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Parábola del sembrador

Aquel mismo día salió Jesús de casa y se sentó y otra vez comenzó Jesús a enseñar a la orilla del lago. Como se reunió mucha gente, Jesús subió a una barca y se sentó, mientras la gente se quedaba en la orilla de playa. Entonces se puso a enseñarles muchas cosas por medio de parábolas. En su enseñanza les decía: Oigan esto: Un sembrador salió a sembrar y al sembrar, una parte de la semilla cayó en el camino, y llegaron las aves y se la comieron. Otra parte cayó entre las piedras, donde no había mucha tierra; esa semilla brotó pronto, porque la tierra no era muy honda; pero el sol, al salir, la quemó, y como no tenía raíz, se secó. Otra parte de la semilla cayó entre espinos, y los espinos crecieron y la ahogaron de modo que la semilla no dio grano. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio buena cosecha; algunas espigas dieron cien granos por semilla, otras sesenta granos, y otras treinta. Los que tienen oídos, oigan. Mateo 13:1-23, Marcos 4:1-25, Lucas 8:4-18

Aquí tenemos un cuadro que cualquiera entendería en Palestina. Aquí vemos claramente a Jesús usando el aquí y ahora para llegar al allí y entonces. Lo que es probable que estuviera sucediendo es que, cuando Jesús estaba usando la barca como púlpito, en uno de los campos cerca de la orilla había un sembrador sembrando en aquel momento; y Jesús tomó a aquel sembrador, al que todos podían ver, como texto de predicación, y empezó: «¡Fijaos en ese sembrador que está sembrando la semilla en ese campo!» Jesús empezó por algo que en aquel preciso momento todos podían ver, para abrir sus mentes a la verdad que todavía no habían visto.

En Palestina tenían dos maneras de hacer la siembra. El sembrador podía ir lanzando la semilla mientras andaba arriba y abajo por su campo. Si soplaba el viento, se llevaría parte de la semilla a toda clase de sitios, y a veces hasta fuera del campo. La segunda manera era más perezosa, pero de uso corriente. Consistía en ponerle encima a un burro un saco de semilla, cortarle o abrirle un agujero y hacer que el animal recorriera el campo mientras la semilla iba cayendo. En este caso, también algunas semillas caerían en sitios menos preparados o cerca del sendero cuando se acercara por allí el animal o lo cruzara.

En Palestina los campos eran largos y estrechos, y estaban separados solo por los senderos, por los que podía pasar todo el mundo, lo que quiere decir que estaban endurecidos por el constante paso de gente y animales. Eso era lo que quería decir Jesús al hablar del borde del sendero. La semilla que cayera allí -y era normal que cayera alguna, de cualquier forma que se sembrara- no tenía más posibilidad de penetrar en la tierra que si hubiera caído en la carretera.

Lo que traducimos como el terreno pedregoso no es que estuviera lleno de piedras, sino algo corriente en Palestina: había una capa poco profunda de tierra sobre grandes lanchas de roca caliza.

A lo mejor no había más que unos pocos centímetros de tierra encima de la roca. En tal caso, la semilla germinaría más pronto que en terreno más profundo, porque la tierra se calentaría antes cuando saliera el sol; pero cuando las raíces tiraran para abajo buscando nutrientes y humedad, se encontrarían con la roca, y el sol se encargaría de agostar la poca vida que tuviera.

El terreno espinoso engañaba. Cuando se estaba sembrando, parecería bastante limpio. Es fácil hacer que un terreno parezca limpio simplemente labrándolo; pero si siguen por debajo las raíces fibrosas de la grama, de las ortigas y de las zarzas, entre otras plantas parásitas perennes, se apoderarán del terreno disponible a la primera oportunidad. Cualquier labrador sabe que las malas yerbas crecen más deprisa y más fuertes que ninguna planta cultivada. El resultado fue que la buena semilla y las malas que estaban latentes crecieron juntas; pero los hierbajos eran tan fuertes que estrangularon las buenas plantas.

El buen terreno era profundo y suave y limpio; la semilla podía introducirse; podía encontrar alimento; podía crecer sin impedimento; y produjo una cosecha abundante.

La palabra y el oyente

Esta parábola se dirige realmente a dos clases de personas. Se dirige a los que oyen la Palabra. Los investigadores dicen con cierta frecuencia que la interpretación de la parábola que encontramos en los versículos 18-23 no es la del mismo Jesús, sino la de los predicadores de la Iglesia Primitiva, y que no es del todo correcta. Se dice que incumple la ley de que una parábola no es una alegoría, y que es demasiado detallada para que la pudieran captar los oyentes a la primera. Si Jesús estaba realmente señalando a un sembrador que estaba haciendo su labor, esa no parece ser una objeción válida; en cualquier caso, la interpretación que identifica las distintas clases de terreno con distintas clases de oyentes ha mantenido siempre su puesto en el pensamiento de la Iglesia, y tiene que proceder de alguna fuente autorizada. Y en tal caso, ¿por qué no de Jesús mismo? Si tomamos esta parábola como una advertencia a los oyentes, quiere decir que hay diferentes maneras de recibir la Palabra de Dios, y que el fruto que produzca dependerá del corazón del que la reciba. La suerte de cualquier palabra hablada depende del oidor. Como se suele decir, «el éxito de un chiste no depende de la lengua del que lo cuenta, sino del oído del que lo oye.» Un chiste será un éxito si se le dice a una persona que tiene sentido del humor y está de humor para escucharlo. Será un fracaso si se le cuenta a una criatura sin humor y que está decidida a no verle la gracia. ¿Quiénes son los oidores a los que se describe y advierte en esta parábola?

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