En cuanto al origen de los demonios había diferentes opiniones. Algunos mantenían que existían desde el principio del mundo. Otros, que eran los espíritus de los malvados que habían muerto, y que hasta después de la muerte trataban de hacer daño. Lo más corriente de todo era relacionarlos con la extraña historia del Génesis b:1-8. Ese pasaje dice que los ángeles pecadores vinieron a la Tierra y sedujeron a mujeres mortales. Los demonios se creía que eran los descendientes de los que nacieron de aquellas malas uniones.
A estos demonios se les atribuían todas las enfermedades. Se los suponía responsables, no solo de enfermedades como la epilepsia y los trastornos mentales, sino también de las enfermedades corporales. Los egipcios mantenían que el cuerpo constaba de treinta y seis partes :diferentes, cada una de las cuales podía ser la guarida de un demonio. Una de sus maneras favoritas de conseguir introducirse en el cuerpo de una persona era acechar mientras estaba comiendo, y colarse con la comida.
A nosotros nos parecerá fantástico todo esto; pero los pueblos antiguos creían a pies-juntillas en los demonios. Si una persona estaba convencida de que estaba poseída por un demonio, se dedicaría a reproducir todos los síntomas de la posesión diabólica. Se podía convencer auténticamente de que tenía dentro un demonio. Hasta el día de hoy, uno se puede autosugestionar y convencer de qué tiene un dolor o ,está enfermo; eso podía suceder todavía más fácilmente cuando había tanto de lo que hoy llamamos supersticiones, y cuando el conocimiento humano era mucho más primitivo que ahora. Aunque no hubiera demonios, una persona que se creyera poseída sólo podía curarse si se admitía que, por lo menos para ella; los demonios eran la cosa más real del mundo.
LA DERROTA DE LOS DEMONIOS
Cuando Jesús llegó al otro lado del lago, se Le enfrentaron dos endemoniados que vivían entre las tumbas, porque las tumbas eran el lugar de residencia normal de los demonios. Eran tan feroces que constituían un peligro para los que pasaran por allí, y un viajero prudente evitaría un encuentro con ellos a toda costa.
W. M. Thonmson, en La Tierra y el Libro, nos cuenta que él mismo, en el siglo XIX, vio personas que estaban en exactamente la misma situación de aquellos dos endemoniados de las tumbas de Gadara:
Actualmente se , dan casos muy semejantes -locos furiosos y peligrosos que deambulan por las montañas y duermen en cuevas y en tumbas. Cuando tienen uno
de sus peores paroxismos no hay quien los domine, y son tremendamente fuertes… Y es uno de los rasgos más corrientes de esta locura que los que la padecen se niegan a usar ropa. Los he visto a menudo totalmente desnudos por las calles de Beirut y de Sidón. También hay casos que corren salvajemente por los despoblados y aterran a todos los de la vecindad.
Aparte de todo lo demás, Jesús dio muestras de un valor extraordinario al pararse a hablar con aquellos dos hombres.
Si de veras queremos saber los detalles de, esta historia tenemos que acudir a Marcos. El relato de Marcos (Mar_5:1-19 ) es mucho más largo, y lo que nos da Mateo no es más que un resumen. Esta es una historia de milagro que ha causado mucha discusión, y la discusión se ha centrado en torno a la destrucción del hato de cerdos. Muchos la han encontrado extraña, y han considerado cruel el que Jesús destruyera así una manada de animales. Pero es casi seguro que Jesús no destruyó deliberadamente los cerdos.
Debemos tratar de visualizar lo que sucedió. Los endemoniados estaban chillando y gritando (Mar_5:7 ; Luk_8:28 ). Debemos tener presente que estaban totalmente convencidos de que estaban invadidos de demonios. Ahora bien, era una creencia normal y ortodoxa que todos compartían que cuando viniera el Mesías y hubiera un juicio final, los demonios serían destruidos. Eso es lo que los hombres querían decir cuando le preguntaron a Jesús por qué había venido a atormentarlos antes del tiempo de terminar. Estaban tan convencidos de que estaban poseídos por demonios que nada los podía haber librado de su convicción que no fuera una demostración visible de que los demonios habían salido de ellos.
Había que hacer algo que fuera para ellos una prueba indubitable. Lo más seguro es que sus gritos y chillidos alarmaran el hato de los cerdos, que, en su terror, huyeron en desbandada y se cayeron al lago. El agua era fatal para los demonios. Ante eso, Jesús aprovechó la ocasión que se le presentaba.
«¡Fijaos! -les dijo-›Fijaos en esos cerdos: se han hundido en el fondo del lago, y se han llevado vuestros demonios para siempre.» Jesús sabía que no había otra manera de convencer a esos dos hombres de que estaban definitivamente curados. Si fue así, Jesús no destruyó aposta la manada de cerdos; simplemente usó su estampida para ayudar a aquellos dos pobres pacientes a creer en su curación.