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Riquezas en el cielo

El servicio exclusivo

Nadie puede ser esclavo de dos amos; porque, o aborrecerá a uno y querrá al otro, o se pondrá de parte de uno y despreciará al otro. No se puede ser esclavo de Dios y de las cosas materiales.

Para los que vivían en el mundo antiguo, este dicho era todavía más gráfico que para nosotros. La Reina-Valera lo traduce: «Ninguno puede servir a dos señores.» Pero eso no se acerca a la fuerza del original. La palabra que traduce servir es duleuein; dulos es un esclavo; y duleuein quiere decir ser esclavo de alguien. La palabra que la Reina-Valera traduce señores es kyrios, y kyrios es la palabra que denota absoluta propiedad. Comprendemos mejor el sentido si lo traducimos: «Nadié puede ser esclavo de dos amos.»

Para entender todo lo que esto quiere decir e implica debemos recordar dos cosas sobre los esclavos en el mundo antiguo. Primero, un esclavo no era una persona, sino una cosa, a los ojos de la ley. No tenía absolutamente ningunos derechos; su amo podía hacer con él lo que le diera la gana.

A los ojos de la ley, el esclavo era una herramienta viva. Su amo le podía vender, apalear, expulsar y hasta matar. Su amo era su propietario tan totalmente que poseía todo lo que fuera o tuviera.

Segundo, en el mundo antiguo un esclavo no tenía literalmente nada de tiempo para sí mismo. Cada momento de su vida pertenecía a su amo. En las condiciones actuales de vida, una persona tiene ciertas horas para trabajar y, fuera de esas horas de trabajo, las restantes son suyas. De hecho es posible a menudo el que una persona encuentre los intereses reales de su vida fuera de las horas de su trabajo. Puede que trabaje en una oficina durante el día, y que toque el violín en una orquesta por la noche; y puede que sea en su música donde encuentre su vida real. O puede que trabaje en una mina o en una fábrica durante el día y dirija un club de jóvenes por la noche, y que sea en esto último donde encuentre más compensaciones y la expresión verdadera de su personalidad. Pero esto no le era posible a un esclavo. El esclavo no tenía ni un momento de tiempo que le perteneciera. Todos sus momentos pertenecían a su amo, y toda su persona estaba siempre a disposición de su amo.

Esta es, pues, nuestra relación con Dios. En relación con Dios no tenemos derechos propios; Dios debe ser el dueño indiscutible de nuestras vidas. No podemos preguntarnos nunca: «¿Qué quiero yo hacer ahora?» Siempre debemos preguntarnos: «¿Qué quiere Dios que haga ahora?» No tenemos tiempo que sea exclusivamente nuestro. No podemos decir unas veces: «Haré lo que Dios quiera que haga,» y otras: «Haré lo que yo quiera.» El cristiano no tiene un tiempo en que no es cristiano; no hay ningún momento en que puede bajarse el listón o estar fuera de servicio. Un servicio de Dios a tiempo parcial o intermitente no basta. Ser cristiano tiene que ser a pleno tiempo. En ningún otro sitio de la Biblia se nos presenta más claramente el servicio exclusivo que Dios demanda.

Jesús continúa diciendo: «No podéis servir a Dios y a mamoná» (Reina-Valera 95). Esta era la palabra hebrea para las posesiones materiales. En su origen no era una palabra mala. Los rabinos, por ejemplo, tenían un dicho: «Que el mamoná de tu prójimo te sea tan digno de respeto como el tuyo propio.» Es decir: uno debería considerar las posesiones materiales de su prójimo como algo tan sagrado como las suyas. Pero la palabra mamoná tuvo una historia de lo más curiosa y reveladora. Procede de una raíz que quiere decir confiar un depósito; y mamoná era lo que uno le confiaba al banquero o a la empresa de seguridad que fuera para que se lo guardara de todo riesgo. Pero, conforme fueron pasando los años, mamoná llegó a significar, no lo que uno confía, sino aquello en lo que uno confía. Así pues, mamoná acabó escribiéndose con mayúscula Mamoná y a considerarse como nada menos que un dios.

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