Mateo 6: Lo correcto por un motivo erróneo

LA VISIÓN DEFORMADA

EL ojo es por donde entra la luz al cuerpo. Así que, si tu ojo es generoso, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si es tacaño, todo tu cuerpo estará en la oscuridad. Así que, si lo que debe dar luz está oscuro, ¿cómo estará todo lo que es de por sí oscuro?

La idea que hay tras este pasaje es de una sencillez infantil. Se considera el ojo como la ventana por la que entra la luz a todo el cuerpo. El estado de la ventana decide la cantidad de luz que entra en la habitación. Si la ventana está diáfana, limpia y sin obstáculos, la luz entrará a chorros en la habitación; iluminando todos sus rincones. Si el cristal de la ventana tiene un color, o está escarchado, mal hecho, sucio u oscuro, la luz tendrá dificultad para entrar y la habitación no se iluminará debidamente.

La cantidad de luz que penetra en una habitación depende del estado de la ventana por la que tiene que pasar. Así que, dice Jesús, la luz que penetre en el corazón y alma y ser de una persona depende del estado espiritual del ojo por el que ha de pasar, porque el ojo es la ventana del cuerpo, es decir, de toda la persona.

La opinión que tengamos de la gente dependerá de la clase de ojo con que la miremos. Hay ciertas cosas obvias que pueden cegar o deformar nuestra visión.

(i) El prejuicio puede deformar nuestra visión. No hay nada que destruya el juicio de una persona tanto como el prejuicio. Le impide formarse el juicio claro, razonable y lógico que debe formarse todo ser humano. Le ciega igualmente a los Hechos y a su significado.

Casi todos los nuevos descubrimientos han tenido que abrirse paso a través de prejuicios irracionales. Cuando Sir James Simpson descubrió las virtudes del cloroformo, tuvo que luchar contra los prejuicios del mundo médico y religioso de su tiempo. Uno de sus biógrafos escribe: «El prejuicio, esa mutiladora determinación de caminar solamente pon los caminos trillados de la tradición y de rechazar todos los nuevos senderos, se levantó contra él, e hizo todo lo posible por ahogar la bendición recién encontrada.» «Muchos de los clérigos mantenían que tratar de suprimir la maldición original sobre las mujeres de dar a luz con dolor era luchar contra la ley divina.»

Una de las cosas más necesarias de la vida es el valiente autoexamen que nos permitirá ver cuándo estamos actuando por principio y cuándo somos víctimas de nuestros propios prejuicios injustificados e irracionales. En cualquier persona desviada por el prejuicio el ojo se oscurece y la visión se deforma.

(ii) Los celos pueden deformar nuestra visión. Shakespeare nos dejó el ejemplo clásico de ello en la tragedia de 0thello. El moro Othello se había hecho famoso por sus hazañas heroicas, y se había casado con Desdémona, que le amaba con absoluta devoción y fidelidad total. Como general del ejército de Venecia, Othello ascendió a Cassio sobrepasando a lago. A lago le consumieron los celos. Mediante una conspiración sutil y la manipulación de los Hechos, lago sembró en la mente de Othello la sospecha de que Cassio y Desdémona estaban intrigando secretamente. Manufacturó la evidencia para probarlo, y movió a Othello a tal-pasión de celos, que finalmente asesinó a Desdémona ahogándola con una almohada. A. C. Bradley escribe: «Unos celos como los de 0thello convierten en caos la naturaleza humana, y liberan la bestia . en el hombre.»

Muchos matrimonios y muchas amistades han naufragado en el acantilado de .los celos, que deforma incidentes perfectamente inocentes haciéndolos aparecer como acciones culpables, así cegando la visión a la verdad y a los Hechos.

(iii) La presunción puede deformar nuestra visión. En su biografía de Mark Rutherford, Catherine Macdonald Maclean le dedica una frase curiosamente caústica al librero y editor John Chapman, que había empleado en el pasado a Mark Rutherford: «Apuesto a la manera de Byron y de modales refinados, resultaba sumamente atractivo a las mujeres, y él se creía todavía más atractivo de lo que lo era.»

La presunción afecta doblemente la visión humana, porque nos hace incapaces de vernos a nosotros mismos como somos en la realidad, e incapaces de ver a otros como realmente son. Si una persona está convencida de su propia extraordinaria sabiduría, nunca será capaz de darse cuenta de su propia necedad; y si es ciega a todo lo que no sean sus propias virtudes, nunca será consciente de sus propias faltas. Siempre que se compare a sí misma con otras personas, saldrá ganando en la comparación, y no perdiendo. Será siempre incapaz de someterse a sí misma a juicio, e incapaz por tanto de mejorarse a sí misma. La luz en la que debiera verse a sí misma y a las demás personas será oscuridad.

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