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Regalos para Cristo

Y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se de tuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho. Y la estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que por fin se de tuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su madre; y arrodillándose le rindieron homenaje. Abrieron sus cofres y le ofrecieron oro, incienso y mirra. Después, advertidos en sueños de que no debían volver adonde estaba Herodes, regresaron a su tierra por otro camino. Mateo 2:9-12

Así que los sabios encontraron la manera de llegar a Belén. No tenemos que pensar necesariamente que la estrella se moviera como un guía por los cielos. Esto es poesía, y no debemos convertirla en prosa cruda y sin vida. Pero la estrella estaba brillando sobre Belén. Hay una leyenda preciosa que nos dice que la estrella, una vez cumplida su misión de guía, se cayó en el pozo de Belén, y que está todavía allí, y todavía la pueden ver a veces los limpios de corazón.

Leyendas posteriores se han ocupado afanosamente de los sabios. Al principio, la tradición oriental decía que habían sido doce; pero ahora, la tradición de que fueron tres es casi universal. El Nuevo Testamento no dice cuántos fueron, pero la idea de que fueron tres surgió sin duda de los tres regalos que trajeron. Leyendas posteriores los hicieron reyes. Y una leyenda aún más posterior les puso nombres: Gaspar, Melchor y Baltasar. Todavía más tarde se asignó a cada uno una descripción personal, y se especificó el regalo que aportó cada uno a Jesús. Melchor era anciano, de pelo blanco y con una barba larga, y fue él el que trajo el regalo del oro. Gaspar era joven y lampiño y claro de rostro, y fue el que contribuyó el incienso. Baltasar era negro, con una barba nueva, y fue el que trajo el don de la mirra.

Desde tiempos muy primitivos se ha visto lo apropiados que fueron los regalos que trajeron los sabios. Se ha visto en cada uno de ellos algo que armonizaba especialmente con alguna característica de Jesús y de Su obra.

(i) El oro es el regalo para un rey. Séneca nos dice que en Partia había la costumbre de que nadie se podía acercar al rey sin un regalo. Y el oro, siendo el rey de los metales, era regalo apropiado para el Rey de los hombres.

Así que Jesús fue «el Hombre nacido para ser Rey.» Pero había de reinar, no por la fuerza, sino por el amor; no desde un trono, sino desde una Cruz.

Haremos bien en recordar que Jesucristo es Rey. No podemos nunca encontrarnos con Él en igualdad de términos. Siempre debemos acercarnos a Él con una sumisión total.

Nelson, el gran almirante, siempre trataba a sus enemigos vencidos con la mayor amabilidad y cortesía. Después de una de sus victorias navales, el almirante derrotado fue traído a bordo del buque bandera de Nelson y a su alcázar. Conociendo la reputación de cortesía que tenía Nelson, y pensando aprovecharse de ella, avanzó por el alcázar con la mano extendida, como para saludar a un igual. Nelson mantuvo la mano en el costado. «Primero vuestra espada -dijo-, y luego vuestra mano.» Antes de tratar a Cristo como amigos debemos someternos a Él.

(ii) El incienso es el regalo para un sacerdote. Era en el culto del templo y en sus sacrificios donde se usaba el dulce aroma del incienso. La función de un sacerdote es abrirles a los hombres el camino hacia Dios. Jesús no solo lo abrió sino que Él mismo se convirtió en el camino. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida y nadie viene al Padre si no es por Mí.»

La palabra latina para sacerdote es pontifex, que quiere decir el que hace de puente. Esta es la misión y el privilegio del sacerdote: servir de puente entre Dios y los hombres. Eso es Jesús. Abrió el camino a Dios; nos hizo posible llegar a la misma presencia de Dios por medio de la cruz. A menudo nos quejamos de lo grande y pesada de nuestra Cruz. Si es la Cruz el puente que nos conduce a Dios, podemos concluir sin temor a equivocarnos que mientras más grande sea nuestra cruz más fácil se nos hará llegar a Nuestro Dios.

(iii) La mirra es el regalo para uno que va a morir. La mirra se usaba para embalsamar los cuerpos de los muertos.

Jesús vino al mundo para morir. El artista Holman Hunt tiene un famoso cuadro de Jesús. Nos muestra a Jesús a la puerta del taller de carpintero de Nazaret. Todavía no es más que un muchacho, y ha salido a la puerta para estirar Sus miembros que se Le han quedado agarrotados con el trabajo. Está de pie en el umbral con los brazos extendidos, y detrás de Él, en la pared el sol poniente proyecta su sombra, y es la sombra de una cruz. Al fondo está María, y al ver esa sombra se refleja en sus ojos el temor de la tragedia inminente.

Jesús vino al mundo a vivir por los hombres y a morir por los hombres. Vino a dar por los hombres tanto Su vida como Su muerte.

El oro para un rey, el incienso para un sacerdote, la mirra para uno que había de morir -estos fueron los regalos de los sabios que, aun a los pies de la cuna de Cristo, predecían que había de ser el verdadero Rey, el perfecto Sumo Sacerdote y, por último, el supremo Salvador de los hombres.

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