El que venciere, heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Apocalipsis 21:7
Desde sus inicios, la fe cristiana no fue cosa fácil ni sencilla. El propio Señor a quien los cristianos servían había muerto en la cruz, condenado como un malhechor cualquiera. Y, como ya hemos visto, pronto Esteban sufrió una suerte semejante, al ser muerto a pedradas tras su testimonio ante el concilio de los judíos. Algún tiempo después el apóstol Jacobo —o Santiago— era muerto por orden de Herodes. Y a partir de entonces, hasta nuestros días, nunca han faltado quienes se han visto en la necesidad de sellar su testimonio con su sangre. Sin embargo, no siempre las razones y las condiciones de la persecución han sido las mismas. Ya en los primeros años de vida de la iglesia pudo verse cierta evolución en este sentido.
La nueva secta judía
Los primeros cristianos no creían que pertenecían a una nueva religión. Ellos eran judíos, y la principal diferencia que les separaba del resto del judaísmo era que creían que el Mesías había venido, mientras que los demás judíos seguían aguardando su advenimiento. Su mensaje a los judíos no era por tanto que tenían que dejar de ser judíos, sino al contrario, que ahora que la edad mesiánica se había inaugurado debían ser mejores judíos. De igual modo, la primera predicación a los gentiles no fue una invitación a aceptar una nueva religión recién creada, sino que fue la invitación a hacerse partícipes de las promesas hechas a Abraham y su descendencia.
A los gentiles se les invitaba a hacerse hijos de Abraham según la fe, ya que no podían serlo según la carne. Y la razón por la que esta invitación fue posible era que desde tiempos de los profetas el judaísmo había creído que con el advenimiento del Mesías todas las naciones serían traídas a Sion. Para aquellos cristianos, el judaísmo no era una religión rival del cristianismo, sino la misma religión, aun cuando muchos judíos no vieran que ya las profecías se habían cumplido.
Desde el punto de vista de los judíos no cristianos, la situación era la misma. El cristianismo no era una nueva religión, sino una secta herética dentro del judaísmo. Ya hemos visto que el judaísmo del siglo primero no era una unidad monolítica, sino que había en él diversas sectas y opiniones. Por lo tanto, al aparecer el cristianismo, los judíos lo veían como una secta más. La conducta de aquellos judíos hacia el cristianismo se comprende si nos colocamos en su lugar, y vemos el cristianismo, desde su punto de vista, como una nueva herejía que iba de ciudad en ciudad tentando a los buenos judíos a hacerse herejes. Además, en aquella época —y no sin fundamentos bíblicos— muchos judíos creían que la razón por la cual habían perdido su antigua independencia, y quedado reducido al papel de súbditos del Imperio, era que el pueblo no había sido suficientemente fiel a la fe de sus antepasados. Por tanto, el sentimiento nacionalista y patriótico se exacerbaba ante la posibilidad de que estos nuevos herejes pudieran una vez más provocar la ira de Dios sobre Israel.
Por estas razones, en buena parte del Nuevo Testamento los judíos persiguen a los cristianos, quienes a su vez encuentran refugio en las autoridades romanas. Esto puede verse, por ejemplo, cuando algunos judíos en Corinto acusan a Pablo ante el procónsul Galión, diciendo que “este persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley”, y Galión les responde: “Si fuera algún agravio o algún crimen enorme, oh judíos, conforme a derecho yo os toleraría. Pero si son cuestiones de palabras, y de nombres, y de vuestra ley, vedlo vosotros; porque yo no quiero ser juez de estas cosas,’ (Hechos 18:14–15). Y más tarde, cuando se produce un motín en el Templo porque algunos acusan a Pablo de haber introducido a un gentil al recinto sagrado, y los judíos tratan de matarle, son los oficiales romanos quienes le salvan la vida al apóstol.
Luego, los romanos concordaban con los primeros cristianos y con los judíos en que se trataba aquí de un conflicto entre judíos. Siempre que no se produjera un alboroto excesivo, los romanos preferían que los propios judíos resolvieran esa clase de problemas. Pero cuando el tumulto era demasiado, los romanos intervenían para restaurar el orden y a veces para castigar a los culpables. Un caso que ilustra esta situación es la expulsión de los judíos de Roma por el emperador Claudio, alrededor del año 51. Hechos 18:2 menciona esta expulsión, aunque no explica sus razones. Pero el historiador romano Suetonio nos ofrece un dato intrigante al decirnos que los judíos fueron expulsados de Roma porque estaban causando disturbios constantes “a causa de Cresto”. La mayoría de los historiadores concuerda en que “Cresto” no es otro que Cristo, cuyo nombre ha sido mal escrito. Por lo tanto, lo que sucedió en Roma parece haber sido que, como en tantos otros lugares, la predicación cristiana causó tantos desórdenes entre los judíos, que el emperador decidió expulsarles a todos. En Roma, en esos tiempos, todavía la disputa entre judíos y cristianos parecía ser una cuestión interna dentro del judaísmo.
Sin embargo, según el cristianismo fue extendiéndose cada vez más entre los gentiles y la proporción de judíos dentro de la iglesia fue disminuyendo, tanto cristianos como judíos y romanos fueron estableciendo distinciones cada vez más claras entre el judaísmo y el cristianismo. También hay ciertas indicaciones de que, en medio del creciente sentimiento nacionalista que llevó a los judíos a rebelarse contra Roma y que culminó en la destrucción de Jerusalén, los cristianos —especialmente los gentiles entre ellos— trataron de mostrar claramente que ellos no formaban parte de ese movimiento.
El resultado de todo esto fue que las autoridades romanas se enfrentaron por primera vez al cristianismo como una religión aparte del judaísmo. Fue entonces que comenzó la historia de dos y medio siglos de persecuciones por parte del Imperio Romano. En ese contexto la persecución bajo Nerón fue de enorme importancia, no tanto por su magnitud, como por haber sido la primera de una larga serie, de crueldad siempre creciente.
Empero, antes de pasar a discutir la persecución bajo Nerón, debemos señalar un hecho que ha tenido consecuencias fatídicas para las relaciones entre los cristianos y los judíos a través de los siglos. Durante los primeros años del cristianismo, éste existió dentro del marco del judaísmo. En esa situación, el judaísmo trató de aplastarlo, y de ello hay abundantes pruebas en el libro de Hechos y en otros libros del Nuevo Testamento. Pero a partir de entonces, nunca más ha estado el judaísmo en posición de perseguir a los cristianos, mientras que muchas veces los cristianos sí han estado en posición de perseguir a los judíos. Cuando el cristianismo vino a ser la religión de la mayoría, y los judíos se volvieron una minoría dentro de toda una sociedad que se llamaba cristiana, fueron muchos los cristianos que, impulsados por lo que se dice en el Nuevo Testamento acerca de la oposición de los judíos al cristianismo, fomentaron el sentimiento anti judío, y llegaron hasta el extremo de las matanzas de judíos. Por lo tanto es de suma importancia que nos percatemos de que aquellos judíos que persiguieron a los cristianos en el siglo primero lo hicieron creyendo servir a Dios, y que los cristianos que hoy vuelven la situación al revés, y practican el anti judaísmo, están haciendo precisamente lo mismo que condenan en aquellos judíos de antaño.