Así pues, el hambre que describe esta bienaventuranza no es el agradable apetito que se satisface con un bocadillo de media mañana; la sed de la que habla no se podía mitigar con una taza de café o bebida fresca. Era el hambre de la persona a punto de morir de inanición, o la sed del que se morirá si no bebe.
En ese caso, esta bienaventuranza contiene realmente una pregunta y un desafío. En efecto demanda: «¿Hasta qué punto quieres la bondad? ¿La quieres tanto como quiere un hambriento la comida, o el agua el que se está muriendo de sed?» ¿Hasta qué punto es intenso nuestro deseo de bondad?
La mayoría de la gente tiene un deseo instintivo de bondad; pero ese deseo es imaginario y nebuloso más bien que agudo e intenso; y cuando llega el momento de la decisión no están preparados a hacer el esfuerzo y el sacrificio que demanda la bondad real. La mayor parte de la gente sufre de lo que llamaba Roben Louis Stevenson < la enfermedad, tan española, de la desgana.> Sin duda implicaría una gran diferencia en el mundo el que deseáramos la bondad más que ninguna otra cosa.
En primer lugar, hacemos constar que hemos traducido aquí la palabra original dikaiosyné por bondad o integridad en vez de por justicia, porque esta última sugeriría más bien, o exclusivamente, la idea de la justicia que debe reinar en la sociedad, y aun que se nos debe como oprimidos. Naturalmente que es algo que debemos desear apasionadamente; pero en esta bienaventuranza creemos que se trata de una cualidad que uno desea poseer personalmente; no del deseo natural de que se nos haga justicia o de que haya justicia en el mundo, sino de que la justicia, la bondad de Cristo reine en nuestra vida. En la biblia inglesa se usa en esta bienaventuranza y en otros muchos lugares con este sentido la palabra righteousness, no justice.
Cuando enfocamos esta bienaventuranza desde este punto de vista es la más exigente, y hasta la más aterradora, de todas. Pero no sólo es la bienaventuranza más exigente; a su propia manera es también la más consoladora. Por detrás de ella está el sentido de que la persona que es bienaventurada no lo es necesariamente porque alcance esta bondad, sino porque la anhela con todo su ser. Si la bendición viniera solamente a la persona que alcanza su objetivo, entonces nadie sería bendito; pero la bendición alcanza a la persona que, a pesar de fallos y fracasos, todavía aspira con un apasionado amor a lo más alto.
H. G. Wells dijo en algún sitio: «Uno puede ser un mal músico, pero estar apasionadamente enamorado de la música.» Robert Louis Stevenson hablaba de los que han llegado hasta a hundirse en las simas más profundas y «llevan todavía adheridos restos de virtud en el burdel o en el cadalso.> Sir Norman Birkett, el famoso abogado y juez, una vez, hablando de los criminales con los que había estado en contacto en su trabajo, hablaba de eso inextinguible de cada persona. La bondad, «el implacable cazador,> está siempre a nuestros talones. La peor de las personas está «condenada a alguna especie de nobleza.>
Lo más maravilloso del hombre no es que es pecador, sino que aun en su pecado le acecha la bondad de tal manera que, hasta en el cieno, nunca puede olvidar del todo las estrellas. David siempre había querido construir el templo de Dios; nunca logró su ambición; se le negó y prohibió; Dios le dijo: «Bien has hecho en tener tal deseo» (1 Reyes 8:18). En Su misericordia, Dios nos juzga, no solamente por nuestros logros, sino .también por nuestros sueños. Aunque un hombre nunca alcance la bondad, si toda su vida tiene esta hambre y sed de ella, no está excluido de la bendición.
Hay todavía otro detalle en esta bienaventuranza que aparece claramente en el original. Es una regla de gramática griega (y en esto coincide con la española) que los verbos que indican tener hambre o sed se construyen con el genitivo, que es el caso que se suele expresar en español con la preposición de; del hombre es el genitivo de el hombre. El genitivo que sigue a los verbos de hambre y sed se llama en gramática griega genitivo partitiva, porque indica que se tiene hambre o sed de una parte de aquello. Cuando se dice en griego, como es español: «Tengo hambre de pan», o: «Tengo sed de agua», ya se supone que no quiere todo el pan o el agua que exista, sino solo una parte.
Pero en esta bienaventuranza, lo más corriente es que justicia se ponga en acusativo directo y no en genitivo. Ahora bien: cuando un verbo de hambre o sed se pone en griego en acusativo en vez de en genitivo se hambrea toda aquella cosa. En el caso del pan quema decir todo el pan, y en el del agua, todo el cacharro que la contiene. Por tanto aquí, la traducción correcta sería: ¡Benditos los que tienen hambre y sed de verdadera y total integridad!
Esto es de hecho lo que pocas veces se quiere. Nos contentamos con parte de la integridad. Un hombre, por ejemplo, puede que sea bueno en el sentido de que, por mucho que se le buscara, no se le podría encontrar ninguna falta moral. Su honradez y respetabilidad están fuera de duda; pero tal vez sería la clase de persona a la que uno no acudiría para desahogarse contándole algo muy íntimo; se congelaría si lo intentara. Hay una clase de integridad que suele ir acompañada de dureza, intolerancia o falta de simpatía. Esa integridad no es más que parcial. Esta bienaventuranza nos dice que no hay que conformarse con una bondad parcial. Bendita la persona que tiene hambre desesperada y sed ardiente de la bondad que es total. Ni una gélida impeeabilidad ni una sensiblera amabilidad bastan.
Así es que la traducción de la cuarta bienaventuranza podría ser algo así:
AH, LA BIENAVENTURANZA DEL QUE ANHELA UNA INTEGRIDAD TOTAL COMO ANSÍA EL QUE ESTÁ MURIENDO DE HAMBRE EL ALIMENTO Y EL AGUA EL QUE ESTÁ PERECIENDO DE SEDA PORQUE TAL PERSONA ALCANZARÁ UNA COMPLETA SATISFACCIÓN LA BIENAVENTURANZA DE LA PERFECTA SIMPATÍA
Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
Hasta así expresado, este es sin duda un gran dicho; y es la afirmación de un pensamiento que recorre todo el Nuevo Testamento, que insiste en que para ser perdonados tenemos que ser perdonadores. Como decía Santiago: «Porque juicio sin misericordia se hará con aquel que no muestre misericordia> (Santiago 2:13). Jesús termina la parábola del deudor que se negó a perdonar con la advertencia: «Eso es lo que hará Mi Padre celestial con cualquiera de vosotros si no perdonáis de corazón a vuestros hermanos> (Mateo 18:35). La Oración Dominical va seguida de dos versículos que explican y subrayan la petición: «Perdónanos nuestras deudas como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.» «Porque si perdonáis a vuestros semejantes sus ofensas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los demás sus ofensas, tampoco os perdonará vuestro Padre vuestras ofensas» (Mateo 6:12, 14s). La enseñanza inconfundible del Nuevo Testamento es que sólo se tendrá misericordia de los misericordiosos.