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Poncio Pilato juzga a Jesús

Fijaos lo que estaban haciendo los judíos: estaban cumpliendo meticulosamente los detalles de la ley ceremonial y, al mismo tiempo, estaban empujando hacia la Cruz al Hijo de Dios. Eso es algo de lo que somos capaces los humanos. Muchos miembros de iglesia hacen un mundo de fruslerías, pero quebrantan la ley del amor, y del perdón, y del servicio todos los días. Hasta hay muchas iglesias en las que los detalles de las vestiduras, los tapetes, los candelabros y los adornos están relucientes, pero el espíritu de amor y la verdadera comunión no brillan más que por su ausencia. Entre las cosas más trágicas del mundo está cómo se pueden perder el sentido de la proporción y la habilidad de poner lo primero en primer lugar.

(ii) Los judíos no dudaban en tergiversar sus acusaciones a Jesús. En su interrogatorio privado ya habían llegado a la conclusión, si es que no habían partido ya de ella, de que Jesús era culpable de blasfemia (Mateo 26:65). Sabían muy bien que Pilato no tomaría en consideración una acusación así, y que diría que sus disputas religiosas se las podían resolver solos sin molestarle a él. A sí que los cargos que presentaron los judíos contra Jesús fueron de rebelión y de insurrección política.

Acusaron a Jesús de querer proclamarse rey, aunque sabían muy bien que aquello era una mentira. El odio es una cosa terrible, y no duda en tergiversar la verdad.

(iv) Para lograr la muerte de Jesús, los judíos negaron todos sus principios. Llegaron hasta el colmo cuando dijeron: « ¡No tenemos más rey que el César!» Samuel le había dicho al pueblo de Israel que Dios era su único Rey (1 Samuel 12:12). Cuando le ofrecieron la corona a Gedeón, contestó: «Ni yo seré el que os gobierne, ni mi hijo; el Señor será el único que os gobernará» (Jueces 8:23). Cuando los romanos llegaron por primera vez a Palestina, tomaron un censo para organizar los impuestos que tendrían que pagar como pueblo sometido; y se produjo la rebelión más sangrienta, porque los judíos insistían en que Dios era su único Rey, y a Él sería al único que pagarían tributo.

Cuando el líder judío proclamó ante Pilato: « ¡No tenemos más rey que el César!» fue la más alucinante volte face de la Historia. El solo oírlo debe de haber dejado a Pilato sin aliento, y seguramente se los quedaría mirando medio alucinado y medio divertido. Los judíos estaban dispuestos a renegar de todos sus principios con tal de eliminar a Jesús.

Es un cuadro horrible. El odio de los judíos los convirtió en una enloquecida chusma de fanáticos y frenéticos vociferadores y frenéticos. En su odio olvidaron toda misericordia, todo sentido de proporción, toda justicia, todos sus principios, hasta a Dios. Nunca en toda la Historia de la humanidad se mostró más claramente la locura del odio.

Ahora nos volvemos hacia la segunda personalidad de esta historia: Pilato. Durante todo el juicio su conducta es, por decir lo menos, incomprensible. Está suficientemente claro, no podía estarlo más, que Pilato sabía que las acusaciones de los judíos eran una serie de mentiras, y que Jesús era totalmente inocente. Le dejó profundamente impresionado, y no quería condenarle a muerte -y, sin embargo, eso fue lo que hizo. En primer lugar trató de sacudirse aquel caso; luego, intentó dejar en libertad a Jesús sobre la base de que se solía soltar a un preso para la Pascua; y después, trató de satisfacer el deseo de venganza de los judíos mandando azotar a Jesús; por último, hizo una última apelación. Pero el caso es que rehusó en absoluto mantenerse firme y decirles a los judíos que no quería saber nada de sus asesinas maquinaciones. Nunca podremos empezar a entender a Pilato a menos que conozcamos su historia, que podemos reconstruir en parte por los escritos de Josefo y en parte por los de Filón.

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