En este breve versículo hay tres claves acerca del verdadero sentido del Sermón del Monte.
(i) Jesús se puso a enseñarles después de sentarse. Cuando un rabino judío estaba impartiendo su enseñanza oficialmente, se sentaba para hacerlo. Nosotros seguimos hablando de las cátedras de los profesores, y el que un papa hable ex cátedra quiere decir que lo hace desde el asiento de su autoridad. A menudo los rabinos enseñaban cuando estaban de pie o iban andando; pero su enseñanza oficial la daban cuando habían ocupado un asiento. Así pues, la misma observación de que Jesús se sentara es ya una indicación de que Su enseñanza era central y oficial.
(ii) Mateo sigue diciendo que, abriendo Su boca, les enseñaba. Esta frase abriendo Su boca no es simplemente una perífrasis decorativa para decir. Esta frase tiene en griego un doble significado. (a) Se usa para un pronunciamiento solemne, grave y dignificado. Se usa, por ejemplo, del dicho de los oráculos. Es el prefacio natural para un dicho de importancia. (b) Se usa de la manifestación de una persona que abre de veras su corazón y deja fluir su mente y sentimientos totalmente. Se usa de una enseñanza íntima y sin barreras entre maestro y discípulos. De nuevo el mismo uso de esta frase indica que el material del Sermón del Monte no es una pieza ocasional de enseñanza. Es el grave y solemne pronunciamiento sobre cosas centrales; Jesús abría y exponía aquí Su corazón y mente a los que habían de ser Sus hombres de confianza.
(iii) En griego hay, como en español, dos pasados simples: el aoristo, que corresponde a nuestro pretérito indefinido y que expresa una acción que tuvo lugar y se completó en el pasado; y el imperfecto, como el pretérito imperfecto nuestro, que describe una acción repetida, continua o habitual en el pasado. Compárese: «asistió a una conferencia una vez» (aoristo), con «asistía a clase regularmente (imperfecto).
Ahora bien: la cosa es que el griego en esta oración que estamos estudiando no está en aoristo, sino en imperfecto, y por tanto describe una acción repetida o habitual, y podríamos traducirla: «Esto es lo que solía enseñarles.» Mateo nos ha dicho en griego para mayor claridad que el Sermón del Monte no es un sermón de Jesús entre otros, sino la esencia de todo lo que Jesús enseñaba constante y habitualmente a Sus discípulos.
El Sermón del Monte es aún más importante de lo que pensamos. Mateo, en su introducción, quiere hacernos comprender que se trata de la enseñanza oficial de Jesús; que en el .Sermón del Monte Jesús les abrió Su mente y corazón a Sus discípulos; que es el sumario de la enseñanza que Jesús solía impartir en Su círculo íntimo. El Sermón del Monte no es nada menos que la memoria concentrada de muchas horas de comunicación de corazón a corazón entre el Maestro y Sus discípulos. En nuestro estudio del Sermón del Monte vamos a colocar a la cabecera de cada bienaventuranza la traducción de la Reina-Valera; y luego, al foral de su estudio, expresaremos su significado en el lenguaje de hoy.
LA SUPREMA BIENAVENTURANZA
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Antes de estudiar en detalle cada una de las bienaventuranzas hay dos hechos generales que debemos apuntar.
(i) En la primera parte de cada bienaventuranza no hay ningún verbo. Se podría esperar son después de la primera palabra, como aparece en las biblias inglesas, en cursiva para indicar que se ha añadido. ¿Por qué es así? Jesús no dijo las bienaventuranzas en griego; Él hablaba arameo, una lengua emparentada con el hebreo. Estas dos tienen una forma de expresión muy corriente, que es en realidad una exclamación y que quiere decir: «¡Oh la bienaventuranza de…!> Esa expresión (ashré en hebreo) es muy corriente en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, el primer salmo empieza en hebreo: < ¡Oh la bienaventuranza del hombre que no anda en el consejo de los impíos!» (Salmo 1:1), que es la forma que uso Jesús en las bienaventuranzas. Es decir, que las bienaventuranzas no son simplemente afirmaciones, sino exclamaciones: < ¡Oh la bienaventuranza de los pobres en espíritu!>
Esto tiene mucha importancia, porque quiere decir que las bienaventuranzas no son piadosas esperanzas de algo que puede ser; no son luminosas pero irreales profecías de alguna futura bienaventuranza; son felicitaciones de algo que ya se es.
La bienaventuranza que pertenece al cristiano no se pospone a algún futuro reino de gloria; es una bienaventuranza que existe aquí y ahora. No es algo en lo que el cristiano entrará; es algo donde ya ha entrado. Es verdad que alcanzará su plenitud y su consumación en la presencia de Dios; pero a pesar de
eso es una realidad presente que se disfruta aquí y ahora. Las bienaventuranzas dicen en efecto: < ¡Oh la bendición de ser cristiano! ¡Oh el gozo de seguir a Cristo! ¡Oh la diáfana felicidad de conocer a Jesucristo como Maestro, Salvador y Señor!» La misma forma gramatical de las bienaventuranzas es una afirmación de la emoción jubilosa y la radiante dicha de la vida cristiana. Ante la realidad de las bienaventuranzas, un cristianismo triste y tenebroso es inconcebible. (ii) La palabra bienaventurado que se usa en cada una de las bienaventuranzas es una palabra muy especial. Es la palabra griega makarios. Makarios es un término que se aplica especialmente a los dioses. En el Cristianismo se participa de la alegría de Dios. El sentido de makarios se puede comprender mejor por un uso particular de esta palabra. Los griegos siempre llamaban a la isla de Chipre hé makaria (la forma femenina del adjetivo), que quiere decir La Isla Feliz, porque creían que Chipre era tan preciosa, tan rica, y tan fértil que no habría necesidad de buscar más allá de sus costas para encontrar la vida perfectamente feliz. Tenía tal clima, tales flores y frutos y árboles, tales minerales, tales recursos naturales que contenía todos los materiales necesarios para la perfecta felicidad. Makarios, pues, describe ese gozo que tiene su secreto en sí mismo, ese gozo que es sereno e inalterable y autosuficiente, ese gozo que es completamente independiente de todos los azares y avatares de la vida. La palabra española bienaventuranza delata su origen. Contiene la palabra ventura, que indica que es algo que depende de las circunstancias cambiantes de la vida, algo que la vida puede dar pero puede igualmente destruir. La bendición cristiana es totalmente inexpugnable e indestructible. «Nadie -dijo Jesús- os quitará vuestro gozo> (Juan 16:22). Las bienaventuranzas nos hablan de ese gozo que nos busca a través del dolor, ese gozo que la tristeza y la pérdida, el dolor y la angustia, no pueden afectar, ese gozo que brilla a través de las lágrimas, y que nada en la vida o en la muerte puede arrebatar.