desde temprano ansiaba el momento de la llegada de aquel que le había dado vida, de aquel que pasaba largas horas en su oficina para llevar el pan de cada día, le dice:
— Papá, ¿a cuánto ganas la hora?
El papá le respondió muy enojado:
— ¡Niño malcriado esa información ni tu madre la conoce! ¿Para qué quieres saber cuánto gano? Seguro que es para pedirme dinero.Vamos, vete a tu cuarto y te quedas sin cenar!
Pasada la medianoche el padre reflexiona sobre lo que dijo a su hijo y piensa: “a lo mejor el nene necesitaba algo”. Va al cuarto de su hijo y le dice:
— Hijo ¿estás despierto?
— Sí papá entra.
— Aquí tienes algo de dinero para ti.
Saca dinero el papá de su cartera y se lo da, mientras le dice:
Hijo yo gano veinte dólares la hora, ahora dime ¿para qué necesitas dinero?
El hijo, sonriendo, saca unas monedas de debajo de su almohada a las que añade las que le dio su papá, las cuenta y le dice:
— Ahora sí papá, ya completé el total, aquí tienes veinte dólares, ¿me puedes vender una hora de tu tiempo?