(ii) Nos hace imposible vivir con otras personas. Todos evitan a una persona mezquina; todos desprecian a una persona de corazón miserable. La caridad cubre una multitud de pecados, pero el espíritu mezquino hace inútiles una multitud de virtudes. Por muy mala que sea una persona generosa, siempre tendrá otras que la quieran; y por muy buena que sea una persona mezquina, todos la aborrecerán.
(iii) Nos hace imposible vivir con Dios. No hay nadie tan generoso como Dios; y, en último análisis, no puede haber ninguna relación entre dos personas que dirigen sus vidas con principios diametralmente opuestos. No puede haber ninguna relación entre el Dios Que tiene el corazón inflamado de amor y la persona que lo tiene congelado de mezquindad.
El ojo tacaño deforma nuestra visión; sólo el ojo generoso ve claramente, porque sólo él ve como Dios ve.
EL SERVICIO EXCLUSIVO
Nadie puede ser esclavo de dos amos; porque, o aborrecerá a uno y querrá al otro, o se pondrá de parte de uno y despreciará al otro. No se puede ser esclavo de Dios y de las cosas materiales.
Para los que vivían en el mundo antiguo, este dicho era todavía más gráfico que para nosotros. La Reina-Valera lo traduce: «Ninguno puede servir a dos señores.» Pero eso no se acerca a la fuerza del original. La palabra que traduce servir es duleuein; dulos es un esclavo; y duleuein quiere decir ser esclavo de alguien. La palabra que la R-V traduce señores es kyrios, y kyrios es la palabra que denota absoluta propiedad. Comprendemos mejor el sentido si lo traducimos: «Nadié puede ser esclavo de dos amos.»
Para entender todo lo que esto quiere decir e implica debemos recordar dos cosas sobre los esclavos en el mundo antiguo. Primero, un esclavo no era una persona, sino una cosa, a los ojos de la ley. No tenía absolutamente ningunos derechos; su amo podía hacer con él lo que le diera la gana. A los ojos de la ley, el esclavo era una herramienta viva. Su amo le podía vender, apalear, expulsar y hasta matar. Su amo era su propietario tan totalmente que poseía todo lo que fuera o tuviera. Segundo, en el mundo antiguo un esclavo no tenía literalmente nada de tiempo para sí mismo. Cada momento de su vida pertenecía a su amo. En las condiciones actuales de vida, una persona tiene ciertas horas para trabajar y, fuera de esas horas de trabajo, las restantes son suyas. De hecho es posible a menudo el que una persona encuentre los intereses reales de su vida fuera de las horas de su trabajo. Puede que trabaje en una oficina durante el día, y que toque el violín en una orquesta por la noche; y puede que sea en su música donde encuentre su vida real. O puede que trabaje en una mina o en una fábrica durante el día y dirija un club de jóvenes por la noche, y que sea en esto último donde encuentre más compensaciones y la expresión verdadera de su personalidad. Pero esto no le era posible a un esclavo. El esclavo no tenía ni un momento de tiempo que le perteneciera. Todos sus momentos pertenecían a su amo, y toda su persona estaba siempre a disposición de su amo.
Esta es, pues, nuestra relación con Dios. En relación con Dios no tenemos derechos propios; Dios debe ser el dueño indiscutible de nuestras vidas. No podemos preguntarnos nunca: «¿Qué quiero yo hacer ahora?» Siempre debemos preguntarnos: «¿Qué quiere Dios que haga ahora?» No tenemos tiempo que sea exclusivamente nuestro. No podemos decir unas veces: «Haré lo que Dios quiera que haga,» y otras: «Haré lo que yo quiera.» El cristiano no tiene un tiempo en que no es cristiano; no hay ningún momento en que puede bajarse el listón o estar fuera de servicio. Un servicio de Dios a tiempo parcial o intermitente no basta. Ser cristiano tiene que ser a pleno tiempo. En ningún otro sitio de la Biblia se nos presenta más claramente el servicio exclusivo que Dios demanda.
Jesús continúa diciendo: «No podéis servir a Dios y a mamoná» (R-V.95, nota). Esta era la palabra hebrea para las posesiones materiales. En su origen no era una palabra mala. Los rabinos, por ejemplo, tenían un dicho: «Que el mamoná de tu prójimo te sea tan digno de respeto como el tuyo propio.» Es decir: uno debería considerar las posesiones materiales de su prójimo como algo tan sagrado como las suyas. Pero la palabra mamoná tuvo una historia de lo más curiosa y reveladora. Procede de una raíz que quiere decir confiar un depósito; y mamoná era lo que uno le confiaba al banquero o a la empresa de seguridad que fuera para que se lo guardara de todo riesgo. Pero, conforme fueron pasando los años, mamoná llegó a significar, no lo que uno confía, sino aquello en lo que uno confía. Así pues, mamoná acabó escribiéndose con mayúscula Mamoná- y a considerarse como nada menos que un dios.
La historia de esta palabra muestra bien a las claras que las posesiones materiales pueden llegar a usurpar un lugar en la vida que no estaba programado que ocuparan. En principio, las posesiones materiales de una persona eran las cosas que se confiaban a otra persona para que las tuviera a salvo; por último, llegaron a ser las cosas en las que la persona ponía su confianza.
No se puede describir mejor el dios de una persona que diciendo que es el poder en el que confía; y cuando se pone la confianza en las cosas materiales, estas se han convertido, no en su apoyo, sino en su dios.