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Romanos 7: Liberados de la ley; unidos a Cristo

La carne es la naturaleza humana aparte de la ayuda de Dios. Pablo dice que, cuando nuestra naturaleza humana estaba separada de Dios, la Ley nos inducía al pecado. ¿Qué quiere decir con eso? Más de una vez expresa el pensamiento de que la Ley realmente produce el pecado; porque, precisamente porque una cosa está prohibida, nos parece más atractiva. Cuando no teníamos más que la Ley, estábamos a merced del pecado.

Luego Pablo pasa a considerar el estado del hombre con Cristo. Cuando uno dirige su vida mediante la unión con Cristo, ya no lo hace por obediencia a un código de ley escrita que de hecho despierta el deseo de pecar, sino por la lealtad a Jesucristo en lo íntimo del espíritu y del corazón. No la Ley, sino el Amor es el móvil de su vida; y la inspiración del Amor puede hacerle capaz de lo que la imposición de la Ley era incapaz de ayudarle a hacer.

La absoluta pecaminosidad del pecado

¿Qué hemos de deducir de esto? ¿Que la Ley es el pecado? ¡De ninguna manera! Por el contrario, yo no habría sabido nunca lo que es el pecado si no hubiera sido por la Ley. No habría sabido que la codicia es mala si no fuera porque la Ley dice: «No debes codiciar.» Porque, cuando el pecado había conseguido un asidero por medio del mandamiento, produjo en mí toda clase de malos deseos. Y es que, si no hay ley, el pecado está sólo latente. Yo, por un tiempo, viví sin la ley; pero, cuando llegó el mandamiento, el pecado cobró vida, y en aquel momento supe que había incurrido en la pena de muerte. El mandamiento que estaba diseñado para dar vida, yo descubrí que me traía la muerte. Porque, cuando el pecado consiguió un asidero mediante el mandamiento, por medio de él me sedujo y me dio muerte. Así es que la Ley es santa, y el mandamiento es santo y justo y bueno. ¿Entonces, lo que era bueno me trajo la muerte? ¡De ninguna manera! Pero la razón era que el pecado, para revelarse como lo que es, me produjera la muerte por medio de algo que era en sí bueno, para que, por medio del mandamiento, el pecado apareciera en toda su horrible pecaminosidad.

Aquí empieza uno de los pasajes más maravillosos del Nuevo Testamento; y uno de los más conmovedores, porque Pablo nos presenta su propia autobiografía espiritual, descubriéndonos su corazón y alma.

Pablo está hablando de la torturadora paradoja de la Ley. En sí misma, es algo maravilloso y espléndido. Es santa, que es tanto como decir que es la misma voz de Dios. El sentido de la raíz de la palabra santo (haguios) es diferente. Describe algo que no es de este mundo. La Ley es divina, y transmite la misma voz de Dios. Es justa. Ya hemos visto que la idea de la raíz griega de la justicia nos dice que consiste en dar al hombre y a Dios lo que les es debido. Por tanto la Ley es lo que establece todas las relaciones, humanas y divinas. Si una persona cumpliera perfectamente la Ley, estaría en perfecta relación tanto con Dios como con sus semejantes. La Ley es buena. Es decir, que está diseñada exclusivamente para nuestro supremo bien. Su fin es hacer que el hombre sea bueno. Todo esto es cierto; y, sin embargo, es un hecho que esa misma Ley es el medio por el que el pecado se introduce en el hombre. ¿Cómo puede ser así? Hay dos maneras en las que se puede decir que la Ley es, en cierto sentido, el origen del pecado.

(i) Define el pecado. El pecado sin la Ley, como dijo Pablo, no tiene existencia. Hasta que la Ley define algo como pecado, no se podía saber que lo fuera. Podríamos encontrar una cierta analogía con lo que pasa en los juegos, por ejemplo el tenis. Un jugador podría dejar que la pelota botara más de una vez en su campo antes de devolverla; si no hubiera reglas del juego, eso no sería ninguna falta. Pero hay reglas, y establecen que la pelota no puede botar más de una vez antes de que se devuelva al otro lado de la red; así que es falta dejarla botar dos veces. Las reglas definen las faltas, y la Ley define el pecado.

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