«Tendrían que intentar sobrevivir pidiendo limosna o algo así.» En 1842, a los tejedores de Bumley les pagaban siete peniques y medio al día, y a los mineros de Staffordshire dos chelines y medio.
Hubo algunos que reconocieron la locura criminal de aquella sociedad. Carlyle tronaba: «Si la industria del algodón está fundada sobre los cuerpos de niños escuálidos, debe desaparecer; si el diablo se apodera de tus fábricas de algodón, ciérralas.» Se pretendía que la mano de obra barata era necesaria para mantener los precios bajos. Coleridge contestaba: «Habláis de hacer este artículo más barato reduciendo su precio en el mercado de 8 peniques a 6. Pero daos cuenta de que al hacerlo habéis debilitado a vuestro país frente a los enemigos extranjeros; daos cuenta de que habéis desmoralizado a miles de vuestros compatriotas, y habéis sembrado el descontento entre una y otra clases de la sociedad. Vuestro artículo sale intolerablemente caro por lo que yo veo.»
Es indudable que las cosas han cambiado considerablemente desde entonces; pero hay tal cosa como la memoria de la raza. En lo hondo de la memoria inconsciente de la gente quedó grabada indeleblemente la impresión de aquellos días. Siempre que se trata a las personas como cosas, como máquinas, como instrumentos de producción y de enriquecimiento de los que los emplean, el desastre será la consecuencia de esa situación tan naturalmente como al día sigue la noche. Una nación solo olvida a su riesgo el hecho fundamental de que las personas son siempre más importantes que las cosas.
(iii) El tercer principio es que la riqueza material es siempre un bien subordinado.
La Biblia no dice que «el dinero es la causa de todos los males;» pero sí dice que «el amor al dinero es la raíz de todos los males»: Porque el amor al dinero es raíz de toda clase de males; y hay quienes, por codicia, se han desviado de la fe y se han causado terribles sufrimientos. (1 Timoteo 6:10). Es muy posible encontrar en las cosas materiales lo que ha llamado alguien «una salvación rival.» Una persona puede que crea que, porque es rica, puede comprarlo todo, y salir airosa de cualquier situación. La riqueza se puede convertir en su vara de medir; puede llegar a ser un único deseo, la única arma para enfrentarse con la vida. Si se desean los bienes materiales para tener una independencia honrosa, para ayudar a la familia y hacer algo por los semejantes, eso está bien; pero si se desean simplemente para amontonar placeres, y para multiplicar el lujo; si la riqueza se ha convertido en el fin principal del hombre, por y para lo que uno vive, ha dejado de ser un bien subordinado, y ha usurpado el lugar que sólo Dios debe ocupar en la vida.
Una cosa surge de todo esto: el poseer riqueza, dinero, cosas materiales, no es un pecado, pero sí una tremenda responsabilidad. Si uno posee muchas cosas materiales, no es algo por lo que se le deba felicitar, sino por lo que se deba orar, para que las use como Dios manda y quiere.
Dos cuestiones acerca de las posesiones
Las posesiones nos plantean dos cuestiones importantes, y todo dependerá de las respuestas que demos a esas cuestiones.
(i) ¿Cómo obtuvo una persona sus posesiones? ¿De una manera que le gustaría que Jesucristo pudiera ver, o de una manera que querría ocultarle a Jesucristo?
Una persona puede obtener sus posesiones a expensas de su honradez y honor. George Macdonald nos cuenta la historia de un tendero de aldea que se hizo muy rico. Siempre que medía tela, la medía con los dos dedos gordos dentro de la medida, así que siempre medía de menos.
George Macdonald dice de él: «Se lo restaba a su alma, y se lo sumaba a su bolsa.» Uno puede enriquecer su cuenta corriente a expensas de empobrecer su alma.