Romanos 4: Creer en la palabra de Dios

¿Qué podemos decir que encontró nuestro patriarca Abraham, de quien todos los judíos somos descendientes? Si entró en la debida relación con Dios gracias a sus obras, puede estar orgulloso de algo, pero no en relación con Dios.

Pero, ¿qué es lo que dice la Escritura? «Abraham confió en Dios, y aquello se le contó como justicia.» EL que hace un trabajo no recibe el sueldo por misericordia, sino como algo que se le debe. Pero, al que confía en el Dios que trata al que no es bueno como si lo fuera, la fe se le cuenta como justicia. Así dice David que considera dichoso al que Dios trata como justo sin que haya hecho ninguna cosa especial: « ¡Dichosos aquellos a los que se perdonan las transgresiones y cubren los pecados! ¡Dichoso el hombre a quien Dios no le lleva la cuenta del pecado!»

Pablo pasa a hablar de Abraham por tres razones.

(i) Los judíos consideraban a Abraham el patriarca de su raza y el dechado de todo lo que debe ser un hombre; por tanto sería natural que le preguntaran a Pablo: « Si lo que dices es cierto, ¿qué fue lo que Dios vio en Abraham cuando le eligió para que fuera el patriarca de Su pueblo escogido? ¿En qué era diferente de los demás?» Pablo se dispone a contestar a esa pregunta.

(ii) Pablo ha estado tratando de demostrar que lo que pone a un hombre en relación con Dios no es el cumplimiento de lo que establece la Ley, sino sencillamente la confianza que se manifiesta en una entrega incondicional creyendo que Dios tiene palabra y que nos sigue amando a pesar de que no hemos hecho nada para merecerlo. La reacción inmediata de los judíos sería: «Esto es algo completamente nuevo, y que contradice todo lo que se nos ha dicho que tenemos que creer. Esto es totalmente increíble.» Y Pablo responde: «Lejos de ser nada nuevo, esta doctrina es tan antigua como la fe de Israel. Lejos de ser una herejía novedosa, es la misma base de la religión judía.» Y eso es lo que se dispone a demostrar.

(iii) Pablo empieza hablando de Abraham porque es un maestro consciente y sabe cómo funciona la mente humana. Ha estado hablando de la fe. La fe es una idea abstracta. Una mente sencilla tiene dificultad para captar las ideas abstractas. Un buen maestro sabe que las ideas hay que personificarlas; que la única manera de que una mente corriente pueda entender una idea abstracta es presentársela en acción, en una persona. Así es que lo que Pablo dice en realidad es: «He estado hablando de la fe. Si quieres saber lo que es la fe, mira a Abraham.»

Cuando Pablo empieza a hablar de Abraham se coloca en un terreno que les era conocido a todos los judíos. Abraham ocupaba un puesto de honor en su pensamiento. Era el fundador de la nación. Fue el primer hombre con quien Dios se puso en contacto. Fue un hombre único, porque Dios le escogió, y porque escuchó y obedeció a Dios. Los rabinos habían discutido mucho sobre Abraham. La esencia de su grandeza era para Pablo que Dios se había puesto en contacto con él y le había mandado marcharse de su casa y de sus parientes y amigos y medio de vida, y le había dicho: «Si te embarcas en esta gran aventura de fe, llegarás a ser el padre de una gran nación.» Abraham creyó que Dios tenía palabra; no se puso a discutir, ni a dudar, sino que se puso en camino sin saber adónde iba (Hebreos 11:8). Lo que le puso en relación con Dios no fue el haber cumplido meticulosamente los preceptos de una ley, sino el poner toda su confianza en Dios y estar dispuesto a dedicarle su vida. Para Pablo eso era la fe, y fue la fe de Abraham lo que hizo que Dios le considerara bueno.

Unos pocos, muy pocos, de los rabinos más avanzados pensaban así. Había un comentario rabínico que decía: « Nuestro padre Abraham heredó este mundo y el mundo venidero únicamente por el mérito de la fe con que creyó en el Señor; porque dice la Escritura que «creyó al Señor, y Él se lo contó como justicia.»

Pero la inmensa mayoría de los rabinos manipulaban la historia de Abraham para ponerla de acuerdo con sus creencias. Sostenían que Abraham era el único justo de su generación, y por tanto Dios le eligió como patriarca de su pueblo escogido. La objeción inmediata sería: «Si la única manera de ser justo es cumplir perfectamente la Ley, ¿cómo pudo serlo Abraham, que vivió cientos de años antes de que se promulgara la Ley?» Y los rabinos contestaban con la extraña teoría de que Abraham cumplió la Ley por intuición o por anticipación. «En aquel entonces -dice el Apocalipsis de Baruc 57:2- la Ley no escrita se conocía instintivamente, y así se podían cumplir los mandamientos.» «Cumplió la Ley del Altísimo -dice Eclesiástico 44:20s- y entró en alianza con Dios… Por tanto, Dios le aseguró con un juramento que las naciones serían benditas en su descendencia.» Los rabinos estaban tan enamorados de su teoría de las obras que insistían en que Abraham había sido elegido por sus obras, aunque entonces tenían que suponer que conocía la Ley por anticipación, porque todavía no había sido promulgada.

Aquí tenemos otra vez la raíz de la escisión entre el legalismo judío y la fe cristiana. La idea básica de los judíos era que el hombre tiene que ganarse el favor de Dios; y la idea básica del Cristianismo es que lo único que puede hacer el hombre es creer que Dios tiene palabra, y jugárselo todo a que Dios cumplirá sus promesas. El razonamiento de Pablo, realmente incontestable, era que Abraham había entrado en relación con Dios, no por cumplir toda clase de preceptos legales, sino por dar crédito a la promesa de Dios, y obrar en consecuencia.

La fe que al hombre anima, – tu más precioso don, es luz en las tinieblas, – alivio en la aflicción; amparo al desvalido, – al náufrago salud, origen de alegrías, – cimiento a la virtud.

El descubrimiento supremo de la vida cristiana es que no tenemos que torturarnos en una batalla perdida para ganar el amor de Dios, sino que lo único que tenemos que hacer es aceptarlo con completa confianza. Es verdad que, después de eso, una persona de bien está obligada toda su vida a mostrarse agradecida por ese amor. Pero ya no es un criminal que trata de cumplir una ley imposible, sino un enamorado ofreciéndose entero al que le amó cuando no lo merecía.

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