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Orígenes de Alejandría

El más distinguido discípulo de Clemente de Alejandría, y el último de los cuatro grandes maestros de la iglesia que discutiremos en este capítulo, es Orígenes. A diferencia de su maestro Clemente, Orígenes era hijo de padres cristianos. Durante la persecución de Septimio Severo —la misma que obligó a Clemente a abandonar Alejandría—, el padre de Orígenes fue hecho prisionero y sufrió el martirio. Orígenes, que a la sazón era todavía un jovenzuelo, quiso unirse a su padre en la cárcel para sufrir el martirio junto a él. Pero su madre le escondió sus ropas y Orígenes se vio obligado a permanecer en casa, donde le dedicó a su padre un tratado en el que le exhortaba a ser fiel hasta la muerte.

Poco tiempo después de estos acontecimientos, Demetrio, el obispo de Alejandría, puso sobre los hombros de Orígenes, que apenas contaba dieciocho años de edad, la tarea de preparar a los candidatos al bautismo: los “catecúmenos”. Esta era una gran responsabilidad, y el joven Orígenes, que sin lugar a dudas era un genio excepcional, llegó a ser famoso como maestro de la fe cristiana. Tras algunos años de enseñar a los catecúmenos, Orígenes se vio en la necesidad de dedicarse a discípulos más adelantados, pues muchas gentes cultas venían a pedir su instrucción. Entonces dejó la enseñanza de los catecúmenos en manos de algunos de sus discípulos, y se dedicó por entero a la labor docente en una escuela cristiana al estilo de la que habían tenido anteriormente los grandes filósofos paganos. A esa escuela venían a escucharle, no sólo cristianos de diversas partes del Imperio, sino también paganos como la madre del emperador y el gobernador de Arabia.

Por diversas razones, entre las cuales no faltaron los celos, hubo conflictos entre Orígenes y el obispo de Alejandría. El resultado de esos conflictos fue que Orígenes se vio obligado a abandonar Alejandría e ir a vivir en Cesarea, donde continuó dedicándose al estudio y la enseñanza por veinte años más. Por fin, en tiempos de la persecución de Decio, Orígenes tuvo ocasión de mostrar la firmeza de su fe. Dado el carácter de esa persecución, Orígenes no fue muerto, sino torturado hasta tal punto que, puesto en libertad, murió al poco tiempo. Murió en la ciudad de Tiro cuando tenía unos setenta años de edad.

La obra literaria de Orígenes fue inmensa. Puesto que sus conocimientos bíblicos eran enormes y estaba consciente de que el texto de las Escrituras contenía ligeras variantes, compuso la Hexapla. Esta era una colección, en seis columnas, del Antiguo Testamento en diversas formas: el texto hebreo, una transliteración en letras griegas de ese mismo texto —de modo que el lector que desconocía el hebreo pudiera conocer el sonido del hebreo, sobre la base del griego— y cuatro versiones distintas al griego. Además, se dedicó a comparar los diversos textos del Antiguo Testamento, y produjo toda una serie de símbolos para designar variantes, omisiones y añadiduras. Además, Orígenes compuso comentarios y sermones sobre buena parte del texto bíblico. Y a esto han de añadirse su apología Contra Celso, que ya hemos citado, y su gran obra sistemática, De los primeros principios, más conocida como De principiis. El modo en que Orígenes pudo escribir tantas obras nos da idea de su genio, pues buena parte de su producción literaria fue dictada directamente a algún discípulo o escriba. Y hasta se nos cuenta que en algunas ocasiones llegó a dictar obras diferentes a siete amanuenses simultáneamente.

La teología de Orígenes sigue un espíritu muy parecido al de su maestro Clemente. Se trata de un intento de relacionar la fe cristiana con la filosofía que estaba en boga en Alejandría en esa época. Esa filosofía era lo que los historiadores llaman “el neoplatonicismo”. Pero Orígenes está mucho más consciente que Clemente de la necesidad de asegurarse que ese interés filosófico no le lleve a negar alguna de las doctrinas fundamentales del cristianismo. Según él, “nada que difiera de la tradición de los apóstoles y de la iglesia ha de aceptarse como verdadero” (De principiis, prefacio, 2). Esa tradición incluye ante todo la doctrina según la cual hay un solo Dios, creador y ordenador del universo, y por tanto las especulaciones gnósticas que pretenden que otro ha creado este mundo han de ser rechazadas. En segundo lugar, la doctrina apostólica nos enseña que Jesucristo es el Hijo de Dios, nacido antes que todas las criaturas, y que se ha encarnado de tal modo que, al mismo tiempo que se hizo hombre, siguió siendo Dios. Sobre el Espíritu Santo, según Orígenes, la tradición apostólica no está del todo clara, excepto en el sentido de que su gloria es la misma del Padre y del Hijo. Por último, esa tradición afirma que el alma ha de recibir recompensa o castigo según su vida en este mundo, y que al final habrá una resurrección del cuerpo, que se levantará incorruptible.

Una vez afirmado esto, sin embargo, Orígenes se siente libre para alzarse en altos vuelos especulativos. Por ejemplo, puesto que la tradición de los apóstoles y de la iglesia no nos da detalles acerca del modo en que el mundo fue creado, Orígenes se lanza a investigar esta cuestión. En los primeros capítulos del Génesis hay dos historias de la creación, hecho éste que conocían los sabios judíos aun antes de tiempos de Orígenes, y que ha de resultar claro a quienquiera que lea esos capítulos con detenimiento. En una de esas historias, la primera, se nos dice que el ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, y que “varón y hembra lo creó”.

En la segunda, se nos dice que Dios hizo primero a Adán, de cuya costilla formó después a Eva. En la primera historia, el verbo griego que se utiliza para la acción de Dios corresponde a nuestro verbo “crear”, mientras que el que aparece en la segunda corresponde a nuestro “plasmar”. ¿Cómo explicar estas diversidades? Naturalmente, Orígenes no puede recurrir, como lo hacen los eruditos modernos, a la explicación según la cual lo que tenemos aquí es la conjunción de dos tradiciones distintas. Según él, si hay dos historias de la creación esto ha de ser porque hubo dos creaciones.

La primera creación, según Orígenes, fue puramente espiritual. Los seres que Dios hizo eran espíritus carentes de cuerpo. Es por esto que el texto dice que eran “varón y hembra”, es decir, sin distinciones sexuales. También es por ello que se utiliza el verbo “crear” más bien que “plasmar”.

El propósito de Dios era que los espíritus que había creado se dedicaran a su contemplación. Pero algunos de ellos apartaron la vista del Creador, y por ello cayeron. Fue entonces que Dios produjo la segunda creación. Esta creación es material, y ha sido puesta como refugio u hogar provisional para los espíritus caídos. De esos espíritus, los que cayeron más bajo se han vuelto demonios, y los demás se han vuelto seres humanos. Fue para estos seres humanos que Dios creó los cuerpos que ahora poseemos, de los cuales se dice que los “plasmó” del polvo de la tierra, y que unos son varones y otros hembras.

Naturalmente, esto quiere decir que todos los seres humanos existíamos antes de nacer en este mundo, y que la razón por la cual estamos aquí es que pecamos en esa existencia anterior y puramente espiritual. Resulta interesante notar que, aunque Orígenes cree derivar sus ideas del texto bíblico, en realidad se derivan de Platón, quien había enseñado que las almas se hallan en este mundo porque han caído del mundo superior de las puras ideas. En este mundo, el diablo y sus demonios nos tienen sujetos, y Jesucristo ha venido por tanto para destruir el poder del diablo y para mostrarnos el camino que hemos de seguir en nuestro regreso al mundo espiritual. Pero, según Orígenes, puesto que en fin de cuentas el diablo es también un espíritu como el nuestro, y puesto que Dios es amor, al fin hasta el diablo se salvará, y toda la creación regresará a su estado inicial, cuando todo era espíritu. Sin embargo, los espíritus seguirán siendo libres, y por tanto nada impide que haya una nueva caída, un nuevo mundo material, y una nueva historia, y que por tanto el ciclo de caída-restauración-caída continúe para siempre.

Al tratar de juzgar todo esto, lo primero que tenemos que hacer es rendir tributo a la amplitud de horizontes que Orígenes trata de abarcar. Esto es lo que le ha ganado admiradores en diversas generaciones. Además, hemos de recordar que Orígenes propone todo esto, no como la verdad que ha de ser aceptada por todos, ni como algo que ha de sustituir o de superar a las doctrinas de la iglesia, sino como sus propias especulaciones, que nunca han de tener la misma autoridad de la tradición apostólica.

Pero, una vez dicho esto, es necesario señalar que en muchos puntos Orígenes parece ser más platónico que cristiano. Así, por ejemplo, Orígenes niega la doctrina de los gnósticos y de Marción según la cual este mundo ha sido creado por un ser inferior. Pero en fin de cuentas llega a la conclusión de que la existencia del mundo material es el resultado del pecado, y que los propósitos iníciales de Dios no incluían la existencia de este mundo ni de la historia. En esto, Orígenes contrasta con Ireneo, para quien la historia era parte fundamental del plan de Dios. Y en lo que se refiere a la preexistencia de las almas y el ciclo eterno de caídas y restauraciones, no cabe duda de que Orígenes se aparta de lo que ha sido siempre la doctrina de la iglesia.

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