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Saber envejecer

Una mujer de 92 años era trasladada a una residencia de ancianos, tras un largo tiempo de espera para ser aceptada en aquel lugar. A pesar de estar totalmente ciega, aquella anciana inspiraba aliento a todos lo que trataban con ella.

Una joven se le acercó, la tomó del brazo y le pidió que la acompañara. Mientras subían en el elevador, la anciana pidió a su acompañante que le explicara cómo era su nueva habitación.

Cuando la joven terminó de darle todos los detalles, la ancianita exclamó: «¡Me encanta!». La joven se extrañó, porque sabía que la señora no podía ver, así que le preguntó: «¿Cómo puede estar segura de que le encanta, si no la ha visto?».

La mujer respondió: «Si me gusta o no, no depende de cómo estén arreglados los muebles, sino de cómo esté arreglada mi mente. Ya he decidido que me gusta, porque esa es una decisión que tomo cada mañana cuando me levanto. Puedo pasar el día pensando en las dificultades que tengo o sentirme agradecida por facilidades que me han dado».

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