Actúar como si lo que haces marcara la diferencia, lo hace. William James
Mi padrastro se perdió lo que algunos consideran las primeras cosas más importantes en la vida de sus hijos. Él no estaba allí para mi primera sonrisa, la primera palabra, el primer diente, los primeros pasos, o el primer cumpleaños.
Él llegó a mi vida cuando yo tenía cuatro años. Sin embargo, el pobrecito me ha compensado por las primeras cosas que se perdió en los años de mi etapa como bebé.
Me compró mi primera bicicleta y me enseñó a correrla. Todavía puedo escuchar sus pasos golpeando el pasto en el patio de la casa mientras corría tras de mí, sostiéndome firme. Podía correr la bicicleta, siempre y cuando supiera que él estaba allí. Pero una vez que dejaba de escuchar el sonido de sus pasos, sabía que me iba a caer. Papá estaría a pocos metros, encorvado y apoyando las manos sobre las rodillas, tratando de recobrar el aliento. Él sonreía, su cara roja y brillante de sudor, y decía: «Lo hiciste bien, vamos a intentarlo de nuevo.»
En mi primer año de la escuela, papá me escuchó leer mi primer libro. A Mamá le encanta contar la historia de cómo me gustaba hacer una pausa y titubear mientras leía para ella, pero cuando leía para mi padre, no titubeaba nada. Lo que ella no sabía era que mi padre me había prometido que me podía quedar hasta tarde viendo la televisión con él si hacía un buen trabajo.
Me compró mi primer auto y me enseñó a conducir. Y aunque no se fatigaba como cuando corría tras de mí con la bicicleta, estoy segura de que su corazón latía tan fuerte como lo hacían sus pies años antes.
Él estuvo allí para mi primera cita. Antes de la llegada de mi amigo, mi padre me llevó a un lado, y puso una moneda en la palma de mi mano y me susurró: «Pon esto en tu zapato. Si ese muchacho se pasa de la raya, me llamas y saldré a buscarte.» La moneda en el zapato me recordaba toda la noche que había un campeón en casa y que estaba a salvo sabiéndolo.
El día de mi boda desfiló conmigo, acariciando mi mano para tranquilizarme y tranquilizarse él y asegurarme de todo iba a estar bien.
Él cargó al hombro mi primer hijo, y unos meses más tarde me sostuvo cuando mi marido nos dejó. Él me ayudó a caminar por ese valle oscuro y se alegraron conmigo cuando me casé nuevament. Años más tarde él sostuvo en sus brazos mi primer nieto.
Mi padrastro puede haberse perdido de las primicias que son importantes en la experiencia de los nuevos padres. Pero no me importa. Él estaba allí para los «primeras cosas» que recuerdo y que llevaré grabadas en mi memoria toda mi vida.
Gracias, Papá. Usted estuvo allí para lo que realmente importa.