Para entender el papel que representó Pilato en este drama tenemos que retroceder considerablemente en el tiempo. Para empezar, ¿qué pintaba un gobernador romano en Judea? El año 4 a.C. murió Herodes el Grande, que había reinado sobre toda Palestina. A pesar de sus muchas faltas fue, en muchos sentidos, un buen rey, y consiguió llevarse bien con los romanos. En su testamento dividió su reino entre tres de sus hijos, dejando a Antipas Galilea y Perea; a Felipe Batanea, Auranitis y Traconitis, las salvajes y casi despobladas regiones del Nordeste, y a Arquelao, que entonces no tenía más que dieciocho años, Idumea, Judea y Samaria. Los romanos aprobaron y ratificaron esta división.
Antipas y Felipe gobernaron pacíficamente y bien; pero Arquelao gobernó con tales extorsiones y tiranía que los mismos judíos pidieron a Roma que le quitara y les mandara un gobernador. Lo más probable es que esperaran que se los incorporara a la gran provincia de Siria; y, si hubiera sido así, la provincia era tan extensa que se les habría permitido seguir más o menos como estaban. Todas las provincias romanas se dividían en dos clases: las que requerían tropas estacionadas estaban bajo el control directo del emperador y eran provincias imperiales; y las que no requerían tropas y eran pacíficas y fáciles de gobernar dependían directamente del senado y se llamaban provincias senatoriales.
Palestina era, sin duda, una tierra conflictiva; necesitaba tropas, y por tanto estaba bajo el control directo del emperador. Las provincias realmente grandes las gobernaba un proconsul o un legado, como en el caso de Siria; las más pequeñas, o de segunda clase, las gobernaba un procurador, que tenía a su cargo la administración militar y judicial de la provincia. Visitaba todos los lugares de la provincia por lo menos una vez al año, y escuchaba los casos y las quejas. Supervisaba el cobro de los impuestos, pero no tenía autoridad para aumentarlos. Cobraba del tesoro, y tenía estrictamente prohibido aceptar ya fueran regalos o sobornos; y, si se excedía en el cumplimiento de sus deberes, los habitantes de su provincia tenían derecho a informar al emperador.
Fue un procurador el que nombró Augusto para llevar los asuntos de Palestina, y el primero se instaló en el año 6 d.C. Pilato fue instalado en el año 26 d.C., y siguió en el puesto hasta el año 35 d.C. Palestina era una provincia peliaguda, que requería una mano firme y sabia. No conocemos la historia anterior de Pilato, pero suponemos que tendría reputación de buen administrador para ser elegido para la posición responsable de gobernador de Palestina. Había que mantenerla en orden; porque, como se ve por una simple ojeada al mapa, era el puente entre Egipto y Siria.
Pero Pilato fue un fracaso como gobernador. Pareció empezar con un desprecio olímpico y una total falta de simpatía hacia los judíos. Tres famosos, o infames, incidentes marcaron su carrera. El primero tuvo lugar en su primera visita a Jerusalén. Jerusalén no era la capital de la provincia, sino Cesarea, donde estaban la sede del gobierno y el cuartel general; pero el procurador visitaba Jerusalén con frecuencia y, cuando lo hacía, se quedaba en el antiguo palacio de Herodes en la parte Oeste de la ciudad. Cuando venía a Jerusalén, siempre se traía un destacamento de soldados, que tenían sus banderas, en la parte más alta de las cuales había un pequeño busto de metal del emperador del momento. Al emperador se le consideraba un dios; y, para los judíos, aquel pequeño busto de las banderas era la imagen de un ídolo.
Todos los gobernadores romanos anteriores, por respeto a los escrúpulos religiosos de los judíos, habían quitado los bustos antes de entrar en Jerusalén; pero Pilato se negó. Los judíos se lo pidieron insistentemente. Pilato se mantuvo firme en la negativa; no iba a ser indulgente con las supersticiones de los judíos. Se volvió a Cesarea. Los judíos le siguieron durante cinco días. Eran humildes, pero insistentes en sus peticiones. Por último, Pilato les dijo que los recibiría en el anfiteatro. Los rodeó de soldados armados, y los informó de que, si no retiraban sus peticiones, los mataría allí inmediatamente. Los judíos descubrieron los cuellos e invitaron a los soldados a matarlos. Ni aun Pilato podía masacrar a hombres indefensos. Se dio por vencido y se vio obligado a quitar las imágenes de las banderas en lo sucesivo. Así empezó Pilato, y fue un mal principio.