Mateo 8: La Muerte en vida

LA TRAGEDIA DE LA OPORTUNIDAD PERDIDA

Pero había otro que quería seguir a Jesús. Dijo que Le seguiría, si se le permitía ir a enterrar a su padre. La respuesta de Jesús fue: «Tú sígueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos.» A primera vista esto parece muy duro. Para los judíos era una obligación sagrada el asegurarle un entierro digno a un padre. Cuando murió Jacob, José le pidió permiso al faraón para ir a enterrar a su padre: «Mi padre me hizo jurárselo cuando me dijo: «Yo estoy a punto de morir. Entiérrame en la tumba que me cavé en la tierra de Canaán.» Por tanto, déjame que me vaya ahora a enterrar a mi padre, y después volveré» (Gen_50:5 ). A este dicho de Jesús se le han dado diversas explicaciones para disipar su aparente hosquedad e insensibilidad.

(i) Se ha sugerido que se ha cometido una equivocación, al traducir el arameo original de este dicho al griego, y que lo que Jesús le dice al hombre es que puede encargar el entierro de su padre a enterradores profesionales. Hay un extraño versículo en Ezequiel 39: I5: «Pasarán los que vayan por el país, y el que vea los huesos de algún hombre pondrá junto a ellos una señal, hasta que los entierren los sepultureros en el valle de Harnóngog.» Eso parece indicar que había una especie de servidores públicos llamados sepultureros; y se ha sugerido que Jesús le está diciendo al hombre que les deje encargarse del entierro de su padre. Esta explicación no parece muy probable dada la responsabilidad filial de los judíos.

(ii) Se ha sugerido que éste es en verdad un dicho muy duro, y que Jesús estaba diciéndole al hombre que la sociedad en la que vivía estaba muerta en el pecado, y debía salir de ella lo más pronto posible, aunque ello supusiera dejar sin enterrar a su propio padre; que nada, ni siquiera el deber más sagrado, debía aplazar el que se embarcara en el camino cristiano.

(iii) Pero la verdadera explicación está sin duda en la forma en que los judíos usaban esta frase -«Debo enterrar a mi padre»- yen que se sigue usando en Oriente.

Wendt cita un incidente que le contó un misionero. Este misionero tenía un amigo turco, rico e inteligente. Le aconsejó que viajara por Europa cuando acabara sus estudios para completar su educación y ampliar sus perspectivas. El turco le contestó: «Antes de eso tengo que enterrar a mi padre.» El misionero le dio el pésame y le expresó su condolencia, creyendo que el padre de su amigo acababa de morir; pero el joven turco le explicó que su padre estaba vivo y perfectamente de salud, y que lo que había querido decir era que tenía que cumplir sus obligaciones con sus padres› y familiares antes de poder marcharse en el viaje sugerido; que, de hecho, no podía marcharse de casa hasta después que muriera su padre, que podría ser después de muchos años.-

Eso era sin duda lo que quería decir el hombre del incidente evangélico: «Te seguiré algún día, cuando haya muerto mi padre y pueda marcharme de casa.» Lo que estaba haciendo de hecho era aplazar su decisión indefinidamente.

Jesús era sabio: conocía el corazón humano, y sabía -muy bien que si aquel hombre no empezaba entonces a seguirle, nunca empezaría. A veces sentimos el impulso de hacer cosas elevadas; pero dejamos que se nos pase sin hacer nada.

La mayor tragedia de la vida es muchas veces la de las oportunidades perdidas. Nos sentimos movidos a hacer algo bueno, a abandonar alguna debilidad o hábito, a decirle a alguien una palabra de simpatía, o de advertencia, o de aliento; pero se nos pasa el momento, y no lo hacemos nunca; la debilidad queda sin conquistarse, y la palabra sin pronunciarse. En el mejor de nosotros hay algo de letargo, de inercia; el hábito de dejar las cosas para un mañana que no llega nunca, una cierta indecisión; y a menudo el buen impulso no se traduce nunca en acción.

Jesús le estaba diciendo a aquel hombre: «Ahora tienes la convicción de que debes salir de esa sociedad muerta en la que te mueves; dices que ya lo harás cuando pasen los años y haya muerto tu padre; sal ahora mismo, o no saldrás nunca.»

En su autobiografía, H. G. Wells menciona un momento crucial de su vida. Era aprendiz de guarnicionero, y no parecía tener mucho futuro. Se le presentó un día lo que él llamaba «una voz íntima y profética: «Salte de este oficio antes de que sea demasiado tarde; te cueste lo que te cueste.»» No espero; se salió, y llegó a ser H. G. Wells.

Que Dios nos conceda la fuerza de decisión que nos puede salvar de la tragedia de la oportunidad perdida.

LA PAZ DE LA PRESENCIA

Mateo 8:23-27

Jesús se metió en la barca, y Sus discípulos Le siguieron. Y, fijaos: se produjo tal cataclismo en e! mar, que las olas ocultaban la barca; y Jesús estaba dormido. Los discípulos se pusieron a despertarle.

-¡Señor -le decían-, sálvanos, que estamos perdidos!

-¿Por qué estáis tan acobardados -les dijo Jesús-, vosotros, los de la poca fe?

Entonces, cuando se desentumeció, regañó a los vientos y a la mar, y se produjo una calma total.

Los discípulos estaban alucinados.

¿Qué clase de Hombre es Éste -se decían ; que hasta los vientos y la mar Le obedecen?

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