(ii) Hay una ignorancia que viene de una falta de visión voluntaria. Los seres humanos tenemos una capacidad ilimitada y fatal para cerrarnos a lo que no queremos saber. «No hay peor sordo que el que no quiere oír.» Puede que sepamos que cierto hábito, o indulgencia, o negligencia, o amistad, o relación, va a traernos consecuencias desastrosas; pero muchas veces nos negamos a reconocerlo y obrar en consecuencia. El hacernos los sordos puede que sea una virtud en algunos casos; pero en otros es la mayor estupidez.
(iii) Hay una ignorancia que es en esencia pura falsedad. Lo que ignoramos o dudamos es menos de lo que a veces pretendemos. Son pocas las veces que tenemos derecho a decir: « No sabía que esto iba a acabar así.» Dios nos ha dado la conciencia y la dirección del Espíritu Santo; y muchas veces alegamos ignorancia cuando, si fuéramos honrados, tendríamos que reconocer que, en nuestro fuero interno, sabíamos la verdad.
Hay algo más que queda por decir sobre este pasaje. En el argumento, hasta donde hemos llegado, se presenta una paradoja.
En toda esta sección Pablo ha estado insistiendo en la responsabilidad personal de los judíos. Tenían que haber sabido lo que hacían; no les faltaron oportunidades; pero rechazaron la llamada de Dios. Ahora empezaba el argumento diciendo que todo es cosa de Dios, y que los hombres no somos más que como la arcilla en manos del alfarero. Ha puesto las cosas de dos maneras: todo es cosa de Dios, y todo es responsabilidad humana. Pablo no intenta resolver el dilema; y el hecho es que no tiene solución: es el dilema de la experiencia humana. Sabemos que Dios está en todo; y, sin embargo, al mismo tiempo, sabemos que tenemos libertad para aceptar o rechazar lo que Dios nos ofrece. Es la paradoja de la situación humana que Dios está en control de todo y que la voluntad humana es libre.