(vi) Había otras formas de repetición que los judíos, como otros pueblos orientales, eran propensos a usar y abusar. Los pueblos orientales tenían la costumbre de autohipnotizarse mediante la incesante repetición de una frase o hasta de una palabra. En 1Ki_18:26 leemos que los profetas de Baal se pasaron medio día gritando: «¡Baal respóndenos!» En Act_19:34 leemos que el gentío efesio estuvo dos horas gritando:
«¡Grande es la Artemisa de los Efesios!» Algunos musulmanes se pasan horas y horas repitiendo una palabra sagrada, corriendo en círculos hasta que se provocan un éxtasis, y caen por último inconscientes y agotados. Los judíos lo hacían con la Semá `. Es como sustituir la oración por el autohipnotismo.
Había otra forma en que la oración judía caía en las repeticiones. Se apilaban todos los títulos y adjetivos imaginables cuando se Le dirigía una oración a Dios. Una de las más famosas empieza:
¡Bendito, alabado y glorificado, exaltado, ensalzado y honrado, magnificado y laudado sea el nombre del Santo!
Hay una oración judía que empieza con dieciséis adjetivos diferentes que se aplican al nombre de Dios. Existía una clase de intoxicación con las palabras. Cuando uno empieza a pensar más que en qué decir en cómo decirlo, se le muere la oración en los labios.
(vii) El último fallo que Jesús les encontraba a algunos de los judíos era que hacían las oraciones para que la gente los viera. El método judío de la oración facilitaba el que se cayera en la ostentación. Los judíos oraban de pie, con los brazos extendidos, las palmas de las manos hacia arriba y la cabeza inclinada. Había que hacer oración a las 9 de la mañana, a las 12 del mediodía y a las 3 de la tarde. Había que hacerla donde uno se encontrará, y le era fácil al que quisiera el asegurarse de que a esas hora estaría en alguna esquina despejada, o en alguna plaza abarrotada de gente, para que todo el mundo viera lo piadoso que era orando. Le era fácil a uno detenerse en los peldaños de la entrada de la sinagoga, y hacer allí su oración larga y elocuentemente para que todo el mundo se admirara de su excepcional piedad. Era fácil representar una escena de oración a la vista del público.
Los más sabios de los rabinos judíos comprendían plenamente y condenaban incansablemente esta actitud. «Una persona hipócrita atrae la ira de Dios sobre el mundo, y su oración no es escuchada.» «Cuatro clases de personas no perciben el resplandor de la gloria de Dios: los burladores, los hipócritas, los mentirosos y los calumniadores.» Los rabinos decían que nadie puede orar de veras a menos que tenga el corazón sintonizado para ello. Establecían que para la perfecta oración se necesitaba antes una hora de preparación personal, y una hora de meditación después. Pero el sistema judío de oración se prestaba a la ostentación si había orgullo en el corazón de un hombre.
Jesús establece dos grandes reglas de la oración.
(i) Insiste en que toda verdadera oración se ha de dirigir a Dios. El fallo verdadero de los que Jesús criticaba era que le ofrecían la oración a la galería, y no a Dios. Cierto gran predicador describió una vez una oración elaborada y adornada que se hizo en una iglesia de Boston como «la oración más elocuente que se ofreciera jamás a una audiencia de Boston.» El «orador» se había preocupado más de impresionar a la congregación que de establecer contacto con Dios. Tanto en la oración privada como en la pública, no debemos albergar ningún pensamiento en la mente ni deseo en el corazón aparte de Dios.
(ii) Insiste en que debemos tener presente que el Dios a Quien oramos es un Dios de amor, Que está más dispuesto a contestar de lo que nosotros estamos a pedir. No tenemos que sacarle los dones o la gracia como si no estuviera dispuesto a concedérnoslos. No acudimos a un Dios al Que hay que engatusar, o dar la lata, o bombardear para que conteste a nuestras oraciones, sino a Uno Cuyo único deseo es dar. Cuando recordamos eso, no hay duda de que es suficiente acudir a Dios con un suspiro de deseo en el corazón, y en los labios las palabras: «Hágase Tu voluntad.»
EL VERDADERO TESORO
No os almacenéis tesoros en la Tierra, donde la polilla y la roña los destruyen y los ladrones hacen un butrón y se los llevan. Poned vuestros tesoros en el Cielo, donde ni la polilla ni la roña pueden destruirlos, y donde no hay ladrones que hagan el butrón y os los roben. Porque donde pongáis vuestro tesoro, allí tendréis también el corazón.
La manera más corriente y normal de organizar la vida consiste sencillamente en dar prioridad a las cosas que duran. Sea que nos estemos comprando ropa, o un coche, o una alfombra, o muebles, es de sentido común mirar más allá de las apariencias y comprar cosas que se han hecho con solidez y buena técnica para durar. Eso es exactamente lo que Jesús nos está diciendo aquí. Nos dice que nos concentremos en las cosas que duran.