No juzguéis a otras personas, para que no os juzguen a vosotros; porque el baremo que apliquéis a otros os la aplicarán a vosotros, y con la medida que midáis a otros os medirán a vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota de polvo que tiene tu hermano en un ojo, y no te das cuenta de que tienes una viga en el tuyo? ¿Cómo le vas a decir a tu hermano: «Déjame que te quite la mota de polvo que tienes en el ojo», cuando tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita! Quítate primero la viga que tienes en tu ojo, y entonces verás bien para quitarle a tu hermano la mota de polvo que tiene en el suyo.
Cuando Jesús hablaba así, como lo hizo tan frecuentemente en el Sermón del Monte, estaba usando palabras e ideas familiares en los pensamientos elevados de los judíos. Muchas veces los rabinos habían advertido del peligro de juzgar a los demás. «El que juzga a su prójimo favorablemente -decíanserá juzgado favorablemente por Dios.» Establecían que había seis grandes buenas obras que le daban crédito a una persona en este mundo y provecho en el mundo venidero: el estudio, el visitar a los enfermos, la hospitalidad, la práctica de la oración, la educación de niños en la Ley, y el pensar siempre lo mejor de los demás. Los judíos sabían que la benevolencia en el juicio es, además de un gesto sumamente simpático, nada menos que un deber sagrado.
Uno habría creído que éste sería un mandamiento fácil de obedecer, porque la Historia está alfombrada de recuerdos de los más sorprendentes errores de juicio. Ha habido tantos que se habría podido pensar que esto sería una advertencia para no juzgar en absoluto.
Así ha pasado, por ejemplo, en la historia de la literatura. En la Edinburgh Review de noviembre de 1814, Lord Jeffrey hizo una revista del poema recién publicado de Wordsworth The Excursion, en la que dictaba la ya famosa, o infame, sentencia: «No servirá nunca para nada.» En una revista del Endymion de Keats, The Quarterly se pronunciaba en tono paternalista: «Una cierta medida de talento que merecería aplicarse como es debido.»
Una y otra vez, hombres y mujeres que han llegado a ser famosos han sido tratados como nulidades. En su autobiografía, Gilbert Frankau cuenta que, en tiempos de la Reina Victoria, la casa de su madre tenía un salón donde se reunían las personas más brillantes. Su madre se encargaba de programar el entretenimiento de sus huéspedes. Una vez contrató a una joven soprano australiana. Después que cantó, la madre de Frankau dijo: «¡Qué voz tan horrible! ¡Habría que ponerle un bozal para que no volviera a cantar más!» La joven soprano era Nellie Melba.
El propio Gilbert Frankau estaba montando una comedia. Mandó buscar en una agencia teatral un joven actor que hiciera el papel principal. El joven fue sometido a una entrevista y a una prueba. Después, Gilbert Frankau le dijo por teléfono al agente: «Este hombre no vale para nada. No sabe actuar, y nunca podrá actuar, y lo mejor que puedes hacer es decirle que se busque otra profesión para no morirse de hambre. Por cierto, dime otra vez su nombre para que lo tache de mi lista.» El actor era Ronald Colman, que llegó a ser uno de los más famosos actores de cine de todos los tiempos.
Una y otra vez ha habido personas que han cometido los más flagrantes errores morales de juicio. Collie Knox cuenta lo que les sucedió a él y a un amigo. Él había quedado malherido en un accidente aéreo mientras servía en las fuerzas aéreas británicas. Su amigo había recibido una condecoración en el palacio de Buckingham por su valor. Iban vestidos corrientemente y estaban comiendo juntos en un famoso restaurante de Londres, cuando llegó una chica y le dio a cada uno una pluma blanca -el emblema de la cobardía.
Será difícil encontrar alguien que no haya sido culpable de algún grave juicio erróneo; o que lo haya sufrido de otras personas. Y sin embargo, lo raro es que no habrá otro mandamiento de Jesús que se olvide o quebrante con más frecuencia.
SÓLO DIOS PUEDE JUZGAR
Hay tres grandes razones para no juzgar a nadie.
(i) Nunca conocemos totalmente los Hechos o a la persona.
Hace mucho, el famoso rabí Hil.lel dijo: «No juzgues a nadie hasta que hayas estado tú en sus mismas circunstancias o situación.» Nadie conoce la fuerza de la tentaciones de otro. Uno que tenga un temperamento plácido y equilibrado no sabe nada de las tentaciones de otro que tenga un genio explosivo y unas pasiones volcánicas. Una persona que se haya criado en un buen hogar y en círculos cristianos no sabe nada de las tentaciones de la que se ha criado en una chabola, o entre gente del hampa. Un hombre que haya tenido buenos padres no sabe nada de las tentaciones del que ha recibido de los suyos un mal ejemplo y una mala herencia. El hecho es que, si supiéramos lo que algunas personas tienen que pasar, en vez de condenarlas, nos admiraría el que hubieran conseguido ser tan buenas como son.