Aunque ésta es la carta magna de la oración, nos impone ciertas obligaciones. En griego hay dos clases de imperativo; está el imperativo aoristo, que formula una orden definida. «¡Cierra la puerta cuando entres!» Eso sería un imperativo aoristo. Y está el imperativo presente, que formula una orden de hacer algo siempre, o seguir haciéndolo. «Cierra la puerta siempre que entres» sería un imperativo presente. Los imperativos aquí son imperativos presentes; por tanto Jesús está diciendo: «Sigue pidiendo; persiste en buscar; insiste en llamar.» Nos está diciendo que seamos constantes en la oración; que no nos desanimemos nunca y dejemos de orar. Está claro que esa es la prueba de nuestra sinceridad. ¿Queremos de veras lo que pedimos? ¿Se trata de algo que podemos presentarle a Dios insistentemente? Porque la mayor prueba de legitimidad de nuestro deseo es: ¿Puedo presentárselo a Dios en oración?
Jesús establece aquí los hechos gemelos de que Dios siempre contesta nuestras oraciones a Su manera, con sabiduría y amor y de que debemos ofrecerle a Dios una vida de oración indesmallable, lo que pone a prueba la legitimidad de las cosas que Le pedimos, y nuestra propia sinceridad en pedirlas.
El everest de la ética
Así pues, hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes; porque en eso se resumen la ley y los profetas.Esta es probablemente la cosa más universalmente famosa que dijo Jesús. Con este mandamiento el Sermón del Monte alcanza su cima. Este dicho de Jesús se ha llamado «la piedra clave de todo el discurso.» Es la cima más alta de la ética social, y el Everest de toda la enseñanza ética.
Se pueden citar paralelos rabínicos para casi todo lo que dijo Jesús en el Sermón del Monte; pero este dicho de Jesús no tiene paralelo. Es algo que no se había dicho nunca antes. Es nueva enseñanza, y una manera nueva de ver la vida, con sus obligaciones.
No es difícil encontrar muchos paralelos de este dicho en su forma negativa. Como ya hemos visto, hubo dos maestros judíos famosísimos. Uno era Sammay, famoso por su austeridad a ultranza; y el otro Hil.lel, famoso por su dulce comprensión. Los judíos contaban la siguiente anécdota: «Un pagano vino a Sammay y le dijo: «Estoy dispuesto a que me aceptéis como prosélito a condición de que me enseñes toda la Ley mientras yo me mantenga sobre una pierna.» Sammay se le quitó de encima con la regla que llevaba en la mano. Luego el pagano fue a Hil.lel, que le recibió como prosélito. Le dijo: ‹Lo que no te gustaría que te hicieran, no se lo hagas a nadie; eso es toda la Ley, y 1o, demás es comentario. Ve y aprende.›» Aquí tenemos la Regla de Oro en su forma negativa.
En el Libro de Tobías hay un pasaje en el que el anciano Tobías le enseña a su hijo todo lo que le hace falta para la vida. Una de sus máximas es: «Lo que no te gusta, no se lo hagas a nadie» (Tobías 4:16).
Hay una obra judía que se llama La Carta de Aristeas, que pretende ser el informe de los eruditos judíos que fueron a Alejandría para traducir las Escrituras hebreas al griego, y produjeron la Septuaginta. El rey de Egipto les hizo un banquete en el que les dirigió algunas preguntas difíciles. «¿Cuál es la enseñanza de la sabiduría?» -preguntó. Un erudito judío le contestó: «Como tú quieres que no te sobrevenga ningún mal, sino participar de todas las cosas buenas, así debes actuar sobre el mismo principio con tus súbditos y ofensores, y amonestar suavemente a los nobles y a los buenos. Porque Dios atrae a todos los seres humanos a Sí mismo con Su benignidad» (La Carta de Aristeas 207).
Rabí Eliezer se acercó más a la formulación de Jesús cuando dijo: «Que la honra de tu marido te sea tan querida como la tuya propia.» El salmista también lo presentó en una forma negativa cuando dijo: Señor, ¿quién puede residir en tu santuario?, ¿quién puede habitar en tu santo monte? Solo el que vive sin tacha y practica la justicia; el que dice la verdad de todo corazón; el que no habla mal de nadie; el que no hace daño a su amigo ni ofende a su vecino; el que mira con desprecio a quien desprecio merece, pero honra a quien honra al Señor; el que cumple sus promesas aunque le vaya mal; el que presta su dinero sin exigir intereses; el que no acepta soborno en contra del inocente. El que así vive, jamás caerá. (Salmo 15).
No es difícil encontrar esta regla en la enseñanza judía en su forma negativa; pero no tiene paralelo en la forma positiva que le dio Jesús. Lo mismo pasa en la enseñanza de otras religiones. La forma negativa es uno de los principios básicos de Confucio. Tsze-Kung le preguntó: «¿Hay alguna palabra que pueda servir de regla de conducta para toda la vida?» Confucio dijo: « ¿No sería tal palabra reciprocidad? Lo que no quieres que te hagan, no se lo hagas a otros.»
Hay algunas líneas hermosas en los Himnos de la Fe budista que se acercan mucho a la enseñanza cristiana: Todos tiemblan a la vara, pues todos temen la muerte; poniéndote en el lugar de otros, ni mates ni hagas matar. Todos tiemblan a la vara, y todos aman la vida; haciendo como quieres que te hagan, ni mates ni hagas matar.