Ahora Dios revela por medio de Miqueas los pecados que merecen la vara de castigo. Esta gente se había enriquecido por su impiedad. Aquí habla de una medida (efa) escasa; es decir, no ajustaba 37 litros sino menos, defraudando así al comprador. Balanzas y pesas significan lo mismo, y de igual manera con ellas defraudaban al comprador. Todo esto fue terminantemente prohibido por la ley.
El versículo 12 menciona la explotación (jamas implica violencia e injuria); no solamente se enriquecían defraudando, lo hacían con violencia, y luego mentían y engañaban con su boca. Dios no pudo sino castigar tales cosas.
Hace varios años se publicó en una revista popular de EE.UU. un artículo titulado “Todo el mundo es deshonesto”. Un autor llamado Heriberto Brean cita al estadista Juan Reid, quien se había entrevistado con más de 25.000 personas y en todo ese tiempo nunca encontró a una sola persona completamente honesta. Y lo que nos llama más la atención es que según Reid, los religiosos no son más honestos que los demás. El pueblo de Israel, y especialmente la ciudad de Jerusalén, se conducía igual o peor que los paganos e incrédulos.
Los versículos 14-16 revelan las consecuencias. Parecen ser citas de Levitico 26:26 y Deuteronomio 28:39-40. Podemos imaginarnos que Miqueas está sentado con su copia de la ley de Dios, compara la condición del pueblo y de acuerdo con la Biblia profetiza su futuro. Por su situación de pecado nada de lo que hagan será prosperado.
El versículo 16 compara el pueblo con la dinastía más fuerte y más mala en la historia de Israel, la de Omri y Acab. La cuarta dinastía o familia reinó unos 60 años (desde el año 887), fundó Samaria, llevó a Israel a la adoración de los baales, y al fin fue exterminada. El deseo de seguir esta línea resultaría en tres cosas: ruina, rechifla (o burla) y afrenta (u oprobio). La triple pena corresponde evidentemente a su pecado de fraude, violencia y mentira. Dios es justo.