Muchos de los habitantes de aquel pueblo de Samaria creyeron en Jesús por lo que les había asegurado la mujer: “Me ha dicho todo lo que he hecho.” Así que, cuando los samaritanos llegaron, rogaron a Jesús que se quedara con ellos. Él se quedó allí dos días, y muchos más creyeron al oir lo que él mismo decía. Y dijeron a la mujer: Ahora creemos, no solamente por lo que tú nos dijiste, sino también porque nosotros mismos le hemos oído y sabemos que de veras es el Salvador del mundo. Juan 4:39-42
El Salvador del mundo.
En los acontecimientos que tuvieron lugar en Samaria tenemos el esquema de cómo se extiende muchas veces el Evangelio.
En la historia de la implantación de la fe entre los samaritanos tenemos tres etapas.
(i) Hubo una presentación. Fue la Samaritana la que les presentó a Cristo a los samaritanos. Aquí vemos plenamente desarrollada la necesidad que Dios tiene de nosotros. Pablo dijo: «¿Cómo van a creer si no hay quién les predique?» (Romanos 10:14). La Palabra de Dios tiene que irse transmitiendo de persona a persona. Dios no puede hacerles llegar Su Mensaje a los que nunca lo han oído a menos que tenga alguien que se lo lleve.
Él no tiene más manos que las nuestras para hacer hoy Su Obra; No tiene más pies que los nuestros para guiar a la gente en Su camino; Él no tiene más voz que la nuestra para decirle al mundo cómo murió; Él no tiene más ayuda que la nuestra para guiarlos hasta Él.
Es al mismo tiempo nuestro gozoso privilegio y nuestra irrenunciable responsabilidad el llevarle a Cristo a las personas. No puede haber presentación a menos que haya alguien que presente a Cristo. Además, la presentación hay que hacerla sobre la base del testimonio personal. La mujer iba gritando: «¡Fijaos en lo que ha hecho por mí y en mí!» No era de una teoría de lo que hablaba, sino de un poder dinámico y transformador. La Iglesia se podrá extender hasta que los reinos del mundo lleguen a ser el Reino del Señor sólo cuando hombres y mujeres experimenten por sí mismos el poder de Cristo, y luego les transmitan esa experiencia a otros.
(ii) Había un contacto personal cada vez más íntimo y un conocimiento que iba en aumento. Una vez que Se les presentó a Cristo a los samaritanos, ellos mismos Le buscaron; buscaron Su presencia y Su compañía. Le pidieron que se quedara con ellos hasta que aprendieran de Él y llegaran a conocerle mejor. Es verdad que hay que empezar por presentar a Cristo; pero no lo es menos que, cuando Se le ha presentado a una persona, ella tiene que seguir viviendo en la presencia de Cristo por sí misma. Nadie puede pasar esa experiencia por otro. Puede que sean otros los que nos guíen a la amistad con Cristo, pero debemos buscar y disfrutar de esa amistad por nosotros mismos.
(iii) Hubo descubrimiento y entrega. Los samaritanos descubrieron en Jesús al Salvador del mundo. Es posible que no lo dijeran con esas mismas palabras. Juan estaba escribiendo después de muchos años, y estaba expresando el descubrimiento de los samaritanos con sus propias palabras, que rezumaban el aroma de toda una vida de comunión con Cristo y de meditación acerca de Él bajo la dirección del Espíritu Santo. Juan es el único que usa este glorioso título de Jesús. Lo encontramos aquí y en 1 Juan 4:14; y nosotros mismos hemos visto y declaramos que el Padre envió a su Hijo para salvar al mundo.
Para Juan era el título de Jesús por antonomasia. Este título no lo inventó Juan. En el Antiguo Testamento a Dios se Le llama Salvador, Dios de Salvación. Este título se aplicaba también a muchos dioses griegos. Cuando Juan estaba escribiendo, al emperador romano se le otorgó el título de Salvador del Mundo. Es como si Juan dijera: «Todo lo que veníais soñando se ha hecho realidad en Jesús.» Haremos bien en no olvidar este título. Jesús no era simplemente un profeta que transmitiera con palabras un mensaje de Dios. Tampoco era simplemente un psicólogo experto que tuviera una habilidad extraordinaria para descubrir lo que hay en la mente humana. Es cierto que dio muestras de poseer esa cualidad en el caso de la Samaritana; pero hizo mucho más. Él no era simplemente un ejemplo. No vino sólo a presentarle a la humanidad cómo había que vivir la vida. Un gran ejemplo puede ser descorazonador y frustrante cuando nos deja impotentes para seguirlo. Jesús era y es El Salvador. Él es el único que puede rescatar a las personas de la situación terrible y desesperada en que se encuentran; el único que puede romper las cadenas que tienen aherrojadas a las personas a su pasado, y darles poder para enfrentarse con el futuro. La Samaritana es en realidad un buen ejemplo de cómo actúa el poder salvador de Jesús. La población donde vivía ya la tendría probablemente por una persona irreformable; y seguramente ella misma estaría de acuerdo en que jamás sería capaz de llevar una vida respetable. Pero llegó Jesús, y la rescató por partida doble: la capacitó para que se desligara de su pasado, y la introdujo a una nueva vida desde allí en adelante. No hay título que Le corresponda a Jesús mejor que El Salvador del Mundo.