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Poncio Pilato juzga a Jesús

(ii) Existe el silencio de desprecio. Se pueden recibir afirmaciones o argumentos o disculpas de alguien con un silencio que muestra que no merecen una respuesta. En lugar de contestar a las protestas de alguien, el que escucha puede volverle la espalda y dejar las cosas como están.

(iii) Existe el silencio del miedo. Una persona puede guardar silencio por la sencilla razón de que tiene miedo de hablar. La cobardía de su alma puede que le impida decir lo que sabe que debería decir. El miedo puede amordazarle, obligándole a un silencio vergonzoso.

(iv) Existe el silencio del corazón quebrantado. Cuando se ha herido de veras a una persona, no rompe en protestas y recriminaciones y exabruptos. El más profundo dolor es un dolor mudo, que está más allá de la ira y de la reprensión y de todo lo que se pueda expresar con palabras, y que sólo puede mostrarse en el silencio.

(v) Existe el silencio de la tragedia, cuando se guarda silencio porque ya no hay nada que se pueda decir. Fue por eso por lo que Jesús mantuvo silencio. Sabía que no podía haber un puente entre Él mismo y las autoridades judías. Sabía que no había nada en Pilato a lo que pudiera apelar en última instancia. Sabía que las líneas de comunicación estaban rotas. El odio de los dirigentes de los judíos era un telón de acero que las palabras no podían atravesar. La cobardía de Pilato frente a la multitud era una barrera que las palabras no podían perforar. Es terrible que el corazón de un hombre llegue a tal punto que hasta Jesús sepa que no tiene sentido hablar. ¡Que Dios nos libre de ello!

En tiempos de Jesús los judíos no tenían autoridad para ejecutar la pena capital, que tenía que imponer el procurador romano y ser ejecutada por las autoridades romanas. Por eso llevaron los judíos a Jesús a Pilato. El crimen del que le acusaban da muestra a todas luces de su malignidad. Ante el Sanedrín, el crimen había sido la blasfemia, porque Él había osado llamarse Hijo de Dios. Esa acusación ni se le mencionó a Pilato; porque sabían que no tendría ningún peso para él, sino que la habría considerado cosa de la religión o de la superstición judía. El cargo que querían sustanciar contra Jesús era exclusivamente político, y lleva el sello de la mentalidad y astucia de los saduceos. De hecho fueron los saduceos aristócratas y colaboracionistas los que consiguieron la crucifixión de Jesús, porque temían que resultara un elemento disturbador y produjera una situación en la que ellos perdieran la riqueza y el poder que tenían.

La acusación ante Pilato era realmente triple. Acusaban a Jesús de:

(a) agitación sediciosa;

(b) animar a la gente a no pagar tributo al Emperador, y

(c) atribuirse el título de rey. Todo esto era falso, y ellos lo sabían; pero recurrieron a las mentiras más calculadas y maliciosas en su loco deseo de eliminar a Jesús.

Este es el relato más dramático del juicio de Jesús que tenemos en el Nuevo Testamento, y el dividirlo en pequeñas secciones habría sido perder el drama. Tiene que leerse en conjunto; pero requerirá después varios días el estudiarlo. El drama de este pasaje viene dado por el choque y la interacción de las personalidades. Por tanto, será mejor estudiarlo, no sección por sección, sino siguiendo a los personajes que intervienen en él.

Empezaremos por los judíos. En el tiempo de Jesús los judíos estaban sometidos a los romanos, que les concedían una cierta medida de autogobierno pero no les permitían dictar ni ejecutar sentencias de muerte. El ius gladii, como se llamaba en latín, el derecho de la espada, era atribución exclusiva de los romanos.

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