Por favor

Érase una vez una pequeña expresión llamada «por favor», que vivía en la boca de un niño. «Por favor» vive en la boca de todos, aunque la gente a menudo lo olvida.

Ahora bien, todos los «por favores», para mantenerse fuertes y felices, deben salir de la boca con frecuencia, para airearse. Son como peces en una pecera, que emergen a la superficie para respirar.

El «por favor» del cual les hablaré vivía en la boca de un niño llamado Dick, pero rara vez tenía la oportunidad de salir. Pues Dick, lamentablemente, era un niño grosero que raramente se acordaba de decir «por favor».

— ¡Quiero pan! ¡Quiero agua! ¡Quiero ese libro! -era su modo de pedir las cosas.

Su padre y su madre estaban muy afligidos por esto. Y ese pobre «por favor» pasaba día tras día sentado en el paladar del niño, esperando una oportunidad de salir. Estaba cada día más débil.

Dick tenía un hermano mayor, John, que tenía casi diez años y era tan cortés como grosero era Dick. Así que su «por favor» tenía mucho aire y era fuerte y feliz.

Un día, durante el desayuno, el «por favor» de Dick sintió necesidad de respirar, aunque debiera fugarse. Así que se escapó de la boca de Dick y aspiró una buena bocanada de aire. Luego se arrastró por la mesa y saltó a la boca de John.

El «por favor» que vivía allí se enfadó muchísimo.

— ¡Lárgate! -exclamó-. ¡Tú no vives aquí! ¡Ésta es mi boca!

— Lo sé -respondió el «por favor» de Dick-. Yo vivo en la boca del hermano. Pero allí no soy feliz. Nunca me usa. Nunca puedo respirar aire fresco. Pensé que me dejarías vivir aquí un par de días, hasta que me sienta más fuerte.

— Pues por cierto -respondió amablemente el otro «por favor»-. Comprendo. Quédate, desde luego, y cuando mi amo me use, ambos saldremos juntos. El es amable, y sin duda no le importará decir «por favor» dos veces. Quédate el tiempo que quieras.

Ese mediodía, durante la cena, John quería mantequilla, y esto es lo que dijo:

— Padre, ¿me alcanzas la mantequilla, «por favor» «por favor»?

— Claro -dijo el padre-. ¿Pero por qué tan amable?

John no respondió. Estaba hablando con la madre:

— Madre, ¿me alcanzas el panecillo, «por favor» «por favor»?

La madre se echó a reír.

— Tendrás el panecillo, querido, ¿pero por qué dices «por favor» dos veces?

— No sé -respondió John-. Es como si las palabras me saltaran de la boca. Katie, «por favor» «por favor», un poco de agua.

Esta vez John se asustó.

— Bueno -dijo su padre-, eso no daña a nadie. Un «por favor» nunca está de más en este mundo.

Entretanto, Dick pedía « ¡Dame un huevo, quiero leche, dame una cuchara», con la rudeza habitual, pero ahora se detuvo y escuchó al hermano. Le pareció que sería divertido hablar como John, así que comenzó:

— Madre, ¿me pasas un panecillo, mmm?

Trataba de decir «por favor» pero no podía. Ignoraba que su pequeño «por favor» estaba en la boca de John. Así que lo intentó de nuevo, y pidió la mantequilla.

— Madre, ¿me alcanzas la mantequilla, mmm?

Era todo lo que podía decir.

Así siguió todo el día, y todos se preguntaban qué pasaba con esos dos niños. Cuando llegó la noche, ambos estaban tan cansados, y Dick estaba tan irritado, que su madre los mandó a la cama temprano.

Pero a la mañana siguiente, en cuanto se sentaron a desayunar, el «por favor» de Dick regresó a su hogar. Había respirado tanto aire fresco el día anterior que se sentía fuerte y feliz. Y de inmediato tuvo más aire, pues Dick dijo:

— Padre, ¿me cortas la naranja, «por favor»?

¡Vaya! La palabra le había salido con suma facilidad. Por otra parte, esa mañana John decía un solo «por favor». Y a partir de entonces, el pequeño Dick fue tan cortés como su hermano.

Sensibilidad es el valor que nos hace despertar hacia la realidad, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o menor grado al desarrollo personal, familiar y social.

Antes de hablar de sensibilidad hay que distinguirla de la «sensiblería» que casi siempre es sinónimo de cursilería, superficialidad o debilidad. En realidad el valor de la sensibilidad es la capacidad que tenemos los seres humanos para percibir y comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, así como la naturaleza de las circunstancias y los ambientes, para actuar correctamente en beneficio de los demás.

Para comprender la importancia de este valor, necesitamos recordar que en distintos momentos de nuestra vida hemos buscado afecto, comprensión y cuidados, sin encontrar a ese alguien que muestre interés por nuestras necesidades y particulares circunstancias. ¿Qué podríamos hacer si viviéramos aislados? La sensibilidad nos permite descubrir en los demás a ese «otro yo» que piensa, siente y requiere de nuestra ayuda.

No pensemos en esa sensibilidad emocional que se manifiesta exageradamente con risas o llanto y tal vez «sintiendo» pena o disgusto por todo. Ser sensible va más allá de un estado de ánimo, es permanecer alerta de todo lo que ocurre a nuestro alrededor. ¿Acaso ser sensible es signo de debilidad? No es blando el padre de familia que se preocupa por la educación y formación que reciben sus hijos; el empresario que vela por el bienestar y seguridad de sus empleados; quien escucha, conforta y alienta a un amigo en los buenos y malos momentos. La sensibilidad es interés, preocupación, colaboración y entrega generosa hacia los demás.

La realidad es que las personas prefieren aparentar ser duras o insensibles, para no comprometerse e involucrarse en cosas que califican como fuera de su competencia. Todas las penas y padecimientos de los demás resultan incómodos y molestos, pensando que cada quien tiene ya suficiente con sus propios problemas como para preocuparse de los ajenos. La indiferencia es el peor enemigo de la sensibilidad.

Lo peor de todo es mostrar esa misma indiferencia en familia, algunos padres nunca se enteran de los conocimientos que reciben sus hijos; de los ambientes que frecuentan; las costumbres y hábitos que adquieren con los amigos; de los programas que ven en la televisión; del uso que hacen del dinero; de la información que reciben respecto a la familia, la moda, la religión, la política… todas ellas son realidades que afectan a los adultos por igual.

¿Es que todo está bien? No se puede esperar que las nuevas generaciones construyan ese futuro mejor que tanto se espera, si nos da lo mismo todo y no estamos ahí para dar criterio, para formar hábitos y hacer valer las buenas costumbres.

Puede parecer extraño, pero en cierta forma somos insensibles con nosotros mismos, pues generalmente no advertimos el rumbo que le estamos dando a nuestra vida: pensamos poco en cambiar nuestros hábitos para bien; casi nunca hacemos propósitos de mejora personal o profesional; fácilmente nos dejamos llevar por el ambiente de los amigos o del trabajo sin poner objeción alguna; trabajamos sin orden y desmedidamente; dedicamos mucho tiempo a la diversión personal. Dejarse llevar por lo más fácil y cómodo es la muestra más clara de insensibilidad hacia todo lo que afecta nuestra vida.

Reaccionar frente ante las críticas, la murmuración y el desprestigio de las personas, es una forma de salir de ese estado de pasividad e indiferencia para crear una mejor calidad de vida y de convivencia entre los seres humanos.

Muchas veces nos limitamos a conocer el nombre de las personas, incluso compañeros de trabajo o estudio, criticamos y enjuiciamos sin conocer lo que ocurre a su alrededor: el motivo de sus preocupaciones y el bajo rendimiento que en momentos tiene, si su familia pasa por una difícil etapa económica o alguien tiene graves problemas de salud. Todo sería más fácil si tuviéramos un interés verdadero por las personas y su bienestar.

En todas partes se habla de los problemas sociales, corrupción, inseguridad, vicios, etc. y es algo tan cotidiano que ya forma parte de nuestra vida, dejamos que sean otros quienes piensen, tomen decisiones y actúen para solucionarnos hasta que nos vemos afectados. La sensibilidad nos hace ser más previsores y participativos, pues no es correcto contemplar el mal creyendo que somos inmunes.

Podemos afirmar que la sensibilidad nos hace despertar hacia la realidad, descubriendo todo aquello que afecta en mayor o menor grado al desarrollo personal, familiar y social. Con sentido común y un criterio bien formado, podemos hacer frente a todo tipo de inconvenientes, con la seguridad de hacer el bien poniendo todas nuestras capacidades al servicio de los demás.

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