CÓMO NO ORAR
(ii) Además, la liturgia judía proveía oraciones fijas para todas las ocasiones. Sería difícil encontrar un suceso o una situación de la vida que no tuviera su fórmula de oración particular. Había oraciones para antes y después de cada comida; en relación con la luz, el fuego, el rayo; al ver la luna nueva, cometas, lluvia, tempestad, el mar, lagos, ríos; al recibir buenas noticias, al estrenar nuevos muebles, al entrar o salir de una ciudad, etc., etc. Todo tenía su oración. Está claro que aquí hay algo infinitamente precioso. Revela la intención de que todo lo que suceda en la vida se traiga a la presencia de Dios. Pero, precisamente porque las oraciones se prescribían tan meticulosa y literalmente, todo el sistema se prestaba al formulismo, y el peligro era que se musitaran las oraciones dándoles muy poco sentido. La tendencia era repetir rutinariamente la oración correcta en el momento correcto. Los grandes rabinos lo reconocían y trataban de evitarlo. «Si una persona -enseñaban- dice sus oraciones para salir del paso, eso no es orar.» «No consideres la oración un deber formal, sino un acto de humildad para obtener la misericordia de Dios.» Rabí Eliezer estaba tan preocupado con el peligro del formulismo que tenía la costumbre de componer una oración nueva todos los días, para que fuera siempre algo fresco. Está muy claro que esta clase de peligro no está confinada a la religión judía. Hasta los que empiezan siendo momentos devocionales pueden acabar en el formalismo de un punto rígido y ritualista del horario.
(iii) Y además, el devoto judío tenía horas fijas de oración. Eran la tercia, la sexta y la nona, es decir, las nueve de la mañana, las doce del mediodía y las tres de la tarde. Se encontrara donde se encontrara estaba obligado a orar. Podría ser, sin duda, que se acordara de Dios genuinamente; pero también podría ser que estuviera cumpliendo con un formalismo habitual. Los musulmanes tienen la misma costumbre. Se cuenta que un musulmán iba persiguiendo a un enemigo con la daga desenvainada para matarle. El almuédano hizo la llamada; el hombre se paró, desenrolló su Esterilla de oración, se arrodilló y rezó todo lo deprisa que pudo; luego se levantó y siguió con su persecución asesina. Es precioso esto de acordarse de Dios por lo menos tres veces al día; pero existe el peligro muy real de que se haga esto tres veces al día hasta sin pensar en Dios.
(iv) Existía la tendencia a relacionar la oración con ciertos lugares, y especialmente con la sinagoGálatasGa. Es innegablemente cierto que hay algunos lugares en los que se siente a Dios más cerca; pero había algunos rabinos que llegaban hasta a decir que la oración no era eficaz a menos que se ofreciera en el templo o en la sinagoGálatasGa. Así se produjo la costumbre de ir al templo a las horas de oración. En los primeros días de la Iglesia Cristina, hasta los discípulos de Jesús pensaban en estos términos, porque leemos que Pedro y Juan se dirigían al templo a la hora de la oración (Act_3:1 ).
Aquí también había un peligro: el de pensar que Dios estaba confinado a ciertos lugares sagrados, y olvidar que toda la Tierra es el templo de Dios. Los más sabios de los rabinos vieron este peligro. Decían: «Dios le dice a Israel: Orad en la sinagoga de vuestra ciudad; si no podéis, orad en el campo; si no podéis, orad en vuestra casa; si no podéis, orad en la cama; si no podéis, meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y guardad silencio.»
El problema de cualquier sistema no está en el sistema, sino en los que lo usan. Uno puede hacer de cualquier sistema de oración un medio de devoción o un puro formulismo, practicándolo rutinaria e inconscientemente.
(v) Los judíos tenían una tendencia indudable a alargar las oraciones. Esa tendencia tampoco es exclusiva de los judíos. En los cultos escoceses del siglo XVIII, la longitud se interpretaba como devoción. En aquellos cultos escoceses había una lectura bíblica versículo por versículo que duraba una hora, y un sermón que duraba otra hora. Las oraciones eran largas e improvisadas. El doctor W. D. Maxwell escribe: «La eficacia de la oración se medía por el ardor y la fluidez, y no menos por su férvida longitud.» El rabí Leví decía: «El que hace oraciones largas es oído.» Otra máxima era: «Cuando los justos hacen oraciones largas, sus oraciones son oídas.»
Había -y todavía hay- una especie de idea inconsciente de que si aporreamos suficientemente la puerta de Dios, contestará; que se Le puede hablar, y hasta dar la lata a Dios, hasta que nos haga caso. Los rabinos más sabios eran conscientes de este peligro. Uno de ellos decía: «Está prohibido alargar innecesariamente la alabanza del Santo. Se nos dice en los Salmos: «¿Quién puede expresar las poderosas obras del Señor, o proclamar toda su alabanza?» (Psa_106:2 ). Según esto, sólo el que puede puede alargarse y mostrar su alabanza pero nadie puede.» «Sean siempre pocas las palabras de un hombre delante de Dios, como se dice: «No te precipites con tu boca ni se apresure tu corazón a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo y tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras» (Ecc_5:2 ).» «La mejor adoración consiste en guardar silencio.» Es fácil confundir la verborrea con la piedad, y la labia con la devoción; y en ese error caían muchos judíos, y otros.