Mateo 8: La Muerte en vida

Los judíos esperaban con corazones anhelantes ese banquete mesiánico; pero nunca se les pasaba por la mente ni siquiera por un momento que ningún gentil participara de él. Para entonces los gentiles habrían sido destruidos. « La nación y el reino que no os sirvan, perecerán; esas naciones serán devastadas totalmente» (Isa_60:12 ). Pero aquí tenemos a Jesús diciendo que vendrán muchos del Oriente y del Occidente, y se sentarán a la mesa en el banquete.

Y aún peor: dice que muchos de los hijos del Reino serán excluidos. Un hijo es un heredero; y por tanto los hijos del Reino eran los que habían de heredarlo, porque un hijo es siempre heredero; pero los judíos iban a perder su herencia. En el pensamiento judío, siempre « la heredad de los pecadores son las tinieblas» (Odas de Salomón 15:11). Los rabinos tenían el dicho: «A los pecadores en la Gehena los cubrirá la oscuridad.» Para los judíos, el hecho sorprendente y extraordinario era que un gentil, que ellos esperaban que estuviera excluido absolutamente, hubiera de ser huésped del banquete mesiánico, mientras que los judíos, que esperaban que los recibieran con los brazos abiertos, quedarían excluidos en las tinieblas de fuera. Las tornas se iban a volver, y todas las expectativas se iban a dar la vuelta.

Los judíos tenían que aprender que el pasaporte a la presencia de Dios no es el hecho de pertenecer a una nación determinada, sino la fe. Los judíos creían que ellos pertenecían al pueblo escogido de Dios, y que, por el hecho de ser judíos, Le eran muy queridos a Dios. Pertenecían a la nobleza de Dios, y eso era bastante para obtener automáticamente la salvación. Jesús enseñaba que la única aristocracia en el Reino de Dios era la de la fe. Jesucristo no es la posesión de ninguna raza humana en particular, sino la posesión de toda persona de cualquier raza en cuyo corazón haya fe.

EL PODER QUE ANULA LA DISTANCIA

Así es que Jesús dijo la palabra, y el siervo del centurión se sanó. No hace mucho esto habría sido un milagro que habría alucinado a mucha gente. No es tan difícil creer que Jesús curaba a los enfermos cuando estaba en contacto con ellos; pero pensar que Jesús sanara a distancia, simplemente diciendo una palabra, a una persona a la que no había visto ni tocado nunca, parecía casi, si no completamente, demasiado maravilloso para creerse. Pero lo extraño es que la misma ciencia ha llegado a ver que hay fuerzas que obran de una manera que sigue pareciéndonos misteriosa, pero que no se puede negar.

Una y otra vez nos vemos confrontados con un poder que no viaja por los contactos y las rutas y los canales ordinarios.

Uno de los ejemplos clásicos de esto viene de la vida de Emanuel Swedenborg. En 1759 estaba en Góteborg. Describió un incendio que estaba teniendo lugar en Estocolmo, a 500 kilómetros. Hizo una descripción del incendio a las autoridades de la ciudad. Les dijo cuándo y dónde había empezado, el nombre del propietario de la casa, y cuándo consiguió apagarse -y la investigación posterior demostró que era correcto en todos los detalles. Aquel conocimiento le había llegado por una ruta que no era una de las conocidas.

W. B. Yeats, el famoso poeta irlandés, tuvo experiencias semejantes. Tenía ciertos símbolos para ciertas cosas; y experimentaba, no tanto científicamente, pero sí en la vida cotidiana, con la transmisión de estos símbolos a otras personas por lo que podría llamarse el simple poder del pensamiento. Tenía un tío en Sligo que no era precisamente un hombre místico o devoto o espiritual. Solía visitarle todos los veranos. «Hay algunas colinas de arena y acantilados bajos, y yo adquirí la práctica de andar por la orilla mientras él iba por los acantilados y las colinas; yo, sin hablar, me imaginaba el símbolo, y él notaría lo que se le pasaba por la mente; y en poco tiempo él prácticamente nunca fallaba en captar la visión apropiada.» Yeats cuenta un incidente de una cena en Londres en la que todos eran íntimos amigos: «Yo había escrito en un trocito de papel: «Dentro de cinco minutos York Powell hablará de una casa ardiendo. Metí el papel debajo del plato de mi vecino, imaginé mi símbolo del fuego, y esperé en silencio. Powell fue pasando de un tema a otro y a los cinco minutos estaba describiendo un fuego que había visto de joven.»

Siempre se han contado cosas así; pero en nuestra propia generación, el doctor J. B. Rhine empezó algunos experimentos científicos definidos de lo que llamó percepción extrasensorial, un fenómeno que ha llegado a ser muy discutido. El doctor Rhine ha llevado a cabo en la Duke University de América, miles de experimentos que demuestran que se pueden percibir cosas por otros medios distintos de los sentidos normales. Se usaba, por ejemplo, una baraja de veinticinco cartas marcadas con ciertos símbolos. Se le preguntaba a una persona cuáles eran las cartas que se iban repartiendo, sin verlas. Uno de los estudiantes que tomaban parte en estos experimentos se llamaba Hubert Pearce. De los primeros cinco mil intentos -cada intento incluía todas las cartas- consiguió diez respuestas correctas de cada veinticinco, cuando el cálculo de probabilidades habría dicho que se podían esperar cuatro aciertos. En una ocasión, en condiciones de concentración especial, nombró correctamente las veinticinco. Las probabilidades matemáticas en contra de esta hazaña si se tratara de pura casualidad serían 298,023,223,876,953,125 a 1.

Un investigador llamado Brugman llevó a cabo otro experimento. Seleccionó dos temas. Puso al transmisor de los mensajes en una habitación del piso de arriba, y al receptor en el de abajo. Entre las habitaciones había una abertura cubierta con dos cristales con un espacio entre medias, lo que hacía imposible una trasmisión del mensaje por medio del sonido. Por los cristales, el transmisor miraba las manos del receptor. Delante del receptor había una mesa con cuarenta y ocho cuadrados. El receptor tenía los ojos vendados. Entre él y la mesa de los cuadrados había una cortina gruesa. Tenía uná varilla que pasaba a la mesa a través de la cortina. El exilorimento consistía en que el transmisor tenía que querer que el receptor moviera la varilla a un cierto cuadrado. Según el cálculo de probabilidades, el receptor habría acertado cuatro de ciento ochenta intentos. De hecho apuntó correctamente sesenta. Es difícil evitar la conclusión de que la mente del transmisor influenciaba la del receptor.

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