TESOROS EN EL CIELO
La frase tesoros en el Cielo era corriente entre los judíos. Identificaban tales tesoros con dos cosas en particular.
(i) Decían que las obras de caridad que se hacían en la Tierra se convertían en su tesoro en el Cielo.
Los judíos contaban una famosa leyenda de un cierto rey Izates de Adiabena, que se convirtió al judaísmo: «Izates distribuyó todos sus tesoros entre los pobres el año del hambre. Sus hermanos le mandaron recado para decirle: «Tus padres añadieron nuevos tesoros a los que habían heredado de sus padre, pero tú has perdido tus tesoros y los suyos» Y él les contestó: «Mis padres reunieron tesoros para aquí abajo, pero yo los he reunido para Arriba; ellos almacenaron tesoros en un sitio sobre el que puede gobernar el poder humano, pero yo los he almacenado en un lugar sobre el que no puede gobernar el poder humano; mis padres coleccionaron tesoros que no producen ningún interés, pero yo he reunido tesoros que sí lo producen; mis padres allegaron tesoros de dinero, pero yo los he allegado de almas; mis padres reunieron tesoros para otros, pero yo los he reunido para mí; mis padres allegaron tesoros en este mundo, pero yo los he allegado para el mundo por venir.»»
Tanto Jesús como los rabinos judíos estaban seguros de que lo que se almacena con fines egoístas se pierde, mientras que lo que se comparte generosamente produce tesoros en el Cielo.
Ese era el principio de la Iglesia Cristiana en sus primeros días. La Iglesia Primitiva siempre se cuidaba amorosamente de los pobres, los enfermos, los abatidos, los indigentes y todos los que no le importaban a nadie. En los días de la terrible persecución del emperador Decio, las autoridades romanas entraron violentamente en una iglesia. Iban a expoliarla de los tesoros que creían que guardaba. El prefecto romano le exigió al diácono Laurentio: «Muéstrame tus tesoros inmediatamente.» Laurentio señaló a las viudas y huérfanos que alimentaban, a los enfermos que cuidaban, a los pobres que ayudaban, y dijo: «Estos son los tesoros de la Iglesia.»
La Iglesia siempre ha creído que «perdemos lo que guardamos, y conservamos lo que damos.»
(ii) Los judíos conectaban siempre la frase tesoros en el Cielo con el carácter. Cuando le preguntaron al rabí Yosé ben Kisma si estaba dispuesto a vivir en una ciudad pagana con la condición de que le pagaran generosamente sus servicios, replicó que no viviría en ningún lugar excepto en un hogar de la Ley; « porque -dijo- cuando parte una persona, no la acompañan ni la plata, ni el oro, ni las piedras preciosas, sino sólo el conocimiento de la Ley, y las buenas obras que haya hecho.» La Religión, el personaje de El gran teatro del mundo, de Calderón, le dice al Mundo, que estaba despojando de todo a los que salían de él: « No me puedes quitar mis buenas obras. Estas solas del mundo se han sacado.» «Y oí una voz que me decía desde el cielo: «Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor.» Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen» (Apocalipsis 14:13).
Como dice el macabro refrán español: «Una mortaja no tiene bolsillos.» Lo único que una persona puede sacar de este mundo al más allá es ella misma; y cuanto más persona sea, mayor será su tesoro en el Cielo.
(iii) Jesús concluye esta sección afirmando que, donde esté el tesoro de una persona, allí estará también su corazón. Si todo lo que valora y aprecia una persona está en la Tierra, no tendrá ningún interés en un mundo más allá de este; si a lo largo de toda su vida ha tenido los ojos puestos en la eternidad, valorará poco las cosas de este mundo. Si todo lo que una persona aprecia y valora está en este mundo, entonces saldrá de él a regañadientes; pero si sus pensamientos se han mantenido en el mundo más allá, saldrá de este con alegría, porque va por fin a Dios.
Una vez le enseñaron al doctor Johnson un gran palacio con sus jardines. Cuando lo había visto todo, se volvió a su acompañante, y le dijo: «Estas son las cosas que le hacen difícil a una persona el morir.»
Jesús no dijo nunca que este mundo no tenía importancia; pero dijo explícita e implícitamente muchas veces que su importancia no está en sí mismo, sino en aquello a lo que nos conduce. Este mundo no es un fin en sí mismo, sino una etapa en el camino; y, por tanto, una persona no debe rendirle su corazón a este mundo y a lo que hay en él, sino debe tener los ojos puestos en la meta más allá.