Es interesante notar que siempre que se menciona un centurión en el Nuevo Testamento se hace con aprecio. Tenemos al centurión que reconoció a Jesús en la Cruz como el Hijo de Dios; tenemos a Comelio, el primer convertido gentil que fue admitido en la Iglesia Cristiana; tenemos al centurión que descubrió repentinamente que Pablo era ciudadano romano, y que le rescató de la furia del populacho; tenemos al centurión que fue informado de que los judíos habían hecho un complot para asesinar a Pablo entre Jerusalén y Cesárea, y que dio pasos para hacer fracasar su plan; tenemos al centurión al que Félix mandó que cuidara de Pablo; tenemos al centurión que acompañó a Pablo en su último viaje a Roma, que le trató con toda cortesía y le aceptó como líder cuando la tormenta hizo embarrancar el navío (Mat_27:54 ; Act_10:22; Act_10:26 ; Act_22:26 ; Act_23:17; Act_23:23 ; Act_24:23 ; Act_27:3; Act_27:43 ).
Pero había algo muy especial en este centurión de Cafarnaum, y era su relación con su siervo. Este siervo sería un esclavo; pero el centurión estaba apenado porque su siervo estaba enfermo, y estaba decidido a hacer todo lo que estuviera en su poder para salvarle.
Esto era lo contrario de la actitud normal de un amo para con un esclavo. En el imperio romano no tenían la menor importancia. A nadie le preocupaba lo más mínimo el que uno de ellos sufriera o se muriera. Aristóteles, hablando de las amistades que son posibles en la vida, escribe: «No puede haber verdadera amistad ni justicia con las cosas inanimadas; ni tampoco, por supuesto, con un caballo o un toro, ni tampoco con un esclavo como tal. Porque amo y esclavo no tienen nada en común; un esclavo es una herramienta viva, lo mismo que una herramienta es un esclavo inanimado.»
Un esclavo no era mejor que una cosa. No tenía derechos legales en absoluto; su amo tenía libertad para tratarle, o maltratarle, como quisiera. Gayo, el experto legal romano, establece en sus Instituciones: «Podemos advertir que se acepta universalmente que el amo tiene poder de vida o muerte sobre el esclavo.» Varrón, el escritor romano sobre agricultura, tiene un pasaje sombrío en el que divide los instrumentos de agricultura en tres clases: los articulados, los inarticulados y los mudos: «Los articulados comprenden los esclavos; los inarticulados, el ganado, y los mudos, los vehículos.» La única diferencia entre un esclavo y una bestia y una carreta era que el esclavo podía hablar.
Catón, otro autor latino sobre agricultura, tiene un pasaje que muestra lo inusual que era la actitud del centurión. Está dándole consejos a uno que se va a hacer cargo de una granja: «Pasa revista al ganado, y haz una venta. Vende el aceite, si te convienen los precios, y el exceso que tengas de vino y de cereales. Vende los bueyes viejos, el ganado inferior, las ovejas dañadas, la lana, las pieles, las carretas y los aperos viejos, los esclavos viejos o enfermos y todo lo demás que esté de más.» El consejo despiadado de Catón era que se echara de la finca y se dejara morir al esclavo enfermo. Pedro Crisólogo resume así la cuestión: «Lo que hace un amo con un esclavo, sea inmerecidamente, por ira, queriendo o sin querer, por olvido, después de pensárselo mucho, a sabiendas o sin darse cuenta, es juicio, justicia y ley.»
Está claro que este centurión era un hombre extraordinario, porque amaba a su esclavo. Bien puede que fuera su absolutamente inusual e inesperada gentileza lo que conmovió a Jesús tan pronto como se le acercó el centurión. El amor cubre siempre una multitud de pecados; la persona que se preocupa por los demás siempre estará cerca de Jesucristo.
EL PASAPORTE DE LA FE
Este centurión no era sólo extraordinario por su actitud para con su siervo; también lo era por tener una fe de lo más extraordinaria. Quería que el poder de Jesús ayudara y sanara a su siervo, pero había un problema: él era gentil, y Jesús era judío; y, según la ley judía, un judío no podía entrar en la casa de un gentil, porque todas las casas de los gentiles eran inmundas. La Misná establecía: « Las moradas de los gentilés son inmundas.» Era a eso a lo que se refería Jesús al preguntar: « ¿Tengo que ir a curarle?»
No es que esa ley tuviera ningún sentido para Jesús; no es que Él se habría negado a entrar a la casa de ninguna persona; es sencillamente que estaba poniendo a prueba la fe de aquel hombre. Y fue entonces cuando la fe del centurión llegó a la cima. Como soldado, sabía muy bien lo que era dar una orden y que se cumpliera instantánea e incuestionablemente; así es que Le dijo a Jesús: «No tienes por qué venir a mi casa; no merezco que entres en ella; todo lo que tienes que hacer es decir la orden, y será obedecida.» Ahí hablaba la voz de la fe, y Jesús estableció que la fe es el único pasaporte a la bendición de Dios.
Aquí Jesús usa una figura judía famosa y gráfica. Los judíos creían que, cuando viniera el Mesías, habría un gran banquete en el que todos los judíos se sentarían a la mesa para festejarlo. Behemot, el más grande de los animales terrestres, y leviatán, el más grande de los habitantes del mar, proveerían los platos de carne y de pescado respectivamente para los invitados. «Tú los has reservado para que se los coman los que Tú quieras y cuando Tú quieras» (4 Ezr_6:52 ). «Y behemot será revelado desde su lugar, y leviatán ascenderá del mar, los dos grandes monstruos que Yo creé el quinto día de la creación, y que habré guardado para ese día; y serán el menú de todos los que queden» (2 Baruc 29:4).