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Mateo 9: Estar a buenas con Dios

Mateo 9:1-13

En la primera parte de este pasaje se deja ver cuan grande es el conocimiento que nuestro Señor tiene de los pensamientos de los hombres.

A ciertos escribas les parecieron censurables y aun blasfemas las palabras que nuestro Señor dirigió al paralítico. Seguramente se figuraron que nadie sabía qué pensamientos se cruzaban en su mente. Les faltaba saber que el Hijo de Dios puede leer los corazones y percibir los más íntimos afectos. Para vergüenza suya, sus malévolas ideas fueron reveladas.

Esto nos enseña una lección muy útil. «Todas las cosas están descubiertas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.» Heb. 4.13. Nada puede permanecer oculto a los ojos de Jesús. ¿De qué pensamos en lo secreto cuando nadie nos ve? ¿De qué pensamos en la iglesia cuando parecemos tan formales y serios? ¿De qué estamos pensando en este momento mismo? Jesús lo sabe, lo ve, lo penetra, y algún día nos llamará a dar cuenta de ello. Escrito está: « El Señor que juzgará los secretos de los hombres conforme a mi Evangelio, por Jesucristo.» Rom. 2.16.

Notemos, en segundo lugar, el singular llamamiento que Mateo recibió para hacerse discípulo de Jesucristo. Aquel que más tarde fue el primero en escribir el Evangelio estaba sentado al banco de los tributos. Acaso estaba absorto en el desempeño de sus funciones y pensaba en nada más que sus ganancias. Mas de súbito nuestro Señor lo excitó a que lo siguiese y se hiciese su discípulo. Al punto obedeció: levantóse y le siguió.

Que sea siempre uno de los principios fijos de nuestro sistema religioso que para Jesucristo nada hay imposible. El tiene poder para llamar a un recaudador de impuestos y hacerlo apóstol; para cambiar cualquier corazón y renovar todas las cosas. No perdamos jamás las esperanzas de la salvación de persona alguna.

Continuemos trabajando y orando por el bien de las almas, aun de las más depravadas.

Notemos la resolución de Mateo. No se demoró, no se aguardó hasta otra ocasión más oportuna, Hechos 24.25; y por lo tanto, cosechó óptimos frutos.

Escribió un libro que se conoce en todos los ámbitos del globo. Su alma recibió abundantes beneficios, y él hizo abundantes beneficios a los demás. Dejó tras sí un nombre que es más célebre que el de un príncipe o un rey. Aun al más rico se le olvida pronto después de muerto; mas en tanto que el mundo exista, el nombre de Mateo el publicano será conocido de millones de hombres.

Notemos, por último, las preciosas palabras que nuestro Señor dijo acerca de su misión.

Los fariseos murmuraban contra él porque se asociaba con publícanos y pecadores. En su ciego orgullo se habían imaginado que un maestro que habla descendido del cielo no debía tener nada que hacer con semejantes gentes. Ignoraban el gran fin con el cual, según se había anunciado, había de venir el Mesías al mundo, a saber: el de salvar y redimir las almas que estaban agobiadas por el pecado. Nuestro Señor, por tanto, los reconvino y pronunció estas benditas palabras: « No he venido a llamar los justos, sino los pecadores a arrepentimiento..

Fijémonos en su sentido. Lo primero que el pecador necesita es tener la conciencia de su propia corrupción, y sentir voluntad de acudir a Jesucristo para obtener su auxilio. Ni debe dejar de acudir porque sepa que es malo, depravado é indigno, pues menester es que recuerde que fue a los pecadores que el Redentor vino a salvar, y que si se cree pertenecer a ese número, todo va bien.

No vayamos a pensar que los verdaderos cristianos puedan llegar en este mundo a tal grado de perfección que ya no necesiten de la mediación é intercesión de Jesucristo. Como pecadores acudimos a El; como pecadores vivimos, recibiendo del cielo toda la gracia que poseemos, y como pecadores nos acercaremos al bordo del sepulcro.

Mateo 9:14-26

Notemos en este pasaje el dictado que nuestro Señor se aplicó a sí mismo. Se dio el título de esposo.

Lo que el esposo es hacia la esposa, nuestro Señor es hacia las almas de los que creen en él. El amor que para con ellas siente es eterno: únelas a sí mismo; hace expiación por sus culpas; provee a sus necesidades diarias; las compadece en todas sus angustias; sobrelleva sus debilidades, y no las rechaza por unas pocas flaquezas; considera como perseguidores suyos a los que las persiguen; y algún día las permitirá participar de la gloria que él ha recibido de su Padre, de manera que donde él esté ellas también estarán. Tales son los privilegios de los cristianos, y tal la herencia que por su fe recibirán. ¡Bienaventurados son a la verdad los que creen! Notemos en seguida qué regla tan prudente fue la que nuestro Señor estableció relativamente a la conducta que debe observarse con los neófitos.

Algunos individuos murmuraban contra los discípulos de nuestro Señor porque no ayunaban como los discípulos de Juan. Nuestro Señor los defendió con un argumento profundamente sabio: dijo que no era propio que ayunaran en tanto que el esposo estaba con ellos. Ni se detuvo ahí en sus observaciones, mas prosiguió a manifestar que es preciso tratar con suavidad a los neófitos, enseñándoles solo aquellas doctrinas que se hallan en aptitud de comprender y evitando el forzarlos a que acepten todo desde el principio; y dijo que proceder de otra manera sería cometer una insensatez semejante a la del que pusiera vino fresco en cueros viejos, o echara un remiendo de paño nuevo en un vestido viejo.

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