El mensaje del Sermón“ El Sermón del monte presenta con claridad inconfundible la naturaleza espiritual del reino en contraste con el concepto popular y erróneo de un reino material y político. Jesús enfatiza la demanda de parte de Dios de una religión interior, del corazón, en contraste con una religión exterior de tradiciones y ritos. Dios se fija primeramente en el carácter de una persona y luego en sus acciones; primeramente en su ser y luego en su hacer. El Sermón contiene una serie de principios para guiar a los hombres, más bien que una lista de reglas o leyes para obedecer.
Hay tres errores, a lo menos, a evitar en el estudio y la aplicación del Sermón del monte: (1) el error de considerar el Sermón como una serie de demandas no realistas, que serán vigentes sólo en un período futuro; (2) el error de obedecer algunos versículos literalmente, como por ejemplo 5:29, 30; y (3) el error de pensar que las demandas se dirigen solamente a los ministros asalariados y a los líderes eclesiásticos.
El Sermón presenta la demanda última y absoluta dirigida a pecadores a quienes se les ofrece aceptación delante de Dios en base a su misericordia y perdón. No estamos autorizados a rebajar las demandas, ni las más exigentes, como por ejemplo 5:48. Por otro lado, no significa que alguien pudiera cumplir cabalmente sus demandas, excepto, por supuesto, Jesús mismo. El Sermón no implica ni asume que un discípulo pudiera vivir sin pecar.
Las Bienaventuranzas del discipulado
Hay tres consideraciones introductorias que tienen que ver específicamente con las bienaventuranzas: su número, su naturaleza y su nombre. Hay siete bienaventuranzas, según algunos, considerando los vv. 10-12 como una transición al tema siguiente, o por lo menos de naturaleza distinta. Algunos comentaristas encuentran diez, con el fin de establecer una analogía entre las bienaventuranzas y los diez mandamientos. Para lograr este número, los vv. 10, 11 y 12 forman tres. La mayoría de los comentaristas consideran que la mejor división resulta en ocho, entendiendo que los vv. 10-12 constituyen una sola bienaventuranza.
Las bienaventuranzas son de naturaleza mesiánica, es decir, se refieren una y otra vez a las promesas mesiánicas del AT. Constituyen una ética de gracia, basada en la misericordia de Dios, en vez de una ética de obediencia. El hecho de hacer ciertas cosas no es el camino para obtener la felicidad, o la bendición de Dios. Se presentan en forma de paradojas, es decir, aparentes contradicciones que sirven para despertar interés y grabar las enseñanzas en la mente del oyente. Son descripciones de carácter en forma de exclamación, declaraciones con un elemento de sorpresa. Revelan la voluntad de Dios para todos los súbditos del reino. Estas ocho cualidades de carácter se relacionan estrechamente, de modo que ninguna de ellas puede existir separada de las demás.
El término “bienaventurado” (makários G3107) se usa unas 50 veces en el NT y frecuentemente aparece el mismo concepto en el AT. Originalmente significaba “grande” y se refería a la prosperidad exterior y material. Se usaba para referirse a los dioses paganos griegos, benditos en poder y dignidad, en su libertad para gozar de la vida sin límites morales. Los griegos consideraban que la dicha del hombre era una condición interior que se basaba en el conocimiento. En cambio para el AT “dichoso” es el hombre de fe en Dios, el que vive una vida santa. Pero todavía se medía su dicha mayormente en términos de prosperidad material, buena salud, muchos hijos, es decir, en lo exterior. En el NT el hombre bienaventurado es el que confía en Cristo como Salvador , se somete a él y le obedece como señor y procura una vida santa. La felicidad se manifiesta en una condición interior o espiritual: una conciencia de paz, gozo, reposo y bienestar. Esta es la voluntad de Dios para los miembros de su reino en la tierra. Es una condición que no depende de circunstancias exteriores. No describe tanto lo que uno siente en su ser interior, sino su estado de dicha desde el punto de vista de Dios. Se traduce el término makários G3107 con varios adjetivos en castellano: dichoso, feliz, bienaventurado, favorecido, bendito, afortunado, contento.
Los pobres en espíritu (v. 3). Lucas dice sencillamente los pobres (Luk_6:20), pero se debe entender en espíritu como Mateo especifica. No hay bendición inherente en la pobreza material. En griego hay tres términos que se traducen “pobre”, pero el que se emplea aquí es el que describe la condición más desesperante, la absoluta destitución. Se refiere al mendigo que depende de la bondad de otros para su existencia, uno que no tiene recursos propios. Jesús está describiendo al discípulo que reconoce en su corazón que no tiene recursos espirituales o méritos propios. Aparte de Cristo no hay nada, no se tiene nada y no se puede hacer nada (Joh_15:5). Los pobres en espíritu son los humildes de corazón (comp. 11:29), que no confían en sí mismos como autosuficientes, sino que se aferran a Jesucristo como única fuente de seguridad y felicidad. Se someten a Cristo como rey soberano. La humildad es la primera letra del “alfabeto cristiano”.
La razón o causa de su dicha es que el reino de los cielos ya pertenece a ellos, y solamente a ellos (v. 3b, trad. del autor). Ellos tienen motivo de sentirse dichosos. Cristo mismo los considera dueños y participantes del reino. De ellos (v. 3b) es enfático, indicando que el reino es exclusivamente de ellos. Más aun, el reino es una realidad presente para ellos. El reino se compone de los que se someten al gobierno de Dios y le obedecen, de los que oran: … venga tu reino, sea hecha tu voluntad… (6:10).
Los que lloran (v. 4). La segunda letra del “alfabeto cristiano” está íntimamente relacionada con la primera. Hay muchos motivos que llevan a los hombres a llorar; motivos de temor, enojo, gozo, dolor, pérdida material. Pero el motivo aquí es un motivo moral y espiritual, un reconocimiento de su pecado y ofensa ante Dios, dolor por su desobediencia y fracaso (comp. Luk_22:62), y compasión por la condición espiritual de los que nos rodean (ver Luk_19:41). Los que lloran son los pobres en espíritu quienes han llegado a ser agudamente conscientes de su propia falta en cumplir la voluntad del Rey. Las lágrimas manifiestan un sincero arrepentimiento y deseo de reconciliarse con su Señor.
Ellos [y solamente ellos] serán consolados (v. 4b). Es una promesa firme del Rey. El verbo en tiempo futuro no indica que tendrán que esperar para recibir la consolación, sino expresa más bien certeza de que efectivamente reciben consuelo. No se menciona el agente que produce la consolación, pero es evidente que el Consolador es Jesús mismo por medio del Espíritu Santo (ver Juan 14-16). Es una perfecta consolación porque el Consolador es perfecto. Para experimentar esta consolación que Jesús promete, primeramente es necesario experimentar la aflicción y lágrimas que llevan al arrepentimiento y compasión. La consolación prometida a Israel (Isa_40:1-2; Isa_61:2-3) llega a los hombres en el Mesías y su reino.